Europa Sur

LA EQUÍVOCA AMBICIÓN

- RAFAEL PADILLA

SE trata de uno de los sentimient­os más difíciles de enjuiciar moralmente. La pregunta sobre si el deseo de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama –que de este modo la define el Diccionari­o– constituye un desorden del espíritu o, en cambio, ayuda en el camino que a cada cual incumbe, no ha recibido nunca una respuesta unánime. Así, el duque de la Rochefouca­uld, ejemplo de los que quisieron ver en ella una cualidad imprescind­ible, afirmó su carácter vivificado­r, eficaz frente a la moderación que, a su juicio, conduce a la languidez y a la pereza. En el extremo contrario, el poeta Young, siempre sombrío y melancólic­o, dejó dicho que el ambicioso se cree el hombre más distante de la esclavitud, siendo, sin duda, el más esclavo. De ahí su dictamen lapidario: “Sólo quien nada espera es verdaderam­ente libre”. Entre ambas, se encuadran numerosas opiniones parciales, dubitativa­s, matizadas, que evitan entrar en el fondo del problema.

Tal ambivalenc­ia no es patrimonio exclusivo de los pensadores. En las relaciones diarias, tampoco la sabiduría popular parece tener un criterio cierto. Tan pronto reprocha duramente a quien manifiesta su carencia, grave pecado en el tiempo del éxito y de la competitiv­idad, como fulmina al que, poseyéndol­a, no la disimula. Nos encontramo­s, pues, ante un sustantivo agridulce que, según las circunstan­cias, sirve para enaltecer o apercibir, un vicio que, en frase de Quintilian­o, puede engendrar virtud, o a la inversa, que tanto vale.

Y es que cuando ennegrece de codicia o se obsesiona en el incalmable afán de la avaricia pierde toda bondad de propósito. Muy al contrario, cuando fundamenta y alarga aspiracion­es, concreta esperanzas o genera, al servicio de uno mismo y de los demás, una constante motivación, se convierte en fuerza indispensa­ble de superación y progreso.

Quizá el secreto esté en la medida. La ambición se asemeja a una planta necesitada de rigurosa poda para no proliferar sin control. No es casual que se denomine también “ambiciosa” a la hiedra que se abraza y trepa; y queda de la mano prudente del jardinero que su feracidad acabe embellecie­ndo desnudeces u ocultando soles. Reconozco que es oficio penoso en un mundo que adora la exuberanci­a y encumbra la desmesura. Pero, por si alguien anda buscando tijeras, aquí van estas que rescaté del refranero: “No subas para bajar, ni bajes para subir”. Con eso y la franqueza de los espejos entiendo que bastaría.

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