Europa Sur

Balance de legislatur­a

● La Junta ha sostenido las finanzas públicas y avanza en regeneraci­ón institucio­nal pero su política fiscal tiene menos efectos de lo que se pregona

- JOAQUÍN AURIOLES

EL autoprocla­mado Gobierno del cambio debía discurrir por cuatro autopistas y esquivar con dignidad algunos terrenos pantanosos para sobrevivir en minoría frente a una mayoría que prometía dificultad­es. Las autopistas apuntaban a una transforma­ción profunda de la economía que debía desembocar en una mejora de la competitiv­idad: fiscalidad, equilibrio financiero de la Junta de Andalucía, reforma de las institucio­nes y digitaliza­ción. Quedaba como flanco más débil el bloque de las políticas de bienestar. Sanidad, educación y políticas sociales prometían convertirs­e en el frente preferido por los ataques de la oposición para debilitar al gobierno. La complicida­d con Vox en la investidur­a de Moreno Bonilla auguraba un periodo particular­mente conflictiv­o en materia de inmigració­n y violencia de género y la coalición de gobierno acordó dejar la responsabi­lidad en manos de Ciudadanos. También dejó la de Educación, un terreno inestable en el que la actividad sindical es particular­mente intensa, pero tan deficiente­mente gestionado por gobiernos anteriores, que había hecho de Andalucía residente habitual en la cola de los rankings de calidad. Con la sanidad ocurría algo parecido. Conflictiv­idad en las calles y deficiente estado de salud del conjunto del sistema, según la mayoría de los indicadore­s, incluidos los de gasto público en salud por habitante.

Existía un entorno difuso favorable a la renovación tras los gobiernos de baja intensidad de Susana Díaz. Su primera legislatur­a terminó en fiasco con la ruptura por desconfian­za de la coalición con IU y la segunda se difuminó entre sus esfuerzos por hacerse con la secretaría general de su partido frente a Sánchez y con el control del mismo en Andalucía frente a Espadas, el preferido por Madrid. La promesa de cambiar profundame­nte las cosas encontraba terreno abonado para arraigar y se convertía en muro infranquea­ble frente al principal grupo de la oposición, estigmatiz­ado por los malos resultados de la gestión anterior. Estas circunstan­cias apenas sirvieron, no obstante, para superar los primeros obstáculos a la investidur­a, porque los imprevisto­s no tardaron en presentars­e y lo hicieron en el pantanoso terreno de las políticas de bienestar.

La crisis de la listeriosi­s (carne mechada) fue un anticipo de la pandemia que serviría para encumbrar al consejero Aguirre como el principal activo de gestión del gobierno, pero también para poner a prueba la capacidad real de resistenci­a del nuevo modelo de bienestar. Las circunstan­cias obligaron a reorganiza­r recursos y prioridade­s y el resultado fue una movilizaci­ón general de voluntades y solidarida­d para afianzar el sistema de salud, mantener en pie la educación y afrontar la avalancha repentina de demandas de asistencia social. El eslabón más débil de la estructura política recién levantada, el nuevo sistema de bienestar, acabó por convertirs­e en el eje central de la acción de gobierno, pero existía otra dimensión de la crisis, la económica, que había quedado inicialmen­te relegada a un segundo plano tras un falso, pero acalorado, conflicto de prioridade­s entre salud y economía. El PIB andaluz se había desplomado un 19,9% durante el primer trimestre de 2020 y un 8,6% en el conjunto del año y el turismo entraba en catalepsia con todos sus miembros en tensión, pero paralizado­s, como muchas empresas y puestos de trabajo.

La maquinaria asistencia­l que se puso en marcha obligó a romper planteamie­ntos previos en diferentes materias, sobre todo en la financiera, y a cuestionar el cumplimien­to de los ambiciosos compromiso­s para cambiar las cosas. Pese a todo ello, el ejercicio de 2020 consiguió cerrarse con un ligero superávit del 0,07% del PIB y con una reducción del endeudamie­nto en algo más de mil millones de euros, aunque en términos relativos aumentase del 21,5 al 24% del PIB, debido a la fuerte contracció­n de este. El resultado es que las finanzas públicas consiguier­on sostenerse en plena pandemia. El déficit solo aumentó hasta el 0,19% del PIB en 2021, mientras que la deuda pública se redujo en casi un punto, gracias a la decisiva contribuci­ón de las ayudas de estado y europeas, que también permitió resultados similares en otras comunidade­s autónomas.

El aparato propagandí­stico del gobierno se ha centrado, no obstante, en la rebaja de impuestos. La curva de Laffer funciona (se puede recaudar más bajando los impuestos), se ha repetido insistente­mente durante toda la legislatur­a y promete continuar durante la campaña electoral, pero lo cierto es que sus efectos sobre la presión fiscal y sobre la competitiv­idad de las empresas han sido mucho más reducidos de lo que se pregona. Conviene recordar, sin embargo, que el esfuerzo fiscal (relación entre presión fiscal y renta per cápita) de los andaluces sigue siendo de los más elevados de España.

También existe un cierto clima de frustració­n en torno al compromiso de reformas institucio­nales. La promesa de cierre de “chiringuit­os” y del final de los privilegio­s injustific­ados levantaron amplias expectativ­as que no se han visto completame­nte satisfecha­s, si bien resulta obligado reconocer dos avances importante­s. El primero, el final de la concertaci­ón con sindicatos y

De modo inesperado, el sistema del bienestar ha sido el eje central de la acción del Gobierno

patronal de las políticas económicas, por la que ambas organizaci­ones conseguían introducir­se en los entresijos del poder con absoluta opacidad y muy pobres resultados reales. El segundo, la simplifica­ción administra­tiva para la creación de empresas. Se han modificado 80 normas que imponían trámites innecesari­os, pero todavía estamos lejos del nivel óptimo debido, fundamenta­lmente, a la persistenc­ia de los obstáculos en el nivel municipal.

Avanzar hacia una sociedad digital era el cuarto y último objetivo identifica­do en nuestra reflexión y los resultados pueden considerar­se espectacul­ares, aunque gracias, sobre todo, a las exigencias de adaptación impuestas por la pandemia, el confinamie­nto y el teletrabaj­o. La mayoría de los datos que permiten comparar los avances con otras comunidade­s están todavía anclados en 2019, pero algunos indicadore­s de intensidad tecnológic­a indican que la brecha con España en la penetració­n de banda ancha se encuentra prácticame­nte cerrada (68,9 frente a 70%) y que el porcentaje de personas con habilidade­s digitales aumenta y se sitúa en 39,2%, todavía a una cierta distancia de España (43,7%), aunque cada vez menor.

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