Europa Sur

‘FAKE’ SOVIÉTICO

- JUAN M. MARQUÉS PERALES

LA Inteligenc­ia militar ucraniana también escucha a los soldados rusos hablar con sus madres. “Viven como los europeos”, se sorprenden los chavales a los que Vladimir Putin ha enviado al matadero; por eso roban en las casas y entran en los supermerca­dos, Ucrania es de los países más pobres del continente, pero su economía venía creciendo desde que el dictador se quedó con Crimea. Sólo he estado una vez en un país de régimen comunista, en el Berlín oriental de poco antes de la caída del Muro, y lo que más me llamó la atención fue, en efecto, la ausencia absoluta de comercio.

Con los 30 marcos de la RDA que obligaban a cambiar antes de cruzar el Muro, sólo pude entrar en una supuesta librería internacio­nal donde venían textos de todo el mundo. Del ámbito español, sólo había libros de poesía de Cuba y algún infumable marxista de la isla de Castro. En la Alexander Platz había una heladería, pero se debía respetar una enorme cola de locales y militares vietnamita­s, y en Unter der Linde vendían unas 20 latas de caviar, que se apilaban en forma de pirámide en un escaparate tan grande como el escenario del Maestranza. Habría pasado por una obra de arte moderno.

Volví de regreso al Berlín occidental con unos 20 marcos con la cara de Marx. Crucé el Muro, que en realidad era un callejón f lanqueado por soldados en disposició­n de disparar, y un libro –creo– que de José Martí. Siempre me pregunté por qué, como en la RDA o en Cuba, así como en todos los países comunistas, la gente quería salir, y no la dejaban, y nunca al revés.

La URSS no fue otra cosa que el modo comunista del imperio ruso, una potencia hegemónica en medio planeta que sólo evitaba el desprestig­io de esa cruel dictadura mediante una potente estrategia de propaganda. Putin no ha inventado nada nuevo, las fakes son tan antiguas como la guerra. Aquellos esbirros de Moscú enviaban en el mundo occidental prescripto­res del comunismo a los que era difícil no creer, pienso en los intelectua­les franceses, en García Márquez o en Silvio Rodríguez, paradigma del propagandi­sta perfecto, porque sus letras y su voz tapaban toda la mierda que pregonaba. Cantaba que en Nicaragua se rompió otro hierro caliente de la cadena imperialis­tas de los Estados Unidos, pero este país centroamer­icano, gobernado aún por el mismo sátrapa, es una prisión donde se encarcela a todos los opositores. En El Topo, de John Le Carré, el traidor, el sastre, asegura: “Tenía que elegir bando, pero Occidente se ha vuelto feo”. Y hasta llegamos a creerlo.

Silvio Rodríguez ha sido el propagandi­sta perfecto, porque sus letras y su voz tapaban toda la mierda que pregonaba

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