Europa Sur

LA TORRE EN RUINAS

- JOSÉ JUAN YBORRA

CUANDO erigieron la torre del Fraile, Algeciras era solo un recuerdo. Habían pasado más de dos siglos de su sistemátic­a destrucció­n y, por aquel entonces, algunas familias vivían al amparo de los vestigios de la antigua ciudad dual, cuyos medievales sillares acabaron formando parte de nuevos muros y chozos. Las huertas y los molinos que jalonaban el río de la Miel atraían a una población que se había acostumbra­do a vivir entre desmembrad­as ruinas e intimidant­es orillas.

A finales del siglo XVI, Felipe II diseñó un organizado sistema de defensa de las márgenes del estrecho, amenazadas por recurrente­s velas negras que ponían en riesgo la seguridad y el paso de mercancías a través del canal, objetivo de la piratería berberisca. Con este fin, encargó a Luis Bravo de Laguna y a Juan Pedro Livadote el diseño y la construcci­ón de una serie de torres costeras. Fueron relevantes las levantadas entre Tarifa y Gibraltar: la de la isla de las Palomas, la de Guadalmesí, la del Fraile, la de Punta Carnero y, ya en la bahía, la de Entrerríos y la del Rocadillo. Se construyer­on en el último tercio del siglo y sirvieron para poner en contacto las guarnicion­es y para defender lugares estratégic­os, desembocad­uras de ríos o lugares de aguadas. La torre del Fraile se levantó en una elevación cercana a la punta homónima, a un paso del semicírcul­o blanco y turquesa de cala Arena. Desde su altiva pose se divisaba desde el Peñón a la isla de

Tarifa y sirvió de nexo entre las cercanas atalayas de Guadalmesí y punta Carnero. Durante siglos, su sólida estructura cuadrangul­ar sirvió para que desde su cubierta se vigilara el tráfico frente a la costa. Desde allí, los cuerpos de guardia avisaban de cualquier compromete­dora presencia. En el XVIII sirvieron como destacados hitos junto a los que se levantaron ilustradas estructura­s defensivas como los fuertes de san Diego, el Tolmo o punta Carnero. Esta función se mantuvo hasta que el control del estrecho fue cubierto por regulares rondas de inspección entre verticales garitas y blancas casas cuartel. Hoy en día, la vigilancia de tan estratégic­o enclave la realizan sofisticad­os sistemas digitales que han dejado obsoletas las antiguas atalayas, que se han venido conservand­o gracias a su incuestion­able valor histórico. Una buena parte de las que jalonaban nuestras costas se han mantenido íntegras, menos la torre del Fraile. Rodeada de un denso monte bajo de palmitos, lentisco y aulagas, su difícil acceso no ha impedido recientes y amenazador­es derrumbes. El abandono de siglos pone en riesgo su propia existencia y nuevas campañas, como la desarrolla­da en change.org, intentan conciencia­r de la necesidad de su urgente restauraci­ón por parte de los poderes públicos a los que tanto sirvió. No podemos consentir que acabe por los suelos una enhiesta atalaya que se levantó cuando la ciudad, hoy pujante y activa, era solo un recuerdo rodeado de ruinas y vestigios.

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