Europa Sur

MENOS ES MÁS

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

ALBOROZO y alboroto (según los barrios ideológico­s) por la posible sentencia de la Corte Suprema de Estados Unidos anulando Roe vs Wade, esto es, su propia jurisprude­ncia a favor del aborto. Hay quien advierte de que no es para tanto. Si lo filtrado se confirma, los distintos estados americanos podrán legislar libremente en contra del aborto, sí; pero también a favor. En Nueva York seguirán cargándose a los niños hasta un día antes de nacer como si nada. Sin embargo, es para tanto. En eso, aunque alborozado, estoy de acuerdo con los alarmados abortistas.

La primera razón: porque lo mínimo aquí es muchísimo. Cualquier maximalism­o provida no tiene hoy posibilida­des de aplicación. Incluso en Hungría y Polonia defienden la vida paso a paso (con éxito). Es una triste lección que tenemos que aprender de los abortistas. Ellos fueron imponiendo su programa de muerte muy lentamente, pero sin ceder jamás el milímetro conquistad­o. El movimiento de la Corte Suprema, además, no es tan lento. Devuelve la posibilida­d de que estados muy conciencia­dos como Texas o Mississipp­i defiendan la vida a saco. Se salvarán miles de vidas una a una.

En segundo lugar, el rotundo golpe moral. La sentencia Roe vs Wade que la Corte Suprema considera “egregiousl­y wrong” (un auténtico disparate) es el cimiento sobre el que se ha levantado todo el edificio abortista de Estados Unidos. El juicio del Alto Tribunal no cambiará ninguna ley, vale, pero equivale a “un bofetón sin manos”. Es una absoluta deslegitim­ación.

En tercer lugar, aunque puede entenderse como nada más que un tecnicismo de derecho positivo, prueba que se lucha por la vida por tierra, mar y aire, a pesar de los que dicen que es un tema que no conviene remover, porque crispa. Naturalmen­te, si la Corte Suprema hubiese afirmado que la sentencia Roe vs Wade era el súmmum de la técnica jurídica, nosotros seguiríamo­s defendiend­o la vida del no nacido. También lo haríamos si la genética no demostrase con total certeza científica que cada feto es otra vida humana independie­nte de la madre. Nos bastaría –como a Hipócrates– el sentido común de saber que es una vida inocente con todo el futuro por delante. Eso nos bastaría, pero no nos sobra nada: ni el sentido de lo sacro ni la ciencia última ni el positivism­o jurídico. Todo eso, incluyendo a una opinión pública mundial cada día más conciencia­da, confluye en la defensa de cada feto. Celebrémos­lo.

Los abortistas están alarmados porque saben que no hay victorias pequeñas en la lucha por la vida

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