Europa Sur

PUIGDEMONT Y LA ATLÁNTIDA

- MANUEL GREGORIO GONZÁLEZ

CADA vez sabemos más cosas del molt honorable Puigdemont y sus vinculacio­nes a Rusia. Queda por averiguar hasta qué punto conocía el CNI la operación golpista, como era su obligación, y por qué el Gobierno de España concedió el indulto a estos patriotas del paneslavis­mo, a sabiendas de que lo eran. Mientras, unos científico­s de la universida­d de Granada, con ayuda de científico­s rusos, han descubiert­o que la cuestión de la Atlántida, el continente perdido, igual no era tan imaginario como nos parecía en Platón. Lo cual nos lleva de vuelta a don Carles y a la Atlántida ribereña con la que soñaba. Una Atlántida que se parecía más a una Suiza con criptomone­das, pero que, en cualquier caso, se ofrecía como un acogedor concesiona­rio ruso.

Queda clara, una vez más, la naturaleza espuria del nacionalis­mo, cuya enemistad con las libertades civiles es bochornosa­mente manifiesta. En este sentido, una de las grandes contribuci­ones a la democracia europea sería editar las obras de don Sabino Arana, escalofria­nte racista, hoy extrañamen­te inencontra­bles. Y también la nutrida literatura xenófoba que abundó en la Cataluña de finales del XIX, henchida de un robusto folklorism­o. Por esa misma época Verne soñará con la liberación de los pueblos oprimidos, a cuya cabeza marcha el intrépido capitán Nemo, y a quien Montaut dibujaría, en una inolvidabl­e ilustració­n, contemplan­do las ruinas sumergidas de la Atlántida, mientras son devoradas por un volcán cercano. Ese sueño de la Atlántida, envilecido por la estupidez, es el que aún sueñan Puigdemont y quienes postulan una idea mezquina y estrecha de pureza, incompatib­le con la democracia, con resultados tan poco poéticos como los que hoy vamos conociendo, no sin estupor y sin cansancio.

Según el geólogo Fernando Bea, encargado de analizar los datos extraídos por científico­s rusos del fondo del Atlántico central, es probable que los pequeños continente­s ya estuvieran habitados, incluso por el homo sapiens, cuando desapareci­eron, hace algunos miles de años, bajo el agua. Lo cual hubiera originado con facilidad al mito platónico de la Atlántida; y en consecuenc­ia, una primera forma de esa pulsión humana del regreso, que también hemos conocido en el Edén, la Edad de Oro, el Jardín de las Héspérides, en la infancia neurótica y freudiana, y así hasta llegar a esta Suiza post-soviética de nuestros golpistas, en la que late, oscurecido por la memez, un eco de la primera luz del mundo.

Queda clara la naturaleza espuria del nacionalis­mo, cuya enemistad con las libertades es bochornosa­mente manifiesta

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