DIVERTIRSE SIN ALCOHOL
EL ocio es uno de los recursos que tiene el ser humano para alegrar su vida y al mismo tiempo olvidarse de los problemas que le aquejan. Divertirse resulta imprescindible para que la vida no sea una mera rutina de obligaciones y compromisos en la que existen normas y horarios severos difíciles de incumplir. Y el ocio ha de ocupar una franja suficiente del día ya que ahí el hombre se vuelca con su voluntad y explota su imaginación. Paradójicamente, es en el tiempo de ocio cuando pueden irrumpir las ideas más brillantes que serán la salida a un atolladero. El juego y la risa en lo más profundo del ocio traen consigo una evolución.
Los destrozos acaecidos por las concentraciones del botellón demuestran que la sociedad no sabe divertirse. Y esto es el reflejo de un mundo extraviado en el consumismo voraz: cuanto más se tiene, más se gasta y la sobreabundancia de cosas termina aburriendo hasta conducir a un vacío interior. No es justo culpar a los jóvenes y los adolescentes de formar parte de esa generación que desde hace más de veinte años sale a la calle los fines de semana para beber alcohol. Tristemente, la diversión que los adultos tienen al aire libre pone ante nuestros ojos calles colapsadas de personas con copas en la mano.
Yo haría la siguiente pregunta: ¿por qué tener que emborracharse para divertirse? ¿No hay otra cosa que congregue a multitudes en la vía pública que no sea la ingesta de alcohol? No sólo entre los jóvenes, sino entre una mayoría de la población los fines de semana acaban constreñidos en una desesperada evasión. Se niega la realidad de un presente que no gusta buscando muchas satisfacciones intensas.
Parece que la pandemia va de paso; pero hay que ser prudente todavía. Cierto es que
Los destrozos acaecidos por las concentraciones del botellón demuestran que la sociedad no sabe divertirse. Y esto es el reflejo de un mundo extraviado en el consumismo voraz
los pueblos han renunciado a encuentros y costumbres arraigados. Esto conllevó un gran esfuerzo. Aunque hay tiempo para estar en la calle y divertirse, la noche se presta a los más variados desbordamientos. La diversión nocturna con el alcohol debería ser en todo momento una prioridad para el Gobierno central, las autonomías y los ayuntamientos. Un consumo irresponsable y desmesurado de alcohol puede suponer una recaída en esta paulatina normalización de la vida en medio de esta crisis sobrevenida con la pandemia y que parece interminable. Por eso, debemos evitar que la inestimable labor de muchos ciudadanos, colectivos e instituciones ahora se tire por la borda.
Sabemos que desde una gestión adecuada las juntas, las diputaciones y los ayuntamientos pueden poner en marcha alternativas de ocio y diversión desplegando proyectos para toda la población. Hace años las instituciones andaluzas se preocuparon por estas alternativas sanas de ocio entre jóvenes y adolescentes para contrarrestar los estrépitos del botellón; la acogida y participación fueron altas y nuestras provincias ganaron con ello.
Frente a una crisis que comenzó en marzo de 2020 no hay más remedio que desprenderse de los prejuicios y los clasismos para remar todos en la misma dirección. Por su lado sería estupendo que padres, maestros y profesores pusieren como preferencia la salud, el descanso y el respeto de y a los ciudadanos. Llevar a cabo esto sí es posible desde un diálogo abierto. No hay idea más atractiva que enseñar a divertirse. Algunos padres comentan que sus hijos no se entretienen con nada; y aquéllos pueden enseñarles a jugar a algo no tan absorbente como un móvil o una videoconsola. Jugar no es algo superficial que esté reñido con el aprendizaje. Nada debería ser perjudicial o aburrido desde la curiosidad y el ingenio.
En suma: el botellón implica cada vez a más personas y edades más tempranas, con el agravante del vandalismo en los últimos años. Y en medio de un mundo sacudido ahora por la beligerancia, reivindiquemos la educación y la cultura como el camino hacia tantas cosas buenas de las que el ser humano es capaz.