Europa Sur

CORREAL, DE PASO

- MANUEL GREGORIO GONZÁLEZ

UNO se alegra de que le den a Francisco Correal la medalla de oro de Sevilla, no por la crisis que ya se cierne sobre nosotros (supongo que el oro será razonablem­ente testimonia­l), sino porque con él se premia una forma particular de cronismo urbano, minucioso, cordial y ambulatori­o. Siempre que veo a Francisco Correal, calle Feria arriba o abajo, o sentado en algún banco de la Plaza Nueva, o apostado en el interior del tranvía observando al paisanaje, me acuerdo de cómo definía Umbral a su maestro Gómez de la Serna, “el

andarín de su órbita”, tomando el título prestado de Juan Ramón Jiménez.

Este andar reposado, incesante, siempre a la espera de lo insólito, es el modo particular­ísimo con el que Correal ha querido ir contando el mundo, siendo así que su mundo no es un mundo cualquiera (y no lo digo porque sea el micromundo inagotable y mayúsculo de lo hispalense), sino porque la escritura de Correal viene asistida por secretos lazos, por una invisible urdimbre, sobre la que todo reposa con naturalida­d, siempre, eso sí, que uno sea Francisco Correal y sepa “ver en lo que es”, como decía el filósofo, y no atraviese el día ciego y ufano, como es costumbre entre nosotros. Los lectores de Correal sin duda saben de su predilecci­ón por el fútbol, y de la admirable soltura con que recuerda alineacion­es de los tiempos de

Uno sospecha que Correal ve más y mejor que los demás, y que si no lo dice es por no entristece­rnos

Pirri. Sin embargo, esta memoria no es solo un alarde que causa estupor entre quienes no disfrutamo­s de su retentiva; es también, y principalm­ente, el fabuloso sustento con el que Correal va anudando nombres y sucesos hasta concluir una imagen ignorada del mundo. Una imagen que no está, en absoluto, exenta de bondad, de una bondad profunda y volandera. Y de la que tampoco se halla ausente la magia.

En alguna ocasión, Correal y servidor de ustedes, gallegos vocacional­es, nos hemos detenido a hablar del gran Álvaro Cunqueiro y del modo en que traía a sus artículos, con grave y melancólic­a alegría, la dorada hilatura de las cosas. Creo que Correal practica una hechicería pareja. Y no solo en el sentido de ir revelando los vínculos con que la vida esconde su secreto. En un sentido mayor y más profundo, la cualidad que prima en Correal es la pausada alegría, la sobrecogid­a inocencia con que lo observa todo. Uno sospecha que Correal ve más y mejor que los demás, y que si no lo dice es por no entristece­rnos. Ahora, con la medalla, quizá quiera confesárno­slo. O quizá no, y quede este misterio temblando sobre el aire.

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