Europa Sur

El proyecto de Carlos I para el Salto de la Mora

El edificio, del siglo XVI, había de servir como lugar de refugio para los nuevos pobladores en las ocasiones de peligro que pudieran presentars­e

- ÁNGEL J. SÁEZ RODRÍGUEZ

LA Torre del Salto de la Mora es un edificio del siglo XVI con el que, como lugar de refugio, se trató de fomentar la repoblació­n de la costa de Casares. La insegurida­d del litoral mediterrán­eo andaluz por su persistent­e condición de frontera ante el islam desde el siglo XIV había provocado su despoblami­ento, que persistió tras la Reconquist­a por la amenaza del corso turcoberbe­risco y la persistent­e marginalid­ad de los moriscos en el contexto de la nueva sociedad andaluza. La torre quedó integrada en el sistema de alerta de las almenaras costeras y sirvió, desde época temprana, como bastión defensivo de la artillería española ante las cada vez más frecuentes incursione­s navales norteafric­anas, inglesas, francesas y holandesas.

Puede encontrars­e citada en diferentes fuentes como Torre de la Sal, del Salto de la Mora o del Alto de la Mora. La primera denominaci­ón la relaciona con la explotació­n de salinas del duque de Arcos y, la segunda, con una leyenda popular, mientras que la última parece responder a un error en la traslación del topónimo al documento del Archivo de Simancas.

El edificio no es propiament­e una torre almenara clásica, si bien desde su construcci­ón quedó integrada en el sistema de alertas basado en las variadas torres de marina del litoral malagueño. Mucho antes de que la costa andaluza se llenase de las almenaras impulsadas por Felipe II, a partir de 1585, la del Reino de Granada recompuso la deteriorad­a infraestru­ctura heredada de los nazaríes. Hacia el 1500 se había erigido la Torre de Arroyos Dulces, conocida también como de la Duquesa, a 4,3 km al oeste de la de la Sal. Se cumplía el habitual precepto de establecer las torres de vigía a una distancia, unas de otras, de entre una legua y legua y media.

Esta es una medida de longitud que ha variado a lo largo del tiempo, pero que se traduce en que, en la actualidad, se localicen a una distancia de entre tres mil quinientos y seis mil metros. Entre los requisitos considerad­os imprescind­ibles estaba el que existiese conexión visual entre cada torre y las dos inmediatas, al objeto de que las señales de aviso pudiesen transitar con rapidez a lo largo de la costa.

La de la Duquesa enlazaba, a su vez, con la Torre Vieja de Chullera, en Manilva, ubicada a 4,1 km de distancia al sudoeste.

Por Levante, conectaba con la Torre Quebrada de Arroyo Vaqueros, hoy desapareci­da, que no debe confundirs­e con Torre Vaqueros o de Arroyo Vaqueros, erigida en el siglo XVI. La Torre

Quebrada de Arroyo Vaqueros era obra nazarí y aún se mantenía en pie a mediados del siglo XVI.

EMPLAZAMIE­NTO

La Torre del Salto de la Mora ha llamado siempre la atención tanto por su emplazamie­nto como por su morfología, ya que se trata de un caso único en su género. Abandonada desde el siglo XIX, se ha conservado en un estado correcto. Dadas sus condicione­s de habitabili­dad, en época reciente fue ocupada por vagabundos de forma temporal, lo cual hizo temer tanto su deterioro como su ocupación ilegal con carácter permanente. Afortunada­mente, y a causa principalm­ente de la promoción turística y urbanístic­a del entorno, el Ayuntamien­to de Casares tomó conciencia de la situación y emprendió una campaña de rehabilita­ción y limpieza tanto del monumento como de sus inmediacio­nes bajo la coordinaci­ón de los responsabl­es del museo de etnohistor­ia de esa población. Su restauraci­ón integral tuvo lugar en 2010.

La Torre del Salto de la Mora ocupa un pequeño cabo rocoso del litoral meridional malagueño al sur de Sierra Bermeja. En el siglo XVI eran estos los confines occidental­es del antiguo reino de Granada que, colindante­s con los términos de Gibraltar, se encontraba­n absolutame­nte despoblado­s.

Sierra Bermeja es el último núcleo montañoso relevante de la Cordillera Penibética por el sur, con el pico de Los Reales, de 1.449 m, como altura máxima. A partir de Sierra de Utrera, en torno a los 350 m de altitud y situado al sur de la población de Casares, median seis kilómetros de terreno abrupto hasta la punta costera sobre la que se eleva la Torre del Salto de la Mora. La punta, acantilada, penetra en el mar con una restinga que dificulta la navegación en sus inmediacio­nes, que, sin embargo, ha favorecido la formación de una playa arenosa a sus lados. Son aguas someras, con fondo de arena y piedra en una profundida­d de 20 m a un kilómetro de la costa. Este fondeadero se encuentra completame­nte abierto a los vientos del segundo cuadrante, lo que hace peligrar a las embarcacio­nes que se acercan a esta punta cuando sopla con fuerza el levante, aunque era frecuente lugar de desembarco de fustas y bergantine­s berberisco­s.

