DE MOROS Y CRISTIANOS
● Durante la segunda mitad del siglo XIV, restos de murallas y de mezquitas, así como viviendas, se fueron despoblando de sus gentes y poblándose de hierbas
ALGECIRAS no es una ciudad en la que se pueda ilustrar fácilmente al visitante acerca de su pasado histórico. Nuestra historia compartida por motivos de nacimiento, crianza o vivencias es la de una “Civitas condita ex lethaeo bis restavrata” (Ciudad fundada sobre el olvido y dos veces restaurada), como reza en su joven escudo desde que Luis Alberto del Castillo y otros ilustres algecireños lo redefinieron en 2015. Una lástima, porque no sólo nos hemos perdido el encanto de una villa andalusí luminosa, con un hermoso río acariciando los bordes de dos núcleos urbanos amurallados y unas cuantas mezquitas, baños públicos e industrias de salazón de pescado, sino porque además, tras muchas generaciones de conquistadores moros y cristianos no ha quedado casi nada de lo que fue y de lo que tuvo.
Cuando el rey castellano Alfonso XI conquistó la ciudad un Domingo de Ramos, el 26 de marzo de 1344, los meriníes abandonaron sus casas y sus calles, compungidos y escuálidos. Habían sufrido veinte meses de aislamiento y carencias, cercados por las tropas cristianas. Eran, como sus antecesores, los almohades, de origen bereber y se establecieron en nuestra ciudad, la primera del islam en la península, en 1275. En pocos años, quizás cuatro, el sultán meriní Abu Yusuf Yaqub abordó la tarea de construir una ciudad palaciega al otro lado del río, al norte de la villa vieja. Al Binya, dicen los expertos, que llamaron al nuevo recinto.
Alfonso onceno, a cuya memoria se nominó a la calle Convento, no llegó a suplir en el habla popular el viejo nombre de esta arteria urbana en la que se situaría nada menos que la Casa Consistorial, diseñada según un proyecto fechado en 1887, por un brillante arquitecto salmantino en plena madurez (tenía 47 años), Amadeo Rodríguez Rodríguez, que era el arquitecto municipal de Cádiz y lo había sido de Córdoba. El edificio, cuya construcción se presupuestó en 170.000 pts, se empezó a construir en 1892 y hubo de esperar diez años desde su concepción, hasta 1897, para inaugurarse. Fue al alcalde Rafael del Muro Joaristi al que le cupo el honor de estrenarlo, a poco de tomar posesión del cargo para el que sería nombrado tras un período convulso en el que le precedieron tres alcaldes que le habían, curiosamente, también sucedido.
Amadeo Rodríguez era muy conocido por importantes proyectos realizados, no con mucha fortuna, en Córdoba, a lo largo de los años setenta y ochenta del siglo XIX. Un gran hombre, Pedro López Morales, de origen riojano y espíritu emprendedor, sería providencial para Amadeo. Había llegado a Córdoba con veinticuatro años como comerciante de telas y paños, se casó pronto con una cordobesa e inició actividades financieras, primero como prestamista de dinero, creando el germen de lo que acabaría siendo la Banca Pedro López, absorbida en 1956 por el Banco Popular.
La banca privada cordobesa de Pedro López, una de las primeras en su género de nuestra historia, vivió en 1868 (el 19 de octubre, oficialmente) la llegada de la peseta. López Morales, que llegaría a administrar desde su banco, el monopolio de tabacos, fue en 1873 representante del Banco Hipotecario Español y comisionado del Banco de España en Córdoba. En 1871 compró frente a la iglesia de San Nicolás de la Villa, en la avenida del Gran Capitán, el solar en el que estaba un pequeño teatro, el Teatro Cómico, y encargó al arquitecto Amadeo Rodríguez la construcción de lo que sería el Gran Teatro de Córdoba. Antes de eso, Rodríguez había diseñado el proyecto de reconstrucción de la plaza de toros de la Ronda de los Teja
res, que estuvo funcionando entre 1846 y 1965, y fue derribada en 1971, como lo sería La Perseverancia, de Algeciras, cuatro años más tarde.
El alcalde Rafael del Muro –que le daría nombre a la calle Sacramento con el mismo poco éxito de Alfonso XI a la calle Convento– fue alcalde de Algeciras en tres ocasiones, todas ellas bajo el período constitucional del rey Alfonso XIII, durante la regencia de la reina María Cristina, cuyo nombre rotularía al parque por excelencia de Algeciras y a uno de los hoteles más bellos del mundo conocido, frente a la playa del Chorruelo. Muro fue alcalde durante dos años, a partir de 1891 y le sucedió Emilio Santacana Mensayas, el alcalde de la Conferencia de 1906. Santacana apenas si estuvo un año y fue sucedido por su hermano José, que compartió 1894 con otro regidor, Manuel Sanguinety.
