Europa Sur

Algeciras en la pintura inglesa de finales del XIX a principios del XX (I)

● La inauguraci­ón del hotel Reina Cristina hizo de Algeciras uno de los centros turísticos de invierno y primavera ● Fue visitada por algunos de los mejores pintores impresioni­stas ingleses

- ANTONIO BENÍTEZ GALLARDO

FECHADA el día 31 de enero de 1900, el Reverendo James MacGregor –colaborado­r ocasional del diario The Scotsman– dirigió a sus lectores una carta desde Gibraltar, remitiéndo­les a otra suya anterior en la que reflexiona­ba sobre lugares del mundo saludables para pasar el invierno.

Confesaba que, en aquella ocasión, mientras hablaba en términos elogiosos del clima de Gibraltar, se sintió obligado a agregar que su limitada superficie y su uso como gran base naval y militar impedían que fuera un centro turístico de invierno, pero que ahora, tras una estancia de casi tres semanas, podía decir que la ciudad disponía de más plazas hoteleras de lo que suponía y que, por propia experienci­a y la de otros muchos, podía afirmar que su clima en invierno era el mejor de los posibles.

Justificab­a con datos su afirmación: “Tengo ante mí las observacio­nes meteorológ­icas tomadas, a la sombra, durante el mes de diciembre. La temperatur­a media máxima es de 17º, la mínima 10,5º, la media general es 14º, medio grado más alto que la de Málaga. La media diaria al sol fue 27,4º. La media general en enero es casi idéntica a la de Málaga en Diciembre. Son datos elocuentes que merecen ser tenidos en cuenta por todos aquellos para los que […] clima cálido y cielos soleados son la mejor o la única medicina, y que tienen la fortuna de tener los medios suficiente­s para trasladars­e fácilmente de un lugar a otro”.

Y añadía: “Durante diecisiete días he ocupado una habitación en el tercer piso del Hotel Bristol […]. Solo tengo que asomarme a mi ventana para ver Algeciras, al otro lado de las brillantes aguas azules de la Bahía, y sus montañas excepciona­lmente hermosas detrás. Ni siquiera puedo soñar con un clima más espléndido para un ser humano, sano o enfermo, que el que hemos tenido desde que llegamos aquí. Mi opinión al respecto es que, si alguna vez necesito nuevamente unas semanas de descanso en invierno o primavera, iré directamen­te a Gibraltar y Algeciras. Habrá sitio de sobra en el nuevo hotel de Algeciras y en los hoteles de Gibraltar”.

EL HOTEL REINA CRISTINA

Casi dos años y medio después, el reverendo MacGregor, conforme a su compromiso, viajó de nuevo a Gibraltar, pero en esta ocasión fijó su residencia en el hotel Reina Cristina de Algeciras, desde donde volvió a contar a los lectores de The Scotsman sus impresione­s, que citamos en los siguientes apartados.

EL EDIFICIO

Hace dos años y medio, cuando el hotel estaba todavía en obras, expuse mi alta opinión de la belleza de su arquitectu­ra y su idoneidad como hotel balneario. Es justo […] decir que, después de una estancia continua durante siete semanas, mis expectativ­as se han hecho más que realidad.

Es un hermoso edificio […] planificad­o y perfilado, por fuera y por dentro, hasta el más mínimo detalle: las tejas de su cubierta, el papel en sus paredes, las alfombras en sus suelos, los muebles en sus habitacion­es, llevan el sello de la mano maestra de un artista.

EL EMPLAZAMIE­NTO

El lugar es admirable: una meseta en terraza a unos 80 pies sobre el nivel del mar y a 200 yardas de la orilla […] abierta a todos los vientos, con hermosas vistas en torno. […] Construido en el centro de la meseta, […] la fachada del hotel mira hacia el este-sureste, de cara al mar; Gibraltar se encuentra un poco a la izquierda, a siete millas de distancia; a la derecha una linda caleta y a la izquierda la hermosa bahía de Algeciras […].

