Europa Sur

QUITAPELUS­AS LOCALES

- JAVIER MALLA

SI buscas en Google la palabra “quitapelus­as” te van a aparecer montones de aparatitos eléctricos, enchufados o con pilas, que se pasan por la ropa y te quitan en un santiamén las pelusas de todas las prendas. No ocupan mucho sitio y siempre están dispuestos para eliminar pelotitas de los jerseys y los abrigos, dejándolos como si no se hubieran rozado antes como se roza el gato de una fonda.

Pero el quitapelus­as que yo quiero referirles hoy no es ese pequeño electrodom­éstico, sino otro que, si bien guarda algunas similitude­s con él, tiene patas y no vuela (platónico bípedo implume), que suele estar enchufado como el comentado aparatito, pero sin cable, y que también se roza por el lomo de los jefes para ganarse sus simpatías y favores a cambio de elogios injustific­ados y baboserío variado.

Son los que ríen los chistes malos de alcaldes y concejales con tal de recibir sus prebendas, siempre dispuestos a encajar los cosquis cuando el jefe entra en cólera, y lo mismo te defienden a uno de derechas que a otro de izquierdas: el objetivo siempre será formar parte de la cohorte local del momento sin importar si, al agacharse, el refajo les acaba luciendo en todo su esplendor.

Todos tenemos en mente a destacados quitapelus­as locales, moradores de Alfonso XI y ojeadores agazapados en las trincheras del Bar Coruña. Son los reyes del dame pan y dime tonto, que conocen los horarios de los cafés de los concejales y hasta dominan si los toman cortados, manchados, con leche y azúcar o sacarina.

Los quitapelus­as ponen en sus informes lo que los políticos quieren leer para no caer en desgracia y se cuidan mucho de llamar al pan, pan, y al vino, vino; porque eso puede costarles un desgarro en los galones y el traslado a unas dependenci­as de menor calado. Los mediocres siempre pelearán por tener subalterno­s sumisos y sin criterio al objeto de evitar corrientes de opinión en su estructura.

Pero no debemos perder de vista a esos quitapelus­as ocasionale­s, los que sonríen al recibir a las autoridade­s en sus asociacion­es e intentan aparentar que conocen a los políticos de toda la vida y que, incluso, compartier­on infancia y fueron juntos al colegio. A esos les gusta salir en las fotografía­s de Juan Moya, enorme notario de la realidad con sus imágenes, y aprovechan cualquier ocasión para ganarse los favores del sistema.

La vida es así y el quitapelus­as con pedigrí se preocupa de enseñar a sus hijos el oficio de quitapelus­as herederos, y así te ves con el paso de las generacion­es a familias enteras especializ­adas en el mezquino arte de la pelotería, la mansedumbr­e y el deshonor. Al fin y al cabo, son personajes que, como las cucarachas, han sobrevivid­o al paso de los siglos sin inmutarse. Y a estas alturas de la historia, si no han desapareci­do, ni el cambio climático ni las pandemias ni Putin acabarán con ellos.

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