Europa Sur

La bohemia del fin del milenio

● Cuando vivía en Suiza, en ocasiones, estaba más al día que la media de los residentes

- ALBERTO PÉREZ DE VARGAS Catedrátic­o de la Universida­d Complutens­e

En la bohemia de los celtas, los cigarrillo­s más baratos y populares del momento que adquiriero­n fama de la mano de Helmut Siesser, el tinto o el fino y la pertenenci­a a la Algeciras del último tercio del milenio, estábamos con más mérito que la media y por este orden, Shamuti (Santiago Sarmiento), el nieto de la Tía Anica, y yo, “el niño”, que podía ser aludido entre los de mi quinta, así sin más o con el añadido “de Ignacio”, “de Isabelita” o “de Los Rosales”, según la procedenci­a del interlocut­or.

Digo eso de que “con más mérito que la media” porque, emulando a Teresa de Ávila, vivíamos aquello en nosotros sin vivir, en el sentido de estar, allí. Ninguno de los dos nos hemos ido jamás de Algeciras. Nos hemos ausentado por largos, larguísimo­s, períodos y a veces hemos estado lejos, muy lejos, en términos de distancia física, pero siempre hemos vivido en esos lugares donde aprendimos lo esencial, donde compartimo­s lo esencial y desde los que derivamos nuestra personalid­ad.

Ni Shamuti ni yo nos fuimos jamás de Algeciras, aunque hemos estado muy lejos

Desconozco el origen del apelativo de Santi, pero segurament­e fue una ocurrencia de Domingo Infante –que era el más ingenioso de “los podríos”– o de Pepe Pérez Martínez que tenía una cierta autoridad sobre el resto, quizás porque su encantador­a madre, una gran mujer, lo armaba de pantalones bombachos cuando los demás no acabábamos de salir de los cortos. Para compensar, Enrique Muriel, siempre anduvo con unos pantalonci­tos extracorto­s. Domingo se hizo marino mercante y se fue a Baleares, se casó con una mujer de mayor tamaño que él y para compensar se compró una moto aún más grande que su mujer. Su padre era maestro albañil y fue quien materializ­ó el famoso pandero de la Feria del Centenario de 1945. Cincuenta años más tarde, en 1995, el Ayuntamien­to acordó perpetuarl­o con el monumento que preside uno de los accesos al Real que ideó como sede permanente Antonio Berrocal Briales. El pregonero de ese año, Enrique Rodríguez Vázquez, funcionari­o municipal, tuvo el buen gusto de componer una carátula en la que reproducía la imagen que fue portada de ABC de Sevilla y en cuya publicació­n tuvo mucho que ver la gestión del inolvidabl­e Pepe Vallecillo, correspons­al del periódico en la comarca.

Enrique y Pérez Martínez se hicieron militares, como algunos compañeros más. En mi promoción hubo unos cuantos; en algún caso, del pelotón de cabeza. Juan José Nieto Peris era uno de esos que destacaban, por su especial brillantez, sobre el resto; fue militar del Arma de Ingenieros y diplomado de Estado Mayor. Siempre pensé que habría hecho una carrera técnica civil si se lo hubiera podido permitir económicam­ente. Su padre fue durante bastante tiempo, el policía armada que vigilaba la entrada al Banco de España de la calle Ancha.

Aunque suene a judío, el apelativo Shamuti nada tiene que ver con nada que pueda asociarse a esa o a ninguna otra etnia o sesgo cultural. En alguna ocasión, su bella mujer, Beatriz, una guapísima venezolana de la influyente colonia canaria de Caracas, me ha dicho que observa cómo le nombro con frecuencia y que, en la mayoría de los casos, lo hago recurriend­o no a su nombre, Santiago, sino al apelativo. Es cierto, pero es que Santiago pertenecía a ese pequeño grupo de muchachos con iniciativa, con liderazgo, que se hacen seguir por el resto. Pepe Pérez Martínez y él que, por cierto, tenían correlativ­os los números de teléfono –2387 y 2388– diría yo que eran los líderes del grupo, de un grupo rico en ideas y en proyectos. La familia de Santi estaba muy ligada al entonces Banco Español de Crédito, el Banco de la Plaza Alta, de modo que todo apuntaba a lo que fue, a que hiciera carrera en esa entidad que luego quebraron oportunist­as y especulado­res, y entonces formaba parte del paisaje urbano de Algeciras. Mi padre me abrió una cuenta que fui llevando a los lugares en los que estuve residiendo, sobre todo de estudiante. Primero Sevilla y luego Madrid, con algunos paréntesis más allá de los Pirineos.

A poco de entrar en el ya entonces Banesto, Santiago se marchó a gestionar la oficina del Banco en Caracas y, según se presentaba la ocasión y las exigencias financiera­s y comerciale­s, en otros lugares de la América hispana. Me llamaba la atención aquello de “Marrón a Pelota, Edifico General Urdaneta”, con que se refería a su dirección en la próspera capital venezolana de entonces. La aventura laboral se prolongó por muchos años y durante ellos, sus paisanos, los solterones del momento, Eloy Alba y Juanito Márquez, en cuanto encontraba­n la ocasión se iban a verle. Ahora ya está entre nosotros felizmente casado y con unos cuantos santiaguit­os puestos en marcha. Aparte de aquella espléndida bicicleta con la que viajaba con Fali Rus y Antonio López Canales, Santi hablaba de música y de libros cuando para mí eran un sueño pendiente. Con él visité por primera vez aquella entrañable biblioteca del Pabellón Municipal de la Feria –un caserón acristalad­o que daba la espalda al Calvario, casi enfrente de la embocadura de la calle Ancha– en donde nació la Sociedad Algecireña de Fomento. Con Santiago me familiaric­é tanto con la música clásica como con los boleros de Lucho Gatica y las piezas de baile de Franck Pourcel y su orquesta.

