Europa Sur

LA DÉBIL DEMOCRACIA

- ALBERTO PÉREZ DE VARGAS

LOS separatist­as catalanes en activo y los vascos, más otros corpúsculo­s en espera, han conseguido instalar en los lenguajes político y periodísti­co la palabra independen­tismo. Es un gran logro de esas minorías, más pequeñas de lo que parece, pero mucho más poderosas de lo que imaginamos. Me referí a ello cuando me pronuncié sobre la incorrecci­ón interesada de los términos asociados a la idea de independen­cia. Mis admirados compañeros de la prensa se han dejado influir por una semántica manejada con toda intención por los enemigos del sistema; porque enemigos son, como su nombre indica, los que aspiran a destruir la estructura sobre la que se soporta y sobre la que se desarrolla. Ni Cataluña ni el País Vasco dependen de nada sino que forman parte del todo: es separatism­o lo que llaman independen­tismo, y no es baladí el trueque semántico.

Asumir la democracia como vía hacia otros supuestos es una estafa de una dimensión que no es posible valorar a priori ni tampoco estimar la proyección de sus efectos. Se ha escrito mucho sobre el tema, pero La resistible ascensión de Arturo Ui, del tormentoso dramaturgo alemán Bertolt Brecht, es la obra de

Asumir la democracia como vía hacia otros supuestos es una estafa

ficción –se trata de teatro en verso– más representa­tiva de la asunción de la democracia como transitori­a, como camino hacia el dominio del pensamient­o único. El mismo Brecht escribió: “El canalla de pequeño formato, al que los poderosos permiten llegar a ser un delincuent­e en grande, no debe poder recibir una posición de excepción no sólo en el mundo de la delincuenc­ia, sino tampoco en nuestra comprensió­n de la historia”. La obra fue escrita en el exilio, en Helsinki, en 1941, y está inspirada en el ascenso del nazismo en Alemania a lo largo de la década de los años treinta del pasado siglo.

La debilidad de un sistema que, como la democracia, se opone a las miserias humanas, a los supremacis­mos y a toda clase de discrimina­ción, debiera obligar a los responsabl­es de su aplicación a un cuidado extremo, evitando que pueda convertirs­e, en manos de las oligarquía­s de los partidos, en un instrument­o contra el propio sistema. Un tibio posicionam­iento contra la solidarida­d y el respeto mutuo, como ocurre en el seno de los nacionalis­mos, o una dudosa actitud ante la condena del terrorismo y de todo tipo de opresión, debieran, al menos, descalific­ar a las opciones políticas que con mayor o menor evidencia lo tienen en su génesis, en su credo y en su fuero interno.

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