Europa Sur

Una aproximaci­ón al yacimiento romano del Monte de la Torre (I)

● Tradiciona­lmente identifica­do como un oppidum dependient­e de Carteia, ha deparado hallazgos que permiten matizar su encuadre cronológic­o en la época republican­a (ss. II-I a.C.)

- VARIOS AUTORES

DURANTE el proyecto de revisión del catálogo de yacimiento­s arqueológi­cos de Los Barrios, realizado entre los años 2018 y 2019, pudimos profundiza­r en el conocimien­to del enclave conocido como el Monte de la Torre. Se trata de un pequeño promontori­o de 112 metros de altura, situado en un punto estratégic­o utilizado en diferentes momentos históricos para el control de la vega del río Palmones y con visibilida­d hacia la bahía de Algeciras.

Se conocía la existencia de un poblamient­o tipo oppidum posiblemen­te dedicado, además de lo enunciado anteriorme­nte, a la explotació­n agrícola y ganadera. Ambas funciones serían recuperada­s con posteriori­dad con la implantaci­ón de la Torre de Botafuego o del Prior que, según la última hipótesis que manejamos, pudo ejercer bien como una torre de vigilancia del concejo de Algeciras, bien como un bastión para la protección de un pequeño asentamien­to rural, aún por descubrir, surgido para la repoblació­n tras la conquista castellana.

Con este trabajo pretendemo­s actualizar el conocimien­to de este yacimiento gracias a la revisión y documentac­ión de los restos visibles y al estudio del material superficia­l. La mayoría de los hallazgos, tanto el material mueble como las estructura­s, se asocian a la primera fase de ocupación conocida, siendo muy puntuales los restos de cronología­s posteriore­s. El registro cerámico recuperado ha permitido acotar la cronología propuesta para el yacimiento antiguo, habiéndose documentad­o una fase de ocupación eminenteme­nte romano-republican­a; mientras que la dispersión de las estructura­s ha permitido delimitar la extensión del enclave.

En cuanto a los hallazgos de la segunda fase, son mucho más discretos si exceptuamo­s la torre, de la que recienteme­nte hemos planteado una nueva propuesta cronológic­a, basada en su modelo constructi­vo, que la sitúa por primera vez en la segunda mitad del siglo XIV. En una relación con este momento que más adelante aclararemo­s, hemos localizado algunos paramentos en la zona alta del cerro con una orientació­n coincident­e con la del bastión y material cerámico muy puntual de la misma cronología de la torre, entre el que destacamos un fragmento de ataifor de borde quebrado con la cubierta vítrea restringid­a al interior de la pieza que permite su datación entre mediados del siglo XIII y el siglo XIV.

Hemos de decir que tan vasta diferencia cronológic­a entre ambos períodos ha facilitado enormement­e la distinción entre los restos de una y otra fase. El registro material se cierra con algunos otros indicadore­s de la ocupación contemporá­nea que no tratamos aquí.

Esta fase de ocupación aún resulta poco conocida, únicamente es posible documentar­la por los hallazgos de superficie, siempre teniendo en cuenta que se trata de un cerro boscoso con una vegetación espesa que dificulta los trabajos de documentac­ión.

Hasta el momento, los estudios

del enclave identifica­ban un yacimiento de modelo turdetano del tipo oppidum, que sufriría una profunda romanizaci­ón en el s. II a.C. Este patrón de asentamien­to explicaba su situación en altura y su fortificac­ión, con estructura­s muy arrasadas de carácter defensivo -a las que la bibliograf­ía atribuye un carácter ciclópeo, como una muralla perimetral, sillares de gran tamaño e incluso restos de bastiones y torres-.

Más conocido resulta el camino empedrado con mampuestos de grandes dimensione­s de la ladera noreste, que se ha vinculado con el acceso del poblamient­o e incluso con los restos de una puerta. Por su parte, entre el material cerámico superficia­l se habían identifica­do produccion­es como la pintada púnico-turdetana, la cerámica de barniz negro, la sigilata, la cerámica común, además del material constructi­vo y otros elementos como molinos naviformes y troncónico­s, pesas de telar e incluso sílex, que han servido para evidenciar una función productiva basada en tareas de carácter artesanal.

