Europa Sur

HAY ESPERANZA

- MIKEL LEJARZA

AVECES nos invade el cansancio y creemos que la vida se ha detenido, todo se repite y entramos en un bucle. Pero no es así, los segundos nunca dejan de producir minutos y éstos horas. Nos quejamos de todo, creemos que no nos ocurre nada y, sin embargo, somos una generación a la que le ha tocado vivir el paso de una dictadura a una democracia; nos hemos integrado en Europa; hemos participad­o activament­e en la revolución de internet; luego una pandemia universal que nos ha encerrado y atemorizad­o; ahora una guerra cuyo desenlace es incierto, pero cuyas consecuenc­ias han cambiado el mundo en unas semanas ya para siempre. Jamás han sucedido tantas cosas en tan poco tiempo. Hace un mes no sabíamos que existía una ciudad llamada Mariupol y ejercíamos de expertos en el tratamient­o ante el Covid; Francia vendía armas a Putin y Alemania le compraba gas; Maduro era el diablo para los EEUU y ahora el petróleo les ha unido; Marruecos y España andaban a a la gresca y ahora la embajadora magrebí ha vuelto a Madrid a costa de sacrificar nuestra tradiciona­l amistad con el pueblo saharaui. ¿Y de Cataluña, qué pasó? Pues que Barcelona sigue donde estaba.

La esperanza reside en la seguridad de que algo tiene sentido independie­ntemente de cuál sea su resultado

En otras ocasiones creemos que el tiempo transcurre con excesiva rapidez y últimament­e son tantas las cosas que nos ocurren, que estamos exhaustos recordando un pasado en el que fuimos felices sin ser consciente­s de ello, porque creíamos que nos aburríamos. Ahora añoramos aquellos días, su lentitud, el tedio, porque no nos pasaba nada, pero tampoco nada malo. Los humanos siempre queremos tener aquello que nos falta. Deseamos que el mundo se agite cuando el mar está en calma y añoramos la falta de viento en las velas cuando llegan las tormentas. Resultado: siempre insatisfec­hos. Y así es difícil mantener viva la esperanza. Porque muchos confunden a ésta con el optimismo. Optimistas son quienes están convencido­s de que todo saldrá bien, mientras que la esperanza reside en la seguridad de que lo que hacemos tiene sentido independie­ntemente de cuál sea su resultado. Respecto a la guerra, el optimista cree en la victoria frente al enemigo; los esperanzad­os sueñan con que al final el mundo será mejor para todos. Ahora cunde el desánimo, pero hay motivos para la esperanza. Piénselo. Si usted está leyendo ésto, usted está vivo. ¿No es ese el mejor de los motivos para sonreír, creer y soñar? Mientras las bombas intentan alcanzar un final sin esperanza, mantengamo­s viva la esperanza sin fin, porque sí, es cierto, nuestro mundo tiene grietas, pero como cantó Leonard Cohen, “por ellas entra la luz”.

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