En 1895 empieza la guerra de Cuba, que dura hasta 1898 y marca la decadencia definitiva del imperio español. Ese año vuelve a ser alcalde Rafael del Muro y enseguida cesa, siguiéndole tres alcaldes y volviendo, dos años más tarde, a repetir. Por poco tiempo, pues en un plis plas, una Real Orden lo sustituye por el ya excalde José Santacana. Eran tiempos de esos en los que Ignacio de Loyola aconsejaba no hacer mudanzas. Sanguinety volvería a ser alcalde en 1901 y Emilio Santacana en 1906 convirtiéndose éste, gracias a la Conferencia, en el único alcalde de Algeciras que dispone de una estatua; no obstante haber sido nombrado y no elegido, lo que hoy le habría condenado de modo irremisible y por mucho que hubiera hecho, al más profundo ostracismo. El monumento se erigió en 2006, a modo conmemorativo del centenario de la Conferencia, y está, como sabemos todos, en la rotonda del Hotel Cristina, junto a lo poco que queda de la muralla andalusí de la Villa Vieja.
La entrada en 1344 de las tropas castellanas y de sus aliados en Algeciras no sólo fue resultado de un largo y penoso asedio sino también producto de costosas maniobras militares por tierra y mar, que pueden conocerse con detalle debido a las numerosas publicaciones al respecto firmadas por medievalistas y estrategas. El día 26 de marzo Don Juan Manuel, príncipe de Villena, tomó posesión de las Algeciras precediendo al rey Alfonso XI. En junio de 1348 muere Don Juan Manuel y dos años más tarde el rey, víctimas de la peste negra que asoló Europa en ese tiempo, sin culminar la pretendida toma de Gibraltar. Era impensable entonces que los acontecimientos nos condujeran nuevamente a la pérdida de Algeciras veinticinco años más tarde, en 1369, tras un rápido asedio de apenas tres días.
Muhammad V de Granada se encontraba en un momento favorable a sus intereses y había conseguido la complicidad y el apoyo de portugueses y magrebíes, mientras que en Castilla andaban de conflictos familiares y guerras intestinas que sin embargo convergerían a la larga, en la llegada al trono de la gran reina Isabel, llamada después “La Católica”, que remataría para la historia, el mapa de España. Por lo que parece, Algeciras fue decayendo tras su reconquista por el islam, en el interés del reino de Granada. A pesar de que el rey nazarí no escatimó gestos de triunfalismo y celebraciones. Hasta el punto de que dedicó la construcción y embellecimiento del Patio de Comares de la Alhambra granadina a la reconquista de Algeciras. Su fiel Ibn Zamrak, poeta de la Corte, fue el encargado de pregonar el gran triunfo del islam al recuperar una plaza tan querida y celebrada. Sería el redactor de una inscripción alusiva a ese hecho en la puerta de acceso al patio, en la que se escribe, entre otras cosas: “Conquistaste a Algeciras por fuerza de armas, y abriste al socorro una puerta que estaba cerrada”.
Por lo que dicen los sabios, Algeciras debió de ir siendo abandonada y progresivamente destruida por sus reconquistadores musulmanes entre los años 1378 y 1388, como propone razonadamente el militar, estratega y medievalista jienense (cronista oficial de Villanueva del Arzobispo) Manuel López Fernández. Restos de murallas, de mezquitas y de viviendas al sur y al norte del río, se fueron despoblando de sus gentes y poblándose de hierbas y bichos por los siglos de los siglos. Aquellas tierras que tanto vieron y tanto vivieron, sobre las que se derramaron tantas vidas, quedaron a libre disposición de los vencedores. Mientras tanto Gibraltar se erigía en referencia, una vez que los moros fueron siendo obligados a ir ciñéndose cada vez más a Granada. Pero allí no arrasaron, simplemente esperaron a ser expulsados, como lo serían los gibraltareños algo más de dos siglos más tarde cuando la pérfida Albión y otros pérfidos y pérfidas tomaron la plaza ¡en nombre del rey de España!
Escrito en la Alhambra: “Conquistaste a Algeciras por fuerza de armas, y abriste al socorro una puerta que estaba cerrada”