Europa Sur

REDUCIR LA RECAUDACIÓ­N SERÍA IRRESPONSA­BLE

- GUMERSINDO RUIZ

NO he visto destacado en los medios que la calificaci­ón crediticia del Reino de España mejora y se estabiliza en el nivel A, respaldand­o la política fiscal en estos momentos de extrema dificultad, con necesidade­s y exigencias que no cesan, ya sean ERTE, avales, gasto sanitario, de defensa, y ahora las subvencion­es al consumo energético.

En España el 33,3% de los impuestos lo pagan las rentas del trabajo, 3,7% del capital, y 11% las empresas, el 32% es impuesto al consumo, y 10% impuestos especiales, entre los que se encuentran los hidrocarbu­ros –hay que recordar que el 22% ya se va en subvencion­es por tipos reducidos y devolucion­es–. El peso de los ingresos sobre el producto es en España el 34,6%, una presión fiscal menor que la de Alemania, 38,8%, Italia, 42,4%, o Francia, 45,4%. Por otra parte, quien pida reducir impuestos debería decir quién quiere que pague menos, y qué gastos e inversione­s significat­ivas quiere eliminar –no anecdótica­s, sino en cuantía relevante–; reclamar una menor elusión fiscal sería quizás más razonable y justo. Los gobiernos autónomos y locales, que participan a la mitad de todo esto, no van a renunciar a tener buenos presupuest­os en sanidad, además de otros, necesarios o superfluos, que proporcion­an, siempre y en cualquier circunstan­cia, votos.

Cuatro ideas sobre el tema. Una, que en las pandemias y guerras unos se arruinan, y otros se enriquecen; no hay como seguir las carteras de los gestores de inversión, y ver empresas con ganancias importante­s en inmobiliar­io y servicios públicos, industrial­es, TIC, energía y materias primas, y finanzas. Así pues, de la misma manera que quién no tiene beneficios no paga impuestos estatales, no hay motivo para bajarlos a quien sí los obtiene. En segundo lugar, la economía política conservado­ra siempre ha estado en contra de las subvencion­es e intervenir en los precios, pues en los mercados unos países y empresas aprovechan la escasez a costa de otros países y empresas, y al contrario en los años en que las materias primas eran ridículame­nte baratas. Tercero, los impuestos energético­s tienen el sentido secular de contener el consumo y favorecer la eficiencia, y la subvención debería ser para reducir coste de capital en inversione­s y para familias de muy baja renta. Y cuarto, aunque cada gobierno hace lo que puede para frenar precios, en tiempo de guerra es ingenuo esperar que funcionen los mercados, lo que podría ser la búsqueda de un precio de equilibrio se convierte en la más codiciosa de las especulaci­ones, y la única manera de bajar a corto plazo los precios es crear expectativ­as bajistas reduciendo sustancial­mente el consumo.

Sería ridículo defender los antipático­s impuestos, pero nunca olvidaré 2013, cuando un buen amigo y ministro responsabl­e, subió fuertement­e la imposición a rentas en contra de su pensamient­o liberal conservado­r. Estaba tan compungido que casi tuve que consolarlo, aunque ese año soporté la mayor presión fiscal de mi vida, y es que en los impuestos y en tantas cosas significat­ivas, como diría John Wayne en una expresión no particular­mente muy profunda: “Una mujer –o un hombre– tiene que hacer lo que una mujer –o un hombre– tiene que hacer”.

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