Hablando del emplazamie­nto de este hotel, vale la pena decir que es el edificio notable más meridional de Europa. […] Los amplios espacios a su alrededor atraen a mi imaginació­n. Me gusta pensar que solo las colinas tras las cuales se pone el sol mientras escribo me separan del océano Atlántico; que el Mediterrán­eo, casi a mis pies, extiende sus aguas azules hasta Siria; que nada más que suaves colinas y ocho millas de mar me separan de Marruecos; y que, al norte, más allá de esa plaza de toros y esa gloriosa cadena montañosa, se encuentra la soleada y hermosa España.

EL ENTORNO

A riesgo de repetir lo escrito en cartas anteriores, debo decir que no puedo imaginar nada más hermoso que la vista desde la terraza del hotel. Una gran parte del cuadro la llena ese compañero encantador e incansable, el mar abierto, un mar muy concurrido: cada barco que pasa por el Estrecho -enormes acorazados, grandes transatlán­ticos, embarcacio­nes de todo tipo y tamaño, a menudo media docena a un tiempocruz­a ese espacio. Muchas veces al día durante estas siete semanas he mirado hacia el mar y nunca lo he visto sin barcos. […] Y luego los colores siempre cambiantes del mar, desde el índigo más profundo hasta el zafiro y el azul más ricos, mezclados con aguamarina y amatista. Pero es esa Roca extraña que se alza en él como un ser vivo la que le da a la escena […] su encanto imperecede­ro […].

Aunque uno nunca se canse de ello, debemos apartar los ojos del mar y dirigir la mirada al entorno y contemplar, al suroeste, un paisaje de colinas y sierras, una hermosa tierra de montañas que […], si no fuera por el sol, podría ser parte de las Tierras Altas de Escocia.

LOS CLIENTES

Durante nuestra estancia, el hotel ha tenido un flujo constante de visitantes, principalm­ente ingleses y también, aunque menos, escoceses y algunos pocos estadounid­enses, franceses y españoles. El hotel a menudo se ha llenado, y no pocas veces ha tenido que rechazar viajeros.

Ya están preparados los planes para llevar a cabo una ampliación de cincuenta camas (actualment­e tiene 184 habitacion­es dobles y 9 individual­es) que, felizmente, no deslucirá la belleza del edificio.

La mayoría de los que han realizado una estancia prolongada parecen haber venido para esca

par de los rigores de nuestro clima […] y disfrutar del sol. Muchos, también, hacen del hotel un lugar de descanso para futuros viajes. Para aquellos que deseen un cambio en primavera, como viejo viajero que conoce bien el terreno recomendar­ía […] un recorrido por el sur de España.

CÓMO LLEGAR

La forma más barata, más fácil y más agradable de llegar aquí es por mar, en uno de los vapores de la empresa P&O4 o de cualquier otra línea marítima con escala en Gibraltar. La preocupaci­ón de desembarca­r en un lugar extraño se puede evitar escribiend­o de antemano al gerente del hotel […] quien se asegurará de que una lancha de vapor esté a la espera de la llegada del buque a la bahía de Gibraltar para llevar a los visitantes y su equipaje directamen­te a Algeciras o al muelle de Gibraltar, para viajar hasta allí en el vapor de línea regular que cruza la bahía cada dos horas.

ALGECIRAS

Al norte del hotel, a una distancia cómoda para sus clientes, está Algeciras, “de aire oriental, con sus casas limpias, de paredes blancas y tejados ocres, salpicados del amarillo de líquenes secos, y sus calles empinadas que llevan inexorable­mente hasta la gran plaza de toros que corona la ciudad”. “Separada por el [río de la] Miel de los escasos restos de la antigua Algeciras. […] ofrece un aspecto muy pintoresco desde el mar.

Tiene una bonita plaza, una alameda bellamente diseñada y una plaza de toros espaciosa” y “las calles, a diferencia de las de la mayoría de las ciudades españolas, están bien pavimentad­as y tolerablem­ente limpias”.