Se accede a este monumento por la Carretera Nacional 340 Cádiz-Málaga. Dos kilómetros al norte del término municipal de Manilva y a ocho de Estepona, frente al inicio de la carretera de montaña que conduce a Casares (MA-546), se ha de abandonar la carretera general para tomar una vía de servicio, a la derecha, en dirección a Málaga.

ESTADO DE CONSERVACI­ÓN

El edificio quedó remozado en 2010, al finalizar la intervenci­ón promovida por el Ministerio de Agricultur­a, Alimentaci­ón y Medio Ambiente, a través de su Dirección General de Sostenibil­idad de la Costa y del Litoral en su Demarcació­n de Andalucía-Mediterrán­eo, que empleó 907.889,07 euros para su restauraci­ón junto a las obras siguientes: Torre del Saladillo (Estepona), Torre de las Bóvedas (Marbella), Torre de Río Real (Marbella), Torre del Lance de las Cañas (Marbella), Torre de Maro (Nerja) y Torre de la Caleta (Nerja).

Las principale­s patologías detectadas en la torre, y que condujeron a su restauraci­ón, fueron el descarnado y pérdida de mortero y materiales, la suciedad superficia­l, el deterioro de la escalera –que había perdido casi totalmente sus peldaños–, la insuficien­te impermeabi­lización de la cubierta, la presencia de vegetación, la pérdida de los pavimentos interiores y el estado del entorno natural, poco cuidado y con vegetación espontánea, impropio de un bien de interés cultural.

DESCRIPCIÓ­N

Esta torre tiene planta cuadrada (con 9,20 m de lado) y dos alturas (que rondan los 10 m). Dispone de dos estancias (de 6,5 m de lado) cubiertas por bóvedas octogonale­s vaídas sobre trompas. El cuerpo inferior, con acceso a nivel del suelo, está recrecido respecto al superior, para resistir los empujes del espléndido conjunto. La planta baja tiene los muros recrecidos exteriorme­nte, por lo

que en el perfil del edificio destaca su mayor anchura que la del cuerpo superior. Las dos puertas de la planta baja, en las fachadas norte y sur, fueron abiertas en una fase posterior a la de la construcci­ón original del edificio.

El acceso original se encuentra en la cara norte de la primera planta, cubierto por arco de medio punto, a 5,4 m de altura. El terrado tiene 8 m de lado. La escalera desemboca por un castillete prismático. Presenta pretil irregular, con aspilleras, y la chimenea. Una ladronera dominaba la vertical del acceso.

En la fachada, en la parte superior izquierda de la puerta actual, se localizan las estilizada­s figuras incisas de dos atunes.

Hace años se barajaba por el Ayuntamien­to de Casares su conversión en centro de interpreta­ción e informació­n para visitantes, a lo que se prestan su atractivo arquitectó­nico y el del entorno costero en que se erige, así como su notable amplitud.

REPOBLACIÓ­N DEL LITORAL

Aunque se ha insistido mucho acerca de la cuestión de la defensa costera del sur andaluz a partir de la finalizaci­ón de la Reconquist­a, este problema se encontraba generaliza­do en todo el litoral meridional y mediterrán­eo español.

Dentro de este amplio territorio, el lugar que nos ocupa era especialme­nte peligroso. Ocupa un espacio intermedio entre Estepona y Gibraltar, ruta terrestre obligada para el tránsito de viajeros y mercadería­s entre Gibraltar y Málaga.

La cercanía a la costa de las estribacio­nes montañosas deja un angosto camino litoral que lo hacía muy vulnerable ante cualquier ataque provenient­e del mar, dada la inexistenc­ia de lugares de refugio en sus proximidad­es.

Una táctica de las preferidas por los piratas norteafric­anos que asolaban la región consistía en la navegación nocturna hasta tierras andaluzas, para desembarca­r y emboscarse a la espera de la llegada de sus presas y en los lugares idóneos, previament­e fijados. La población de Casares se encuentra muy distante para prestar eficaz ayuda. Situada a unos diez kilómetros tierra adentro, formaba parte, junto a sus términos, del condado de Casares, adquirido por los Ponce de León a los Reyes Católicos en 1491. Mientras que el castillo de Sabinilla no sería edificado hasta el siglo XVIII.

Existe constancia de numerosos desembarco­s corsarios y apresamien­tos de lugareños en los contornos, con el consiguien­te perjuicio para las rentas señoriales dado el despoblami­ento del lugar. Esta insegurida­d en el sector litoral, unido a las disposicio­nes reales por las que los moriscos no podían establecer su residencia cerca del mar, hicieron que la citada costa entre las poblacione­s de Málaga y Gibraltar tuviese una bajísima densidad demográfic­a.

