Europa Sur

En las afueras de Irpin

Aleksander relata las cinco semanas que pasó escondido por los rusos

- Marcos Méndez

Llegar a Irpin es toda una odisea. El puente que la une con la capital fue des truido al inicio de la invasión para evitar que los rusos llegaran la Kiev. Hay que meterse por carreteras secundaria­s, llenas de checkpoint­s y por las que aún, de vez en cuando, se oyen explosione­s. En las orillas de la autopista que pasa por aquí, que está cerrada al tránsito, se acumulan coches llenos de agujeros hechos por los tanques rusos; otros directamen­te quedan hechos chatarra en medio de la carretera y hay que sortearlos.

En uno de esos barrios de las afueras de Irpin encontramo­s a Aleksander Romanovich. Tiene 72 años y aguantó todo marzo escondido en una cabaña de su casa rodeado de tanques y soldados rusos. En su barrio no hay ninguna casa que no se haya visto afectada por los bombardeos o directamen­te por los disparos de la artillería y los tanques rusos. Él aguantó porque dice que es su lugar, y, a pesar de que la familia se marchó, él no quiso. “Si fuera más joven aún les habría cortado la cabeza a alguno de esos rusos”, me dice mientras me muestra su fotografía cuando estaba en el Ejército.

Una bomba que cayó en la piscina de la casa de su vecino Vitaly le hizo sangrar la nariz y los oídos,

tiene marcas de metralla por todo su cuerpo blanco y arrugado, pero su determinac­ión por seguir adelante está intacta. Imaginad lo que es vivir cinco semanas escondido, entre escombros, sin electricid­ad, con poca comida y con el enemigo merodeando. Aleksander no puede dejar de llorar mientras nos explica cómo fueron esas cinco semanas infernales, nos pide por favor que no lo grabemos llorando. “Los hombres ucranianos no lloran”, dice. Debía de tener ganas de hablar con alguien porque sacó el álbum de fotos familiar y nos fue presentand­o uno por uno a todas y todos. Cuando

nos íbamos a despedir quiso mostrarnos su coche, una furgoneta amarilla, llena de impactos de bala, de arriba a abajo.

Ayer entró un grupo reducidísi­mo de periodista­s al centro de Irpin. Estamos en un listado y nos irán llamando por turnos, hay que ir escoltados en todo momento, hay minas y probableme­nte aún quede algún soldado ruso rezagado, por lo menos por los bosques los están buscando. Como nosotros no estábamos en el grupo de privilegia­dos estuvimos pirateando por las carreteras del entorno, y fuimos a dar con un grupo de artificier­os del Ejército

ucraniano que estaban investigan­do una zona en la que pudimos contar hasta cuatro tanques rusos totalmente calcinados. Era al lado del cementerio de Dmitrivka. Los militares estaban recogiendo pruebas, misiles que no habían explotado y cualquier evidencia que les sirva para conocer mejor al enemigo o para acusarlo de crímenes de guerra si había sido el caso.

Aleksander ya respira tranquilo. Ayer vio a su hijo y sabe que el resto de la familia está bien. Dejará la cabaña de la huerta para dormir en su cama después de cinco semanas.

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M. MÉNDEZ Aleksander Romanovich muestra una foto de cuando fue militar.

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