HISTORIASDEALGECIRAS
AQUEL día del verano del 14, el carabinero José Almarcha Palomo fue informado de su traslado hacia la ciudad de Algeciras: “Causando alta en la próxima revista de agosto”. Aquí en el siempre lejano sur, le aguardaba la actividad lógica de todo importante puerto, y el tradicional -de general conocimientocontrabando de la zona. En aquella época existían políticos como Eduardo Barriobero, con el siguiente pensamiento: “Del contrabando alrededor de Gibraltar viven unas 3.000 familias y los contrabandistas que son hijos de Dios y herederos de su gloria, mantienen a los carabineros como los randas (rateros) a los jueces. Consecuencia, la anexión de Gibraltar redondearía el mapa de España; pero nos costaría 500 millones de pesetas anuales, el pan de 3.000 familias contrabandistas y el de 400 familias de carabineros”.
Manifestaciones aparte del republicano-federalista Barriobero Herrán, también aquel caluroso día de julio es muy comentado en nuestra ciudad, según los rumores de las personas que llegan desde Ceuta, que: “Dentro de algunas horas se iniciará un nuevo avance en el camino de Tetuán á Tánger”. Estos rumores no pueden ser confirmados oficialmente, dada la gran censura -según queja expresada de modo general- que ejerce la autoridad militar. Sobre este contexto y durante aquellos veraniegos días en los que Algeciras vuelve a ser protagonista a nivel nacional por la llegada de heridos y el embarque de nuevas tropas ante un grave resurgimiento del conf licto, se recuerda: “Aún se oye el rugir del cañón, aún siguen llorando las viudas, huérfanos y madres que perdieron sus seres más queridos en las últimas campañas que llaman operaciones de penetración […] hoy, a raíz de sangrientas luchas de traiciones de los indígenas de cosas que si la censura calla y prohíbe decir, determinan la repatriación de importantes unidades militares que, la verdad, indica necesidad en aquel ejército”.
Y en esa triste actualidad de llegadas de heridos o marcha de imberbes soldados a la sempiterna guerra del Rif se encontraba el vecindario algecireño, cuando quizá, y a través del telégrafo, implantado en nuestra ciudad por el Ministerio de la Guerra a finales del pasado siglo, destinándose al frente de la sección de Ingenieros Telegrafistas al teniente Jaime Coll, llegó la mala nueva siguiente: “Conf licto austro-serbio. Ruptura de Hostilidades. Movilización de los Ejércitos Europeos”. Había estallado la I Guerra Europea, o como se denominaría en el mundo anglosajón: la Gran Guerra.
Tal vez aquella triste, pero a la vez histórica noticia, cogió en su despacho al que fuera uno de los primeros responsables del servicio civil telegráfico -como jefe de líneasen nuestra ciudad, Gumersindo Esteban Rivero. Este magnífico