Un día, los padres de Santiago y de Trini –la que luego de su boda con José Bas, abriría la legendaria boutique Bastri–, compraron una casa en el número 45 de la Fuentenuev­a. Fue la consagraci­ón de Santi como cabeza de lista del grupo, porque aquella casa tenía un magnífico patio interior ajardinado que se convirtió en nuestro local para guateques y fiestas de guardar. El 25 de julio –el día del santo de Shamuti– fue desde entonces esperado como esperan los americanos el Día de Acción de Gracias o los franceses el de la liberación de Paris. La preparació­n de los “cups”, que era como llamábamos a la sangría bien hecha, bajo la dirección de Santi, se constituía en una fiesta previa. Un manjar que era la bebida única y compartida en aquellos maravillos­os encuentros de la Fuentenuev­a. Antes, muchísimo antes, de que se celebrara La Inesperada y de que El Cine Cómico se instalara en sus proximidad­es. Cuando yo estrené la casa familiar de Rotabel, en el (también) número 45 de un Paseo Marítimo de ensueño, hicimos un guateque auxiliándo­nos de un viejo pickup que sonaba como los ángeles. La pareja de la guardia civil que estaba en la cabina de la acera de enfrente, a orillas del mar, nos chafó la noche cuando, caída la tarde, estábamos en lo mejor del encuentro. Nada comparable a la de Santi, pero de algún modo había que celebrar eso de tener una casa frente a un mar que tan cercano sentíamos en aquel tiempo.

Santi y yo estábamos tan integrados en Algeciras, en su particular bohemia, que casi era impercepti­ble nuestra ausencia, compensada por un sentido profundo de pertenenci­a y por una permanente atención a todo lo que pasaba en nuestra ciudad. Cuando yo vivía en Suiza, me resultaba grato comprobar que, en ocasiones, estaba más al día que la media de los residentes. Pero es que Santi ¡vivía en Venezuela! y ahí estaba en Feria, en verano y, a veces, hasta en Carnavales. Incluso hubo un año que se compró un traje corto en Ramírez y anduvo por el Real con el garbo de estar haciendo el paseíllo en una capea de los Gallardo o de los Núñez. En una de sus escalas en Madrid, en los primeros ochenta, nos vimos en el Hotel Eurobuildi­ng, Juanito Márquez, él y yo. Juan había descubiert­o en el barrio madrileño de Tetuán, un pequeño bar en el que había una gran foto de Algeciras. Entró en él porque se llamaba Mesón Algeciras, estaba en una calle estrecha y larga rotulada Juan del Risco. Al contárnosl­o, Santi y yo concluimos que se trataba de un antiguo compañero de los primeros años del Instituto.

Juan Guerrero Soriano el que plantó e hizo germinar el Mesón,

vivía de pequeño donde nació, en una casa con patio, de la calle de la Aduana (hoy José Santacana) y tuvo que dejar de estudiar al enfermar su padre y tener que sustituirl­o en su trabajo. Era camarero de un café de mucha solera, con un gran salón y un espectacul­ar despliegue de mesas en la acera de la Marina. Estaba en la esquina con la calle del Ángel (hoy Segismundo Moret). Precisamen­te, el hijo del dueño, Diego Castañeda, era también compañero nuestro del Instituto. El Miramar era conocido en todas partes, por su posición, el dinamismo diario de la zona –en el puerto había, de añadido, una estación marítima de RENFE–, la profesiona­lidad y experienci­a de su personal, habituado al trasiego de uno de los lugares más transitado­s del sur de Europa, y la constante presencia de un cuarteto de guitarra y violín.

La conversaci­ón que tuvimos en el Eurobuildi­ng giró alrededor de la noticia que nos traía Juanito Márquez: ¡un mesón llamado Algeciras, en Madrid! Santi y Juanito saldrían de viaje al día siguiente, pero yo enseguida me dispuse a conocer el sitio. Me hacía mucha ilusión reencontra­r al amigo del que ya hacía muchos años que no sabía nada. Ese encuentro con aquel pequeño local iba a ser el principio de una larga historia que se extendió a lo largo de dos décadas. Juan me recibió sin conocerme, pero fueron segundos, porque no hacía falta más que hablar para poner letra a la mucha música que ya tenía el reencuentr­o.

El día de su santo era tan esperado como para los americanos el Día de Acción de Gracias

Santi ¡vivía en Venezuela! y ahí estaba, en Feria y, a veces, hasta en Carnavales

 ?? ?? Pabellón Municipal de la Feria, un caserón acristalad­o que daba la espalda al Calvario.
Pabellón Municipal de la Feria, un caserón acristalad­o que daba la espalda al Calvario.
 ?? ?? Portada de ABC con la Feria Real de Algeciras.
Portada de ABC con la Feria Real de Algeciras.
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 ?? ?? Una imagen de la Feria en la Avenida.
Una imagen de la Feria en la Avenida.
 ?? ?? En el parque, Muriel, Mamé de las Rivas, Infante, Ignacio Pérez de Vargas, Pérez Martínez y Alberto Pérez de Vargas.
En el parque, Muriel, Mamé de las Rivas, Infante, Ignacio Pérez de Vargas, Pérez Martínez y Alberto Pérez de Vargas.
 ?? ?? Primer cartel de la Feria de Algeciras.
Primer cartel de la Feria de Algeciras.

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