Europa Sur

Humor y melancolía

La Fundación Arca publica una nueva edición de ‘La novela de un literato’, cumbre de la obra de Cansinos Assens y uno de los libros de memorias más valiosos y divertidos del siglo

- Ignacio F. Garmendia La novela de un literato. Rafael Cansinos Assens. Edición de Rafael M. Cansinos. Arca Ediciones. Madrid, 2022. 864 páginas. 36 euros

Secundario­s Cansinos evoca tipos imperecede­ros y bien reconocibl­es en cualquier tiempo

VUELVE un libro capital al que Rafael Cansinos Assens, que hizo tantas otras cosas, debe buena parte de su fama póstuma, el que lo recuperó tardíament­e del olvido y permite incluir su nombre, tanto tiempo relegado, entre los de los grandes memorialis­tas de su tiempo. No fue el suyo un redescubri­miento dictado por el azar, sino fundamenta­do en la jubilosa recepción de una obra que tuvimos que leer por primera vez en varias partes, separadas por espacio de trece años, y retorna ahora, luego de varias ediciones, en un único volumen de lectura más que obligada. En este recuento postrero, Cansinos dejó de lado la escritura demorada y arcaizante de la mayor parte de su obra de creación, llena de encanto pero ya algo anacrónica a ojos de sus contemporá­neos, para usar de un lenguaje fresco y chispeante que transmite con maravillos­a plasticida­d la novela de su vida y en realidad cuenta la vida de los otros. Se eleva así como el gran cronista del Noveciento­s entre los años heroicos del Modernismo y el desastre de la Guerra Civil, aunque la parte más atractiva de las memorias se refiere al tiempo de su mayor protagonis­mo –diluido desde los años previos al advenimien­to de la República, por causa de una progresiva automargin­ación que se convertirí­a casi en encierro– en las primeras décadas del siglo, las del movimiento liderado por los devotos de Darío, el auge y declive de la bohemia tardorromá­ntica –cuyos desmedrado­s integrante­s reciben una atención privilegia­da– y los efímeros fulgores del Ultra, primer gran movimiento de la vanguardia española del que el propio Cansinos fue paradójico apóstol y memorable caricaturi­sta.

Con razón se ha insistido en que el valor del testimonio de Cansinos, más allá de su talento narrativo y de las razones propiament­e literarias, proviene en buena medida de que pone el foco no en las figuras principale­s, aunque muchas de ellas también hallan su reflejo en estas páginas admirablem­ente vívidas, sino en los actores secundario­s o incluso en los ínfimos, exponentes de esa heterogéne­a y pintoresca constelaci­ón de autores raros y olvidados, por usar de la caracteriz­ación ya tópica, que encarnan tipos imperecede­ros y bien reconocibl­es en cualquier tiempo, aunque a la vez documenten, en un fresco verdaderam­ente impresiona­nte, toda una época de la literatura y la vida españolas. El interés de Cansinos se dirige en efecto a muchos autores de segunda o tercera clase, a veces meros aficionado­s o aspirantes que nunca rebasaron esa categoría, en los que el retratista –casi siempre indulgente en la vida real y en su meritoria obra crítica, no en estas páginas en las que prescindió de veladuras– veía más la pureza de la intención que la mediocrida­d del resultado. En el contraste entre esa proverbial benevolenc­ia y el tono irónico o hasta despiadado de las memorias se cifra el atractivo de un libro que completa el retrato del hombre y sobre todo ensancha el de su tiempo, mostrando el reverso, la cara acaso menos noble pero en el fondo entrañable, de la consabida Edad de Plata.

Pero Cansinos no habla sólo de literatura, o mejor dicho lo hace de un modo que comprende también la política –el clientelis­mo, las prácticas rastreras, los favores y recomendac­iones, todos los vicios y la picaresca de aquella España no del todo desapareci­da– y sobre todo la vida cotidiana de los escritores y periodista­s en las redaccione­s, las tertulias, los cafés o las tabernas de Madrid, escenario único de una obra en la que se suceden los años, las modas y las costumbres, o los hombres, las ideas, las efemérides y las anécdotas, como anotó él mismo, pero no nos movemos –como no se movió Cansinos desde su llegada a la capital en 1898, a la edad de quince años– de las mismas fatigadas calles, el entorno de la Puerta del Sol y aledaños que era entonces un real kilómetro cero para todos los literatos. Más allá, sin embargo, de la dimensión sociológic­a, con ser esta impagable, dos rasgos, tan a menudo complement­arios, sobresalen en la mirada de Cansinos, el humor y la melancolía, que presiden un relato donde se dan la mano las grandes esperanzas y los divinos fracasos. En las elevadas ambiciones y en las lamentable­s miserias de sus personajes, en sus mil sucedidos tristes o regocijant­es, hay más verdad y más vida que en los soberbios edificiosd­el canon que les ha dado la espalda.

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