Cornalones, astifinos... y ruinosos
● La aparatosa corrida enviada por El Torero, quinceña, áspera y brusca, ofreció un juego pésimo y arruinó el festejo ● Ferrera, Luque –ambos llegaban de triunfar en Sevilla– y Caballero se estrellaron ante una torada imposible
Una corrida de aparatosas y astifinas cornamentas, pero con la aspereza defensiva y el sentido de sus casi seis años, anuló ayer cualquier posibilidad de lucimiento de la terna en la quinta corrida de abono de la feria de San Isidro.
Porque la única ovación que escuchó un matador a lo largo de tan opaca tarde fue la que se tributó a Gonzalo Caballero antes siquiera de que saliera el primero de los armadísimos cinqueños de El Torero, transmitiendo el ánimo de los aficionados en la que era su vuelta a Las Ventas tras la grave cornada sufrida en este mismo ruedo a finales de 2019.
El joven madrileño volvió a pasar ciertos apuros con su primero, un toro alirado de cuerna como los de las vasijas cretenses, que, rajado y brusco, arrollaba camino de la querencia de tablas, pero acabó haciéndole la faena mas compuesta de la corrida al sexto, que al menos, sin clase y a empujones, mantuvo alguna inercia en sus arrancadas.
Caballero, siempre asentado y paciente, aprovechó la fuerza de esos primeros arreones, evitando siempre que el último de los toracos le punteara la tela, lo que le posibilitó finalmente ligarle la única tanda de pases con cierto empaque y temple que se pudo ver en las dos horas de festejo.
Con una corrida tan armada, con esos afiladísimos pitones que sólo usaron, con genio y hasta sentido, para defenderse a tornillazos y no para atacar los engaños, Antonio Ferrera hizo valer su buen oficio para intentar, al menos, atemperar tanta aspereza, lo mismo con el geniudo calcetero que abrió plaza que con el violento veleto que hizo cuarto, al que mató de un hábil e intencionado bajonazo.
El segundo comenzó ya antes que sus hermanos a tropezar la muleta de Daniel Luque, quien, sin acertar a corregirlo, vio cómo el defecto se acrecentaba en un trasteo insistente pero plagado de enganchones.
Y ni siquiera el sobrero de Montealto supuso una alternativa a la media de la corrida, pues, de feas hechuras, pronto se paró reservón y sin celo, no dejando más opción al reciente triunfador de la Feria de Sevilla que machetearlo cuanto antes.
Ni siquiera un sobrero de Montealto elevó la paupérrima media que dieron los cinco titulares