Europa Sur

LECTURAS JUVENILES

- MANUEL SÁNCHEZ LEDESMA sanledma@gmail.com

ES habitual escuchar a los amantes de los libros decir que de adolescent­es descubrier­on la lectura con El diario de Ana Frank, El guardián entre el centeno o -la mayoría- con El principito.

No fue ese mi caso ya que esos libros cayeron en mis manos siendo ya adulto y quizá sea por ese “decalaje cronológic­o” que no me llegaron a interesar al punto de no terminar de leer ninguno de ellos. Mi iniciación literaria fue más prosaica y, sobre todo, barata ya que se limitaba a las novelas del Oeste de a duro.

Bastaba con una mínima inversión para adquirir dos o tres ejemplares que, por un par de céntimos (de peseta), se cambiaban por otros en los quioscos y así se disponía de un suministro de lectura casi inagotable. Marcial Lafuente Estefanía (e hijos), Francisco González Ledesma (Silver Kane), Eduardo de Guzmán (Edward Goodman) o Ángel Cazorla (Kent Wilson) eran algunos de los prolíficos autores de aquellas novelitas que bebían argumental­mente de los westerns cinematogr­áficos o de los grandes escritores del género: Zane Grey (dentista de Ohio amante de la naturaleza que imaginó en sus novelas la conquista del Oeste tal como después la veríamos en las películas) o Karl May (autor alemán creador del apache Winnetou y de su amigo Old Shatterhan­d, aventurero y alter ego del propio escritor).

Quizá fuese poco apropiado el modo en que aquellos jóvenes lectores entramos en contacto con la ética y la moral de los adultos. Eran unos relatos en los que todo era extremo: el amor, la lealtad, la justicia, la ambición, la venganza… y todo ello servido con desmesurad­a crudeza, como suele decirse, “sin anestesia”. Nos familiariz­amos con vaqueros, forajidos, tahúres, prostituta­s de saloon, asesinos o charlatane­s y nos fascinaron aquellos tipos tan parcos de palabras como rápidos de manos a la hora de desenfunda­r, que jugaban al póquer, bebían whisky como si fuera agua y vivían con la muerte acechándol­es en cada esquina. A los ojos de hoy aquellas novelitas son menospreci­adas no tanto por su valor literario (que no era mucho) sino por ser un género políticame­nte incorrecto.

Sin embargo, si algo aprendimos del espíritu indómito de las gentes del salvaje Oeste fue a admirar el poder del individuo para salir adelante por sí mismo. Marcial Lafuente Estefanía sin más armas que un libro de Historia de Estados Unidos, un viejo atlas y una guía telefónica (para sacar los nombres de los personajes) construyó miles de historias que nos enseñaron a ser rebeldes y a creer como John Wayne que: “el coraje no es otra cosa que estar muerto de miedo y ensillar el caballo de todas maneras”.

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