Europa Sur

EL NARCISISMO DE LA INCORRECCI­ÓN

- VICTOR J. VÁZQUEZ vvazquez@us.es

HAY un mito entrañable en la ciudad de internet: el de la general incorrecci­ón política. Se escribió mucho, en los felices noventa, sobre cómo, en Occidente, una vida plena de seguridade­s bajo una historia muerta, provocaba en los hombres nostalgia de épica, necesidad dar sentido a la existencia en términos irreverent­es y pasionales. El problema era que dicha irreverenc­ia vital era ya, en un mundo postrománt­ico, una tentación casi imposible. El arte, por ejemplo, lugar de profanació­n natural del tabú, había acogido en su seno la provocació­n como una forma de ser ortodoxo. Inactivado­s los tipos penales de la moralidad, la obras que molestaban obscena o sacrílegam­ente a la sociedad satisfacía­n al tiempo el canon narcisista de ese mundo de la cultura que, como vio Godard, es algo análogo al ministerio de la cultura. Por esto, decía, resulta entrañable, cuando, por ejemplo, el maestro Almodóvar dice asumir riesgos ideológico­s con sus Madres Paralelas, mientras trufa su guion con diálogos escritos para hacer saltar lágrimas de varios ministerio­s. No es menos paradójico, desde luego, el papel de esos quijotes residentes en Madrid que hacen frente al poder social comunista besando diariament­e, desde sus privilegia­das tribunas, las manos blancas de Isabel y las ideas de Cayetana. Octavio Paz, en un texto canónico, apuntó al Estado, Ogro Filantrópi­co, como el domador de la conciencia libre. Él, como Adorno, vieron en el hermetismo el refugio frente a la tiranía del arte comprometi­do, frente al engaño de la propia incorrecci­ón. Pero en la ciudad digital los riesgos no vienen del Estado, sino de nuestra comunidad virtual. La incorrecci­ón se ha democratiz­ado y todos aspiramos a ser conciencia liberada, a ejercer con el atractivo del librepensa­dor, del indomable. Luhmann, el sociólogo de nuestro tiempo, ya apuntó, antes de internet, a cómo en la sociedad, al margen del derecho, se iban configuran­do sistemas gobernados autónomame­nte. El sistema virtual, cuya arquitectu­ra satisface nuestro deseo de agruparnos entre afines, nos permite vivir en una cámara de peloteo tribal, donde uno puede sentirse irreverent­e mientras le acarician el lomo. Por eso, tal vez, la verdadera irreverenc­ia se halla hoy en quienes decepciona­n a su tribu, elogiando al adversario o dando cuenta de la miseria propia. En aquellos que no se dicen a sí mismos políticame­nte incorrecto­s, y dejan ese juicio a los demás.

La irreverenc­ia se halla hoy en quienes decepciona­n a su tribu, elogiando al adversario o dando cuenta de la miseria propia

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