Carracci en Piazza Navona
El Prado expone las pinturas que Annibale Carracci pintó, a inicios del XVII, para la capilla Herrera de la iglesia romana de Santiago de los Españoles
Desde el 8 de marzo pasado y hasta el próximo 12 de junio se exponen en la Sala C de El Prado los frescos que Annibale Carracci pintó, muy a comienzos el XVII, para la capilla Herrera de la iglesia romana de Santiago de los Españoles, la cual se encontraba en la Piazza Navona, frente a la iglesia de Santa Inés, muy próxima a la fuente de Neptuno, como puede verse en el lienzo de Van Wittel, de 1699, con que se abre la muestra.
SANTIAGO DE LOS ESPAÑOLES
Según recuerda Andrés Úbeda de los Cobos, comisario de la exposición y director adjunto de conservación del museo, los frescos estaban dedicados a la vida y milagros de San Diego de Alcalá, un monje franciscano de San Nicolás del Puerto, y fueron encargados a Carracci por el banquero palentino Juan Enríquez de Herrera, en gratitud por la sanación de su pequeño hijo Diego.
Posteriormente, la iglesia de Santiago, de factura renacentista, sería abandonada por la legación española en Roma, en favor de la iglesia de Monserrat, lo cual supuso una paulatina y constante degradación del templo, hasta que pasó a ser de titularidad francesa, ya desacralizado, a finales del siglo XIX. Será
entonces cuando adopte el actual nombre de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, pero sin rastro de su antiguo y hermoso diseño.
A este largo abandono de Santiago de los Españoles, reformado por Sangallo el Joven a primeros del XVI, se deberá la extracción de los frescos de Carracci de su capilla originaria, practicada en 1833. Una extracción que estuvo a cargo de Pellegrino Succi, bajo la dirección del escultor Antonio Solá, y cuyo traslado a España no tendrá lugar
hasta 1850, embarcándose los frescos en Civitavecchia con destino a Barcelona. Nueve de los frescos se quedarán en la Ciudad Condal, mientras los siete restantes continuarían camino hacia Madrid. El cuadro del altar, un oleo sobre tabla titulado San Diego de Alcalá intercede por Diego Enríquez de Herrera, de compleja atribución, se quedará en la iglesia de Monserrat romana, donde aún permanece. Son todas estas piezas, dispersas desde hace dos siglos, y restauradas convenientemente, las que se reúnen, por primera vez, en el Museo del Prado, emulando su disposición originaria.
DISPOSICIÓN DE LAS PINTURAS
La exposición busca mostrar al visitante cómo se disponían los frescos de la capilla Herrera, desde la entrada a la planta baja, la cúpula y la linterna. Estos niveles se exponen horizontalmente, en distintas salas, para distinguir con mayor detalle y atención cada uno de los estratos. Por otra parte, el modo original en que se hallaban distribuidos los frescos se conoce por las estampas de los libros de exequias que se editaron con motivo de las honras fúnebres a los reyes de España (en este caso concreto, las exequias de Luis I), y que tuvieron lugar en Santiago de los Españoles. Gracias a estas ilustraciones, se puede conocer parcialmente el aspecto que presentaba la capilla en el siglo XVIII y, en consecuencia, el lugar concreto de algunos frescos.
LA AUTORÍA DE LOS FRESCOS
Esta disposición de El Prado permite apreciar fácilmente tanto el diferente estado de conservación de los frescos, muy desigual, como la distinta autoría de las obras. Pero también la propia técnica de la pintura al fresco, tan opuesta a la reposada y undosa pintura al óleo. Como es sabido, Carracci cayó enfermo de gravedad al poco de iniciarse el proyecto (de hecho, el pintor boloñés moriría en 1609, en el ápice de su trayectoria), siendo así que pueden distinguirse distintas manos en el proyecto, desde su discípulo predilecto, Francesco Albani, al joven Giovanni Lanfranco, al que Úbeda de los Cobos atribuye cierto protagonismo.
La exposición viene acompañada de los dibujos donde se esbozaron previamente los frescos, lo cual permite apreciar los cambios que se dan entre su concepción y su ejecución, así como los diferentes grados de maestría en una empresa de esta índole, necesariamente colectiva, pero agravada en este caso por la enfermedad de Carracci. Un maestro, recordémoslo, que venía de alcanzar la gloria en los frescos de la galería del palazzo Farnese, y que se dirigió apresuradamente hacia la muerte.