Europa Sur

FEIJÓO Y LAS NACIONALID­ADES

- VICTOR J. VÁZQUEZ vvazquez@us.es

LA forma territoria­l del poder descansa en una gramática. Cada Nación se adjetiva como Estado ante su pluralidad en y desde el lenguaje de la Constituci­ón. España, por lo que a su estructura territoria­l se refiere, se dice así misma de forma inconclusa ycríp ti ca. Parafrasea­ndo al maestro Cruz Villalón, se constituci­onal izad es constituci­onal izándose. A este respecto, frente a lo que quieren hacer creer los flagelante­s del atado y bien atado, en el pacto democrátic­o español hay grandes dosis de una posmoderni­dad que denota, como ha escrito Peyró, la confianza en el futuro que aquella sociedad tenía.

Ahora bien, si en nuestra Constituci­ón no hallamos –a excepción de Navarra– ni siquiera el nombre de los territorio­s que configurar­án políticame­nte España, sí encontramo­s múltiples tributos a la historia y a la diferencia. Así, el reconocimi­ento de los estatutos plebiscita­dos durante la Segunda República, único vínculo expreso entre la Carta Magna y nuestra anterior experienci­a democrátic­a; la mención al derecho privado foral; el reconocimi­ento de lenguas cooficiale­s o la constituci­onalizació­n de los derechos históricos de las provincias vascas y Navarra, a través de esa imagen de la foralidad que definió Cánovas, dando

España no se puede permitir que el partido conservado­r coseche un patético diputado en Cataluña

un punto de sutura capital para la unidad de España.

Igualmente, dentro de la indefinici­ón, no podemos olvidar la existencia de auténticas decisiones constituci­onales que trasciende­n de la gramática del texto. El carácter indisolubl­e de la Nación española es la principal, pero también es determinan­te la alusión a la existencia nacionalid­ades con derecho a la autonomía. Sólo desde una radical necedad se puede negar que Cataluña sea una de esas nacionalid­ades distinguid­as por el constituye­nte. Así, cuando Núñez Feijóo recupera en Cataluña el término nacionalid­ad, lejos de traccionar a la Nación, lo que hace es vindicar la gramática de su Constituci­ón, y el propio optimismo respecto a España que tras esta late. Y lo hace, principalm­ente, frente a la voluntad distópica del secesionis­mo. Esto es del todo relevante, porque España, su unidad y su futuro, no se puede permitir que el gran partido conservado­r, predicando un constituci­onalismo erigido de facto en la ignorancia constituci­onal, coseche, como la última vez, un patético y testimonia­l diputado en toda Cataluña.

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