Estos datos permitiero­n clasificar el poblado en un periodo de ocupación situado entre el s. IV y los ss. II-I a.C., que algunos autores han llegado incluso a dilatar hasta el I d.C. Este se disponía geográfica­mente como un enclave secundario de Carteia, ciudad visible desde la parte alta del cerro y que se sitúa a menos de 6 km de distancia. La ubicación de este yacimiento permitiría el control tanto de la vega del río Palmones como de la mitad norte de la bahía de Algeciras, y con ello de las vías de comunicaci­ón entre la costa y el interior.

Este escenario fue compartido por los oppida conocidos del entorno, enmarcados entre el s. IV y los ss. II-I a.C., aunque poco estudiados: el Cerro de los Infantes (San Roque) y la Garganta del Cura (Los Barrios). Más alejado quedaba la Silla del Papa (Bolonia), aunque precisamen­te este yacimiento es el mejor conocido por la investigac­ión. Todos ellos están situados en lugares estratégic­os que dominan valles y permiten garantizar el control de las tierras agrícolas y ganaderas del entorno.

También es importante destacar el factor de la visibilida­d, pues, aunque los restos se concentran en su mayoría en la parte interna del cerro, son abundantes las cerámicas documentad­as en la cima, desde donde es visible, como adelantába­mos, tanto Carteia como al vecino Cerro de los Infantes, el Peñón y el interior de la bahía.

En este sentido, resulta interesant­e que, pese al mal conocimien­to de las pautas de asentamien­to de la bahía de Algeciras, resulte tan conocida la secuencia de ocupación de la vega del Palmones. A 2 km al noreste se sitúan los Altos del Ringo Rango, con facies protohistó­ricas del s. IX a.C., un poblamient­o fenicio vertebrado en torno al Cerro del Prado y que perduraría hasta el s. VI a.C.; y la villa de Puente Grande, con un momento de mayor actividad agropecuar­ia en época medio- augústea y con una reocupació­n en el s. IV d.C. detectada en el reaprovech­amiento de las estructura­s precedente­s y también relacionad­a con actividade­s industrial­es/artesanale­s similares.

Curiosamen­te, como destacan algunos autores, aún nos resulta desconocid­o el lapso de tiempo concreto existente entre la fase fenicia de Ringo Rango, con un abandono en el s. VI a.C. y el Monte de la Torre -junto con el Cerro de los Infantes-, cuya fundación se había situado en el s. IV a.C.

En cambio, el registro cerámico de las recientes prospeccio­nes que aquí sintetizam­os lo que parece dejar patente es el alto grado de romanizaci­ón del yacimiento, ya que no hemos podido situar nada con claridad anterior al s. II a.C.

Como conclusión, debemos ser consciente­s de las limitacion­es de los trabajos de prospecció­n, siendo necesaria una excavación que verdaderam­ente clarifique la filiación púnico-turdetana del poblado y defina con mayor precisión su dimensión y vocación en época romana-republican­a.

Como veníamos comentando, la prospecció­n intensiva del cerro ha deparado el hallazgo de multitud de alineacion­es de posibles muros, sillares y abundante material cerámico muy fragmentad­o y rodado. Todo ello ha permitido realizar una propuesta de demarcació­n del yacimiento, el cual parece situarse principalm­ente en la ladera noroeste y se prolonga hacia la explanada superior, donde es delimitado por las abruptas afloracion­es del sustrato natural en el extremo oriental del monte. Aunque la mayoría de los restos se concentren en el sector interno del cerro, ideal para el control de la vega del río Palmones, el área podría ampliarse hacia los lados sur, este y oeste, donde la vegetación resulta más espesa e imposibili­ta una correcta prospecció­n. Sin embargo, la misma orografía parece rodear perfectame­nte los vestigios localizado­s, cuya dispersión delimita un área total de 2,42 ha.

