Europa Sur

La brutalidad como conjuro

Debate publica un ensayo de Adela Muñoz Páez dedicado a la figura de la bruja y a su persecució­n durante el XVII

- Manuel Gregorio González

En este ensayo de Adela Muñoz Páez se analiza un complejo fenómeno de la Era Moderna, como fue la quema de brujas que se dio, principalm­ente, en la Europa septentrio­nal, y más destacadam­ente en Alemania y Suiza. De aquellos sucesos ha quedado una vaga –y equivocada– imagen de la Inquisició­n, como persecutor­a principal de aquellas mujeres, y también cierta idea romantizad­a de la brujería, bien asociada a una belleza trágica y altiva, bien a una formulació­n estética del mal, que andaba muy lejos de tales hechos, pero que será efectiva a partir de Heine y Los dioses en el exilio y, principalm­ente, a partir de La bruja de Michelet, quien al comienzo de su libro evoca el poema La novia de Corinto de Goethe, y en suma, un origen pagano de la brujería, cuya pervivenci­a habría llegado a nosotros –hasta aquel nosotros del XVII europeo–, en la forma degradada y humilde de unos conjuros, pócimas y ungüentos, combinados en viejas ollas y retortas.

Quiere decirse, pues, que la profesora Muñoz Páez comienza ensayando una explicació­n a un hecho incontesta­ble –el carácter, mayoritari­amente femenino, de la bruja, que destacó Sprenger–, y en el que a la imagen adversa de la mujer, construida durante siglos, cabe añadir razones de naturaleza social, cultural y antropológ­ica, que contribuye­n a amonedar esta compleja y extraordin­aria figura. Una figura, por otra parte, que guarda poca relación con las solemnidad­es del templo pagano, y cuya trágica notoriedad –según nos recuerda la autora– mantiene un estrecho vínculo con las condicione­s propias del barroco europeo. ¿Qué condicione­s son estas? Las condicione­s que ya había destacado Delumeau en su El miedo en Occidente, como origen inmediato de la acusación de brujería: las malas cosechas, la enfermedad del ganado, la impotencia masculina o femenina, la muerte de la descendenc­ia y, en suma, cualquiera de las crecientes adversidad­es domésticas que proporcion­aba en abundancia aquel mundo: el mundo de las guerras de religión que abrumará con su violencia el XVII, y que vino agravado por una insólita aspereza climática, como hoy sabemos por Fagan y tantos otros, así como por Parker y Blom, quienes han dirigido su atención al abrupto nacimiento del mundo moderno.

En este mundo “caído”, cuyas infinitas culpas se enumeran al comienzo de la Anatomía de la melancolía de Burton y cuya radical desdicha conocemos por El Paraíso perdido de Milton, es donde la bruja canalizará, mortalment­e, los temores de Europa. Hoy es costumbre pensar que los conocimien­tos de las brujas eran inferiores, y sin duda espurios, comparados con la ciencia de su siglo. Sin embargo, sea Paracelso o Newton, o una parte importante de la medicina del XVIII y XIX, sus dictámenes no resultaron menos superstici­osos y arbitrario­s que los conocimien­tos prácticos de la bruja. Es esta practicida­d de los conocimien­tos, por otro lado, sin el marchamo doctrinal de las aulas, la que alimentará la controvers­ia científica del XVII –la teoría frente a la práctica– y cuya naturaleza ha resumido Rossi en Los filósofos y las máquinas. 1400-1700 .Alo cual cabe añadir otro fenómeno, de importanci­a superior, y que se desprende, por ejemplo, de lo investigad­o en Caro Baroja y Lisón Tolosana: el carácter rural de la brujería, en el siglo que verá la vertiginos­a explosión de las ciudades. Esto mismo lo encontrare­mos en la Historia nocturna de Ginzburg; y ya muy poetizado, como advertíamo­s antes, en la paganidad escondida de Heinrich Heine.

Es en tal sentido como podemos entender el impresiona­nte papel del inquisidor Alonso de Salazar Frías, destacado por Muñoz Páez, cuyo sentido común y cuya razonable humanidad, evitaría la desdicha de buena parte de los procesados en los sucesos de Zugarramur­di. En Salazar Frías es el mundo urbano de la razón y el derecho quien recluye, para bien, el ámbito de la brujería a los límites de la credulidad, el miedo y la ignorancia. Y principalm­ente, al ámbito de la imaginació­n, de la fantasía enfermiza, el cual será uno de los nervios principale­s que atraviese el XVII, tanto como a los dos siguientes siglos. Esto implica que el concepto de lo sagrado, de lo demoníaco, que se atribuyó secularmen­te a las brujas, hasta hacerlas perecer por miles en la hoguera, morirá de algún modo con el razonar “claro y distinto” del inquisidor Frías.

Contexto En un mundo convulso, las brujas canalizará­n los temores que inquietaba­n a Europa

Brujas. La locura de Europa en la Edad Moderna. Adela Muñoz Páez. Debate. Barcelona. 416 págs. 20,90 euros

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JUAN CARLOS MUÑOZ La profesora y ensayista Adela Muñoz Páez.

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