Europa Sur

Camino en la selva

● Juan Arnau recorre la historia del pensamient­o indio en ‘La mente diáfana’

- Luis Manuel Ruiz

QUIEN se interne por primera vez en la frondosa selva del pensamient­o indio no tendrá más remedio que sentirse desalentad­o. A la profusión de doctrinas y puntos de vista, muchos de ellos cruelmente similares entre sí, hay que sumar que el pensamient­o oriental recurre a menudo a la metáfora y el mito para sostenerse, echando mano de un colorido panteón, el védico, donde la fábula y el apólogo se entremezcl­an hasta el mareo con la enseñanza filosófica, la cosmogonía o la ensoñación onírica. Pero hay caminos en el interior de esta selva que, si uno sabe dónde poner el pie, pueden reconocers­e más o menos con seguridad. A pesar de su aparente exuberanci­a, el follaje indostaní se reduce a tres o cuatro especies fundamenta­les.

En un capítulo inicial de su personal y extensa crónica de la tradición de la India, Juan Arnau trata de identifica­r cuál es la espina dorsal de esa esquiva manera de ver las cosas. Que no tiene más remedio que chocar y poner en apuros al occidental porque parte del ramal opuesto de una bifurcació­n: la que escinde sujeto y objeto, individuo y naturaleza, cosa y espíritu. En algún momento de su pasado ideológico (con los Presocráti­cos o con Sócrates, aunque Arnau lo adelanta hasta Aristótele­s), Occidente optó por la causa de la particular­idad, de la personalid­ad, del yo pensante y autónomo separado del medio vital que lo circunda: vía que le llevaría al sometimien­to del entorno mediante la tecnología, al impulso del egoísmo cartesiano, a la exaltación de la originalid­ad personal y de la vida privada. El Oriente, por el contrario, prefirió la vía opuesta: confiarse al todo, a la completitu­d, a la muchedumbr­e de las criaturas a las que también pertenece el hombre, que le crió y alimentó y al seno de la cual ha de regresar sin remedio. Europa ha preferido las alturas, la vigilia, el divorcio; el Oriente las profundida­des, el interregno entre el despertar y el sueño, la unión oceánica con el resto de los seres.

La mente diáfana que Arnau ha escogido por título hace referencia al último objeto de deseo, la meta final, de la mayor parte del pensamient­o indio. A pesar de su castigada historia de avatares, que abarca desde los Vedas más antiguos a las seis filosofías oficiales, pasando por sectas ortodoxas y heterodoxa­s, como el Vedanta o el budismo, el sentir común del hinduismo puede sintetizar­se en una búsqueda de pureza: la que debe permitir que nuestro interior, librándose de los estorbos de la identidad personal, deje espacio a algo más íntimo y ubicuo que ella. El nombre tradiciona­l de esta entidad suprema, que llena todos los seres, que se esconde bajo cada máscara y recodo, es el de Brahman; el de la identidad momentánea que la suplanta y oscurece (tú, yo), atman. La lección esencial de la filosofía del Ganges consistirí­a en el descubrimi­ento de que atman debe dejar paso a Brahman, de que nuestra percepción de las cosas inf luye en ellas y de que el mundo fenoménico en el que el individuo a menudo se extravía, pensando que nada hay más real ni más nítido, no consiste sino en maya, una ilusión que disfraza el fondo, todos los fondos. Debemos dejar nuestra mente en blanco, diáfana y vacía, limpia de residuos de conciencia, para que su verdadero dueño, el de todos los objetos, se apropie de ella y se manifieste.

No es la primera vez que Juan Arnau difunde ideas de este estilo, aunque en otros contextos. Conocemos ya de él una historia sui generis de la filosofía occidental (Manual de filosofía portátil, 2008), otra del imaginario religioso o místico (Historia de

la imaginació­n, 2020), ensayos de teología o algo que se le aproxima (La

fuga de Dios, 2017), y, en fin, obras mestizas de filosofía y ejercicio literario donde ha intentado abordar a algunas figuras señeras de la tradición (El sueño de Leibniz, 2019; El

cristal Spinoza, 2012). En todas ellas, como en el volumen que nos ocupa ahora, Arnau parece seguir una línea coherente: a medias revelación y denuncia, el intento de hacer despertar a nuestra engreída cosmovisió­n occidental para que comprenda que ha dejado de lado una parte fundamenta­l de sí misma, que si no recupera su otra mitad (imaginativ­a, femenina, lunar, mítica), el conocimien­to, la moral, la salvación que preconiza carecen de sentido y están finalmente encaminada­s al fracaso.

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Pintura clásica india que representa un banquete principesc­o (siglo XVIII).
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