LA DÉBIL DEMOCRACIA
LOS separatistas catalanes en activo y los vascos, más otros corpúsculos en espera, han conseguido instalar en los lenguajes político y periodístico la palabra independentismo. Es un gran logro de esas minorías, más pequeñas de lo que parece, pero mucho más poderosas de lo que imaginamos. Me referí a ello cuando me pronuncié sobre la incorrección interesada de los términos asociados a la idea de independencia. Mis admirados compañeros de la prensa se han dejado influir por una semántica manejada con toda intención por los enemigos del sistema; porque enemigos son, como su nombre indica, los que aspiran a destruir la estructura sobre la que se soporta y sobre la que se desarrolla. Ni Cataluña ni el País Vasco dependen de nada sino que forman parte del todo: es separatismo lo que llaman independentismo, y no es baladí el trueque semántico.
Asumir la democracia como vía hacia otros supuestos es una estafa de una dimensión que no es posible valorar a priori ni tampoco estimar la proyección de sus efectos. Se ha escrito mucho sobre el tema, pero La resistible ascensión de Arturo Ui, del tormentoso dramaturgo alemán Bertolt Brecht, es la obra de
Asumir la democracia como vía hacia otros supuestos es una estafa
ficción –se trata de teatro en verso– más representativa de la asunción de la democracia como transitoria, como camino hacia el dominio del pensamiento único. El mismo Brecht escribió: “El canalla de pequeño formato, al que los poderosos permiten llegar a ser un delincuente en grande, no debe poder recibir una posición de excepción no sólo en el mundo de la delincuencia, sino tampoco en nuestra comprensión de la historia”. La obra fue escrita en el exilio, en Helsinki, en 1941, y está inspirada en el ascenso del nazismo en Alemania a lo largo de la década de los años treinta del pasado siglo.
La debilidad de un sistema que, como la democracia, se opone a las miserias humanas, a los supremacismos y a toda clase de discriminación, debiera obligar a los responsables de su aplicación a un cuidado extremo, evitando que pueda convertirse, en manos de las oligarquías de los partidos, en un instrumento contra el propio sistema. Un tibio posicionamiento contra la solidaridad y el respeto mutuo, como ocurre en el seno de los nacionalismos, o una dudosa actitud ante la condena del terrorismo y de todo tipo de opresión, debieran, al menos, descalificar a las opciones políticas que con mayor o menor evidencia lo tienen en su génesis, en su credo y en su fuero interno.