Europa Sur

YA ESTÁN AQUÍ

- JAIME BATLLE

Profesor de la BSM Universida­d Pompeu Fabra

HAY momentos que definen a una generación, instantáne­as que se impregnan a la memoria íntima y personal con la que va tejiéndose la existencia.

Cosas que uno ve por televisión y que, como no puede tocar, cree que le son ajenas.

Hay relatos que escuchas de los mayores y que te suenan tan cercanos como ajenos. Cercanos por quien te lo cuenta, ajenos porque crees que ya no te pertenecen, que pasó, que tu generación no tiene nada que ver con eso que te cuentan y está en los libros de historia , mientras te acompaña un atisbo de extrañeza al pensar que alguien tan cercano pueda contarte esas cosas tan horribles.

De alguna manera, la lejanía temporal actúa como una barrera de protección para no sentir la nausea y el desasosieg­o. El miedo quizá, si tomas conciencia de lo cerca que está todo.

Mi niñez fue bombardead­a por la guerra de Vietnam, que invadió mi inocencia en blanco y negro del telediario en una época bicanal sin alternativ­a. Mi adolescenc­ia quebró en llanto y unos recortes de periódico en los campos de Shabra y Shatila.

Mi juventud, visión de huerto claro donde madura el limonero, la caída del muro de Berlín.

Algo intuimos de que las cosas no iban bien cuando el skyline de Nueva York se derrumbó en su caída asesina, en plena madurez de nuestras vidas. Generación Popeye que fumaba la pipa de la paz en versión dibujos animados.

Fin de siglo, cambalache. Vinieron los pieles rojas Hollywood, llegaron los Federales tatachan...

La pesadilla que nunca nos creímos porque

Ucrania sigue siendo otro más allá del telón de acero, aunque la realidad nos demuestra que el sueño de integració­n europea tiene sus límites

la realidad del mundo feliz surgido tras 1945 nos embriagó de justas ilusiones de prosperida­d.

Democracia a la española, algo más tarde por estos pagos (Ay! Felipe de la OTAN), nos arrebató la memoria que nunca debimos perder, por no escuchar a nuestros mayores y limitarnos a oír. Olvidamos rápido el horror.

Ya están aquí. La pesadilla hecha realidad. A las puertas de Europa. La esvástica que prostituye­ron los nazis de este nuevo fascismo oriental que ha traspasado la frontera mental del horror que leímos en los libros de historia o vemos en los incomprens­ibles documental­es por televisión, mientras nos pregúntamo­s: ¿Cómo pudo pasar aquello?

Alelados por la gracia del sistema, tanto educativo como telemático y consumista, lo que ha generado una legión de lelos, aún no nos hemos dado cuenta del peligro real. No es que hayamos olvidado pronto, es que no queda ni conscienci­a.

Europa se equivoca haciendo alargar una agonía con final cierto: Rusia asimilara Ucrania con más muertos y más destrucció­n. Tiene cínica razón China cuando dice que no se puede estar en defensa de la paz y suministra­ndo armas al mismo tiempo.

Se equivoca Europa porque si vas, tienes que ir de verdad. No ha ido, como en Yugoslavia, lo cual implica utilizar a Ucrania para un fin perverso, que no es otro que el de evaluar el nivel patológico-criminal de Putin, observar la eficacia del ejército ruso y ganar tiempo. En ganar tiempo son expertos los burócratas de Bruselas. Es posible que sea lo más sensato. Pobre Ucrania. Desdichado­s ucranianos tan valerosos como desgraciad­os.

Hay instantes que se quedan en la retina triste que toda vida lleva dentro. Fotogramas inolvidabl­es del horror y la miseria humanas. Pero una cosa es cierta. Si no vas, puede que sea lo más práctico, pero la alternativ­a es dicotomica: o tendremos que ir, y eso ocurrirá cuando la amenaza real nos toque de verdad, o tendremos que convivir con la vergüenza y quién sabe si con otra cosa peor, hasta el final de nuestros días.

La diplomacia y las relaciones internacio­nales son expertas en convivir con la vergüenza que es el resultado de la hipocresía. Al fin y al cabo, Ucrania sigue siendo otro más allá del telón de acero, aunque la realidad nos demuestra que el sueño de integració­n europeo tiene sus límites.

Esta guerra pone en evidencia que el horror del S.XX sigue vigente, fija los límites territoria­les de Europa en el espacio eslavo-ruso y activa la necesidad europea de armarse para su defensa, que tendrá que asumir, pues si algo es consustanc­ial a tanto horror, no es otra cosa que el expansioni­smo. Otra cosa es que el oso criminal se atreva, pero sin duda nos adentramos en un nuevo escenario geopolític­o que lo cambiará todo y sabemos que no será para bien.

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OLEG PETRASYUK / EFE
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