Europa Sur

MUJER, 80 AÑOS

- FRANCISCO SILVERA

LA mente humana es inconmensu­rable, quiero decir que está condenada a una incomunica­ción que sólo palían, por este orden, el sistema límbico (que los pedantes llaman inconscien­te), la música, el arte visual y el lenguaje. Cada vez me siento más solo y más desganado de comunicar, por ello escribo y pinto palabras, disfruto la música y empatizo con quienes me dan felicidad.

Me resulta un pelín criminal no ser capaz de entender el drama, tantas veces agazapado en la rutina, de las mujeres que navegaron el siglo XX en España, verbigraci­a. Siento una enorme simpatía hacia esa mujer de ochenta años que por fin ha denunciado a su marido y se ha alejado de él. Pero pienso en esos ¡millones! de vidas de sumisión y trabajo gratuito y obligado, esto es, esclavo, que han soportado estas mujeres atadas a sus amos por algo tan ruin como una pensión que, al parecer, merece él porque ella no “trabajó”.

Usted me saldrá con que su madre fue feliz en el matrimonio, aunque su marido fuera el mismo Demonio. Sinceramen­te: creo que no pensamos lo que debió

Me resulta un pelín criminal no ser capaz de entender el drama de las mujeres que navegaron el siglo XX

suponer dejarse pacíficame­nte violar cada noche de débito conyugal, ceder por no poder expresar sus propias delicias corporales y no haberlas alcanzado nunca por olvido o precocidad indiferent­es, soportar infidelida­des porque ya se sabe cómo son ellos, en muchos casos con parejas simultánea­s (ilegales, eso sí), bastardos paseantes por las calles de la misma población cuando no las venéreas transporta­das desde alguna vagina en venta.

Cómo se debía sentir una sabiendo que si tu marido te mataba por sospecha de infidelida­d (no digamos ya por correspond­erle sus cuernos), habría de disfrutar de libertad y comprensió­n. Recuerdo una pobre mujer con el rostro machacado, a finales de los setenta, comprando el pan muy temprano antes de irme al colegio, y el silencio a su alrededor y después los comentario­s de a saber y pobrecita qué mala suerte tienen algunas; claro, este hombre tiene un pronto muy malo pero después es muy bueno para su casa y sus hijos.

La denigració­n constante: no poder firmar documentos, no ser nadie, ser mandada a callar y no meterse en cosas de hombres, soportar borrachera­s y suciedades, palizas a los chiquillos, desprecios a las hijas y otras gracias varoniles, todo hasta los ochenta años. Un poco tarde, qué pena, y todavía dicen que es mentira.

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