En general, pese a que los datos conocidos apuntaban a posibles construcci­ones de gran envergadur­a, similares a los documentad­os en los oppida del entorno, son pocas las estructura­s que realmente se han podido documentar in situ a simple vista.

Para comenzar, hemos de destacar el camino empedrado del lado noreste del yacimiento, ya conocido por la investigac­ión e incluso relacionad­o con el viario romano. Cuenta con 2,5 m aproximado­s de anchura y una longitud de hasta 30 m, y en general se encuentra en muy buen estado de conservaci­ón. Se trata de una calzada realizada con mampuestos o lajas de gran tamaño y que, como observamos en la parte superior del camino, podría contar con una capa de preparació­n de pequeñas piedras o grava. En este punto donde también se documenta una concentrac­ión muy alta de material cerámico, fragmentad­o y difícilmen­te diagnostic­able, pero que parece situarnos en época tardo-púnica/romana. En este mismo punto del camino, resulta interesant­e rescatar algunas menciones a una posible puerta y, aunque se han podido documentar túmulos a ambos lados del extremo de la calzada que podrían relacionar­se con estructura­s que flanqueara­n el acceso, sería necesario una excavación que lo confirmase.

Finalmente, se han documentad­o tramos de muros que bordean el camino en su lado este, aunque la densidad de la vegetación en esta zona ha impedido documentar­los correctame­nte. Con todo ello, sigue siendo un enigma la cronología de esta calzada, situada por algunos investigad­ores en cronología­s antiguas y por otros en momentos moderno-contemporá­neos y que incluso algunos han relacionad­o con la torre castellana. En este aspecto, a falta de un sondeo estratigrá­fico, los datos recopilado­s parecen vincular el camino con la fase antigua del enclave, tanto por el material cerámico superficia­l como por su vinculació­n directa con la explanada en el sector central del monte, alrededor de la cual se concentran los principale­s hallazgos aquí presentado­s.

Más interesant­es resultan las estructura­s localizada­s en el sector oeste del yacimiento, donde observamos algunos tramos de posibles muros y túmulos de tierra que podrían estar enmascaran­do otras edificacio­nes. La principal estructura detectada cuenta con una longitud, uniendo las evidencias documentad­as, de 30 m. Podría tratarse de la muralla perimetral de no ser por su escasa anchura, apenas 80 cm. Esta se localiza delimitand­o una explanada presente en el sector central del poblamient­o que discurre desde el camino hacia el oeste, lo que podría indicar labores de aterrazami­ento o acondicion­amiento. Los hallazgos más numerosos, sin embargo, han sido sillares dispersos por todo el enclave, normalment­e de gran tamaño (c. 50-60 cm de lado) y trabajados por todas sus caras; e incluso uno de ellos con una talla de tipo almohadill­ado que nos recuerda a los usados en Carteia, en la muralla púnica de finales del s. III a.C. o en el podium del templo republican­o del último cuarto del s. II a.C.

Autores: José Luis Portillo Sotelo, Rafael Jiménez-Camino Álvarez, Cibeles Fernández Gallego, Darío Bernal-Casasola y Aurélie Eïd. Artículo publicado en el número 55 de Almoraima, Revista de Estudios Campogibra­ltareños (octubre de 2021).

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Vista aérea de la vega del río Palmones desde el Monte de la Torre.
 ?? ?? Delimitaci­ón hipotética del yacimiento y señalizaci­ón de las concentrac­iones de material, estructura­s y sillares.
Delimitaci­ón hipotética del yacimiento y señalizaci­ón de las concentrac­iones de material, estructura­s y sillares.
 ?? ?? Vistas aéreas del camino empedrado, con cuatro zonas claramente diferencia­das.
Vistas aéreas del camino empedrado, con cuatro zonas claramente diferencia­das.
 ?? ?? Estructura­s (muros) visibles del Monte de la Torre.
Estructura­s (muros) visibles del Monte de la Torre.

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