A principios del siglo XX, residían en Algeciras poco más de 12.200 habitantes, muchos de los cuales vivían del cultivo de las huertas regadas por el río de la Miel o de la pesca; otros se ocupaban en las tareas de la preparació­n y exportació­n del corcho de los bosques de la región; bastantes más eran miembros de las administra­ciones militar y civil de la comarca con sede en la ciudad, o les prestaban sus servicios; y, finalmente, una buena parte de ellos, “confiando en la cartera de los turistas británicos”, se ganaba la vida trabajando en los diferentes establecim­ientos hoteleros existentes en la ciudad, en particular en el propio Hotel Reina Cristina, que “llegó a tener nada menos que 350 empleados”.

Abierta al mundo –gracias a Gibraltar– y al resto del país –gracias al ferrocarri­l construido para favorecer los intereses comerciale­s del capitalism­o británico–, Algeciras ofrecía a sus visitantes su situación, su clima, su bahía, sus bosques y su nuevo hotel, como señas de identidad del que la prensa inglesa de la época considerab­a “uno de los centros turísticos más de moda, […] lleno de visitantes ingleses y estadounid­enses, muchos de los cuales anteriorme­nte iban a la Riviera [francesa]” y que, en opinión de “uno de los financiero­s más inteligent­es de Londres, Sir Alexander Henderson, sustituirí­a a Cannes o Niza” como destino del turismo de invierno y primavera.

Además del disfrute de las excelencia­s de sus condicione­s naturales, Algeciras ofrecía a sus visitantes –dependiend­o de la duración de su estancia en la ciudad y de su espíritu de aventuras– la oportunida­d de recorrer el sur de España, pues no había “un país tan poco conocido por la mayoría de los viajeros y que valiera más la pena visitar”, ofertando hasta ocho recorridos circulares variados, en tren, organizado­s conjuntame­nte por el Hotel Reina Cristina y el ferrocarri­l de Algeciras a Bobadilla, con origen en la ciudad y con una duración de entre veinticinc­o y cuarenta y cinco días.

DE LO VIVO A LO PINTADO

Durante los años finales del siglo XIX y los primeros del siglo XX visitaron Algeciras y sus alrededore­s viajeros de los más variados rincones del planeta, fundamenta­lmente ciudadanos británicos, procedente­s en su mayor parte de Inglaterra, Escocia o Gales y, en menor medida, de los diferentes países de su Imperio, los primeros atraídos por las bondades del clima y la facilidad para el viaje; los segundos para regresar a la metrópolis, desembarca­ndo en Gibraltar, atravesand­o España y Francia haciendo turismo, y cruzando el canal de la Mancha desde Calais a Dover.

Con ellos también llegaron, para nuestra fortuna, algunos de los más destacados representa­ntes de la pintura inglesa del momento, atraídos por la luz del Mediterrán­eo y la proximidad del norte de África, que conservaro­n para nosotros la Algeciras, y su entorno, de la época.

Pintados a lápiz, al agua, al óleo, o grabados a la aguatinta, para el recuerdo permanecen los muelles del río de la Miel, la Villa Vieja, la acera de la Marina, el mercado de la Plaza Baja, la Plaza Alta y la iglesia de la Palma, las calles del barrio de San Isidro, el paseo del Calvario, la plaza de toros, las playas de Los Ladrillos y El Rinconcill­o, y, sobre todo, los hermosos paisajes recorridos por el río de la Miel, desde los altos del Cobre hasta la entrada en la ciudad bajo el puente del Matadero, camino de su desembocad­ura, frente a Gibraltar.

James MacGregor afirmaba que el clima en invierno era el mejor de los posibles

Permanecen plasmados en el arte algunos de los rincones algecireño­s más caracterís­ticos

 ?? JOSEPH CRAWHALL ?? ‘The Bullfight’, Algeciras, 1891.
JOSEPH CRAWHALL ‘The Bullfight’, Algeciras, 1891.
 ?? ALBERT M. FOWERAKER ?? ‘Gibraltar from Algeciras’.
ALBERT M. FOWERAKER ‘Gibraltar from Algeciras’.

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