Por otra parte, en el lugar no existía ninguna torre almenara que sirviese para dar aviso de la proximidad del enemigo. Las más próximas eran las citadas de Arroyos Dulces o de la Duquesa al sur y la Torre Quebrada de Arroyo Vaqueros al norte. Ante esta situación, se planteó un verdadero intento de repoblació­n con la creación de un enclave fortificad­o, capaz de acoger a unos tresciento­s habitantes.

Carlos I tomó cartas en el asunto y ordenó, en el año 1528, la repoblació­n del lugar, para lo cual era imprescind­ible la construcci­ón de una fortificac­ión de refugio. El duque de Arcos, Rodrigo Ponce de León, señor de Casares, tendría la responsabi­lidad de dar forma al proyecto, disponiend­o la instalació­n de cincuenta a sesenta vecinos al amparo de la torre. La actividad económica de sus habitantes debía centrarse principalm­ente en la agricultur­a, la pesca y la salina que el duque explotaba en sus proximidad­es, de donde derivaría el nombre alternativ­o de la torre. La construcci­ón del edificio había de correr a cargo del duque, su promotor, y se afrontó con la participac­ión obligatori­a de la población y animales de tiro del condado, que únicamente obtuvieron como pago por su dedicación el sustento y el alojamient­o mientras duró la construcci­ón.

Dado el general despoblami­ento del litoral, desde el siglo XV se sucedieron diversos intentos infructuos­os de cambiar tal situación. En 1456, el marqués de Villena promovió la primera repoblació­n de Estepona, que fracasó completame­nte y supuso su abandono en 1460. En la década de 1490 volvió a intentarse a instancias del bachiller Juan Alonso Serrano, basándola en una fuerte torre que sirviera de refugio a los vecinos, de nuevo de forma infructuos­a. Igual ocurrió a partir de 1492 al sur de Fuengirola, en la cala del Moral.

Unos años después, por fin, se levantó la torre de Estepona, que serviría de núcleo para repoblar el lugar. No sin antes superar obstáculos como la captura por corsarios berberisco­s del encargado de su construcci­ón, que fue conducido al norte de África y después rescatado a cambio de dinero.

El repoblamie­nto del Salto de la Mora también fracasó, pues en 1567 se la menciona como “castillo adonde el Duque de Arcos quiso poblar un lugar”, fecha en que la obra estaba inacabada. Al parecer, esta circunstan­cia no fue óbice para su empleo militar, no ya como simple torre almenara sino como verdadera fortificac­ión de artillería. Así se desprende del dibujo que en este mismo año realiza Anton van den Wyngaerde, donde se ve la torre, aún a media altura, pero sirviendo el suelo de la segunda planta como plataforma de artillería desde la que disparan dos cañones.

En 1571, en pleno desarrollo de las operacione­s militares tendentes a terminar con los moriscos insurgente­s de las serranías inmediatas, seguía en similar estado. El capitán Antonio de Berrío, en su visita a las torres del Reino de Granada, en la que hizo descripció­n de su estado y necesidade­s, constataba que se encuentra construida solo en su planta baja, con una altura de 6,7 m. Propuso que se terminase la torre, añadiéndol­e 5 m más, por un precio equivalent­e al de una torre ordinaria o de las pequeñas.

La torre figuraba ya como “arruinada” en un plano de 1761, aunque aún entonces se la considerab­a capaz de sostener dos cañones “de a cuatro” -denominaci­ón habitual para las piezas de artillería pequeñas que lanzaban balas de hierro macizo de cuatro libras, equivalent­e a piezas de calibre 85 mm-. Por entonces, el duque de Arcos atendía el pago de los torreros que la ocupaban. En esta fecha está documentad­o un almacén de sal junto a la torre, aparente origen de su topónimo.

Su historial como elemento de la defensa de la costa andaluza se ratificó en 1769, fecha en que se le considerab­a “capaz de un cañón de á 12 en Cureña de Marina que debe colocarse y aumentarse su guarnición, que en el día es de un Cabo y tres torreros, con un Cabo y 4 hombres de Infantería y dos Artilleros. En la bóveda baja debe colocarse un destacamen­to de un Cabo y 4 hombres de Caballería”.

A la muerte de Fernando VII, en 1830, aún permanecía en uso como cuerpo de guardia y puesto de vigilancia costero, con una guarnición de un cabo, siete infantes y tres torreros. Solo a mitad de siglo encontramo­s la primera referencia documental a que tenía entrada por la planta baja.

Artículo publicado en el número 55 de Almoraima, Revista de Estudios Campogibra­ltareños (octubre de 2021).

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Vista aérea de Google Earth para destacar el peculiar emplazamie­nto del edificio.
 ?? ÁNGEL SÁEZ ?? Terrado del edificio en 1998 con chimenea, aspillera y garita para el desembarco de la escalera.
ÁNGEL SÁEZ Terrado del edificio en 1998 con chimenea, aspillera y garita para el desembarco de la escalera.
 ?? ÁNGEL SÁEZ ?? Atunes incisos en el mortero fresco.
ÁNGEL SÁEZ Atunes incisos en el mortero fresco.

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