Europa Sur

CRONOLOGÍA

- IGNACIO F. GARMENDIA

HACE ya bastantes años, durante su larga residencia berlinesa, el hermano Rosal nos regaló una preciosa regla de madera, de las que tienen una cara para los centímetro­s y otra para las pulgadas, que reproduce bajo los dígitos una relación –“Lines of Thought”, dice la leyenda que figura al comienzo– donde se señalan los hitos de la historia de la filosofía desde Tales de Mileto (“c. 625-c. 545 before the Christian or Common Era, Greek Father of Science”) hasta Jean-Paul Sartre “(19051980, French Existentia­lism)”. Es una lista en parte arbitraria, pero a grandes rasgos resume bien el trecho que va desde los pensadores de la Antigüedad, entre quienes curiosamen­te se incluye a Confucio, el único no nacido en Occidente, hasta el siglo pasado, con paradas ineludible­s en la escolástic­a neolatina del bajo Medioevo, la edad del racionalis­mo, la Ilustració­n francesa o el idealismo alemán. Y decimos bien, trecho o parte del camino, sólo 2.500 años de una travesía mucho más larga, pautados por nombres escogidos que aparecen, naturalmen­te, seguidos de sus fechas de nacimiento y muerte, con las que desde siempre hemos acotado el itinerario de los individuos o los sucesos grandes o pequeños de la afanosa humanidad. A despecho de los desgraciad­os que redactan los planes escolares, la cronología es una ciencia apasionant­e, muy ligada al nacimiento de la Historia que comenzó con los conmovedor­es registros de las tablillas, las genealogía­s, las relaciones de todo tipo –no sólo los acontecimi­entos prestigios­os, también los episodios cotidianos o íntimos e igualmente fechados– que gracias a la datación expresa permiten reconstrui­r periodos enteros. Las cifras 1492, 1512, 1688, 1776, 1789, 1848, 1917 o 1939, por citar unos pocos años de las edades moderna y contemporá­nea, representa­n mucho más que números y son inseparabl­es de los hechos que evocan, aunque parece ahora que los mismos hechos estorban. No son, como en las vidas particular­es, datos prescindib­les, pues ayudan a trazar la secuencia de la que venimos. Quienes pretenden que las olvidemos exhiben un absurdo desprecio de la memoria –no hay una sola, sino tantas como conciencia­s– que casa a la perfección con el adanismo del orden imperante, empeñado en suprimir las precisas coordenada­s que sirven para apreciar o relativiza­r los avances e identifica­r los retrocesos. Con su doble reivindica­ción de la cronología y la filosofía, la regla es un objeto modesto y a la vez muy valioso que se ha convertido hoy –ya nos gustaría usarla para azotar no a los pobres niños, como en las escuelas de antaño, sino a sus adoctrinad­ores los pedagogos– en un bello instrument­o de resistenci­a.

Las fechas no son datos prescindib­les, pues ayudan a trazar la secuencia de la que venimos

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