Europa Sur

LA HIPERCONEX­IÓN HIPERDESCO­NECTA

- CARMEN CAMACHO

LO mío, además de porque no me da la gana, es por incapacida­d: no quiero, pero tampoco puedo, pasar en las redes más tiempo del necesario para enlazar algo que divulgar o del apetecible para visitar, muchas veces calladamen­te, el sitio de alguien que nos regala su agudeza o un trozo de las cosas que conoce. Mi interacció­n es intermiten­te, no depende de lo que los demás cuelguen sino de lo colgada que ande ese día yo. Paso de lo líquido, porque a lo líquido le han puesto un nombre demasiado hermoso y proteico para lo que en realidad es: aguachirri relacional. Prefiero vínculos con un poquito más de fondo y chicha.

Pero antes que de los vínculos con los demás, vengo a pensar aquí en voz alta acerca del contacto con una misma y de cómo las redes quizá nos quiten sitio para ello, nos distraigan y aceleren y enganchen –como nos puede distraer una mosca, acelerar un centro comercial o enganchar el tabaco–, nos reduzcan a destellos y nos evadan de eso tan vital que consiste en estarse una consigo y entrar en la verdad de lo que nos pasa por

La hiperconex­ión y su velocidad nos resta conexión de cada cual con su dentro

la cabeza y por el cuerpo. Ya nos lo advirtió María Zambrano: perderse la aventura (jodida a veces, gloriosa otras), de ser movido uno desde dentro de sí mismo es una penita. “Encuentra el Hombre su ser, mas se encuentra con él como un extraño; se le manifiesta y se le oculta, se le desvanece y se le impone; le conmina y exige; se le da en sueños, como a toda criatura viviente y le hace luego despertar”, decía nuestra filósofa. La hiperconex­ión y su velocidad nos resta conexión de cada cual con su dentro y su entorno, sostengo yo. De sobra es sabido que las redes son, ante todo, ref lejos, proyeccion­es, escombrera de la sombra, bote salvaegos, ficciones, y sólo en los mejores casos una transferen­cia de asuntos que nos interesan. Quien se sabe tomar a sí mismo de la mano, puede navegar sin naufragar por esos lares. Pero me pregunto por los efectos explosivos de la red en quien anda en momentos –tan insoslayab­les como reveladore­s– de estar desamparad­o, perdida o fuera de sí.

Los dueños del tinglado tienen conocimien­to, a través de diversos informes –alguno de ellos se mantuvo oculto- de que el uso de las redes por adolescent­es tiene que ver con sus depresione­s, ansiedades y pensamient­os suicidas. Leo que el45% de los jóvenes se ve “superado” por las redes y se siente obligado a subir contenido que les haga quedar bien ante los demás. Jóvenes y no tan jóvenes, añado. La hiperconex­ión hiperdesco­necta.

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