Competencia fiscal
● A priori, la competencia entre comunidades es buena porque puede hacer más eficiente la gestión, pero en el terreno fiscal no siempre es positiva y los efectos pueden ser perniciosos
un cierto grado de competencia entre ellas, manifestado a través de su gestión de los gastos e ingresos públicos. Si la comunidad X cuenta, por ejemplo, con un sistema de gestión sanitaria que reduce sustancialmente las listas de espera, ello supondrá un incentivo a que todas las demás intenten replicarlo ya que la opinión pública presionará en esa dirección.
¿Y en el caso de los impuestos? ¿Ocurre algo parecido y podemos concluir que cuanto mayor sea la competencia entre comunidades mejor para el ciudadano de a pie? Pues aquí los matices son tantos que tan solo políticos muy condicionados por su ideología (aunque luego presuman de gestión) pueden defender que la competencia fiscal es siempre positiva bajo cualquier circunstancia.
En primer lugar, porque una cosa es hablar de gestión y otra muy distinta el hacerlo de conceptos como equidad, valores ciudadanos o preferencias sociales. Cualquier mejora de gestión motivada por copiar a los mejores siempre es bienvenida, y eso incluye por supuesto a los impuestos. Facilitar el pago de tributos, mejorar las condiciones de acceso a la información tributaria o devolver los excesos cobrados con rapidez y sencillez son ámbitos de la gestión tributaria en los que la competencia entre comunidades indudablemente tiene efectos positivos. Si la vida del contribuyente murciano, por citar un ejemplo, es más fácil que
Sorprende que Andalucía quiera competir con regiones más potentes como Madrid
la del andaluz y éste lo sabe, la competencia (en el mercado electoral también) hará su beneficioso trabajo.
Pero detrás de los impuestos hay necesidades que cubrir (si no, para qué los querríamos, con lo molestos que son) y una determinada concepción de la equidad entre ciudadanos. Y para este
no hay mercado ni competencia que valga. ¿Qué sentido tiene competir por más o menos equidad? Sí es cierto, no obstante, que con recursos más bien escasos, esto es, con impuestos bajos se aguza el ingenio para gastar mejor pero esa misma tensión a favor de la eficiencia se puede lograr a través de medios menos bruscos. Por ejemplo, con leyes de estabilidad presupuestaria bien diseñadas y aplicadas (no las nuestras, por tanto), una elevada transparencia pública, continua rendición de cuentas ante una sociedad civil exigente, etc.
Un segundo motivo por el que la competencia fiscal puede devenir en resultados negativos es que genera efectos perniciosos sobre otras jurisdicciones y el conjunto del país. En efecto, una comunidad que baja de manera agresiva sus impuestos atrae hacia ella bases imponibles que, por definición, huyen de otros sitios, que ven minorada su recaudación sin haberlo decidido así. Además, el que las personas o los factores de producción elijan su ubicación según el pago de impuestos y no sus preferencias o productividades relativas no es eficiente.
Hay evidencia empírica de que estos movimientos en efecto se producen pero no generan un incremento de la recaudación en los territorios que bajan sus impuestos, con lo que tampoco se pueden utilizar las ganancias de unos para compensar a otros. Es decir, es un juego en el que todos pierden recaudación. Por cierto, la recaudación no crece por bajar impuestos sino a pesar de ello y por motivos variados. Si no se redujesen los impuestos, la recaudación crecería más, salvo que la economía se encuentre en el tramo decreciente de la llamada curva de Laffer, pero esa es una zona que solo los iluminados consiguen ver.
En este contexto, sorprende escuchar propuestas políticas cuyo objetivo es competir fiscalmente con regiones más potentes económicamente que la nuestra. Si Andalucía decide seguir a la Comunidad de Madrid en su carrera a la baja de los tributos, tendría que llegar mucho más lejos. Las economías de aglomeración con que cuenta Madrid conducen necesariamente a que nuestra comunidad tenga que reducir mucho más su fiscalidad para alcanzar una cierta paridad impositiva. ¿Nos lo podemos permitir sin la incoherencia de gritar al mismo tiempo que necesitamos más financiación del Estado?
¿Cómo abordar entonces los problemas de la competencia fiscal? Pues como tantos especialistas llevan años clamando: a través de una armonización fiscal sensata. Es cierto que a estas alturas no resulta fácil políticamente pero nada lo es. Ayudaría, como pueden intuir, el incluirla en el lote de la reforma de la financiación autonómica pero eso mejor dejarlo para otra vida, digo otra legislatura. Y uno de los pilares de nuestra arquitectura institucional y financiera, la Lofca, no lo impide, al contrario; lean su artículo 19. También conviene no confundir el tiro. En el terreno de la imposición sobre la riqueza, que es la que se encuentra mal descentralizada en España, la competencia fiscal no viene desde las forales. La carga tributaria en el impuesto sobre el patrimonio o sucesiones y donaciones es inferior en Andalucía, Galicia o Madrid a la registrada en las forales.
Los problemas generados se abordan con una armonización fiscal sensata
Una información ofrecida por
1999, y en 2002, que establecieron a los Red Hot como la banda de rock alternativo más grande del mundo.
Sin embargo, las cosas empezaron a cambiar después del lanzamiento del ambicioso disco doble en 2006. Después de años de giras sin parar, la banda estaba exhausta y tuvo que echar el freno para no incurrir en más errores que arruinasen su reputación, como el infausto concierto del festival de Reading de 2007. Cuando volvieron a reunirse en 2009, se quedó fuera Frusciante, que quería centrarse en su trabajo en solitario. Con Josh Klinghoffer reemplazándole en la guitarra, la banda editó el funcional
en 2011, pero en lugar del glorioso regreso que sin duda esperaban, los Red Hot fueron recibidos con indiferencia; la banda todavía sonaba cansada. Con en 2016, volvieron a tener destellos de brillantez, pero seguían siendo deudores de sonidos heredados más que creadores de sonidos contemporáneos. Con la vuelta de Frusciante y el tiempo que la pandemia global les proporcionó para trabajar en material nuevo, la banda volvió a entrar en el estudio de grabación contando con más de un centenar de buenas ideas para las canciones de de las que grabaron la mitad, de nuevo con Rick Rubin produciéndolas, y finalmente quedaron diecisiete de ellas para dar forma al disco que sirve de base a esta gira actual.
Al ser este de Sevilla el primer concierto no podemos estar seguros de cuál va a ser el repertorio que nos ofrezcan, pero si repasamos las canciones que han interpretado en sus últimas apariciones en festivales y recintos más pequeños de su país, la selección estaría compuesta por cinco o seis de las nuevas canciones, entre las que se contarían los –número 1 en las listas– y
además de la jazzística
y que tan bien refleja el espíritu lúdico y relajado de los conciertos de Red Hot Chili Peppers. Junto a ellas podremos escuchar una docena más, en un amplio surtido que comienza con , la más antigua de todas, del
de 1989, y recorre sus discos posteriores, de los que extraerán perlas como
y un póker irresistible e imprescindible.
Las puertas de acceso al estadio se abrirán esta tarde a las 18:00. A las 19:30 comenzará el concierto de Thundercat, subiendo la banda de Beck al escenario a las 20:45. A las 22:00 horas llegará el momento esperado por todos, el de la aparición de Red Hot Chili Peppers. Ya se les ha visto, por cierto, a los componentes de la banda por la ciudad.
Acompañan a la banda en Sevilla dos grandes nombres del rock: Thundercat y Beck