Psicólogas contra el horror en Bucha
● Cuatro especialistas abordan los fantasmas de la guerra con los supervivientes de la ciudad ucraniana
Para ayudar a los vivos en Bucha es necesario hablar de los muertos, de los desaparecidos, de las heridas invisibles que ha dejado la violencia de las fuerzas rusas, porque ese lugar, como muchos otros en Ucrania, está lleno de fantasmas. El contraste entre la belleza y aparente normalidad de Bucha –una pequeña ciudad de clase media a 30 kilómetros de Kiev con castaños, arces y sauces– y la memoria reciente de la masacre que causaron las tropas rusas produce cierta sensación de irrealidad.
Pero en medio de esa vuelta a la normalidad los forenses siguen encontrando fosas comunes. Esta misma semana se han exhumado cerca de la ciudad siete cuerpos –con las manos atadas– en lugares controlados por las fuerzas rusas antes de su retirada a principios de abril.
En Bucha, convertida en sinónimo de horror por las masacres y violaciones rusas, mientras los funcionarios municipales reparan la destrucción causada por los tanques, otros profesionales trabajan en algo mucho más delicado: ayudar a los vecinos a asimilar lo ocurrido.
Muchos de ellos sufren insomnio, pesadillas, irritabilidad, miedo, ansiedad, inseguridad, sentimiento de culpa por haber sobrevivido, temor a no poder o saber proteger a los seres queridos en caso de necesidad.
Natalia Zaretska, de 47 años, es una de las cuatro psicólogas que ha atendido desde abril a los vecinos. Y una de sus misiones es hacerles comprender que todos esos sentimientos son normales entre personas que han pasado
Muchos sufren insomnio, pesadillas, irritabilidad, miedo, ansiedad, inseguridad...
por un estrés tan intenso. “Les ayudo a comprender lo que les ha sucedido y por lo que han pasando”, explica esta psicóloga militar. En sus terapias trata con sus pacientes de identificar y sacar poco a poco esos sentimientos al hablar de forma honesta sobre su experiencia, también en grupo.
Alrededor de 7.000 personas vivieron la ocupación de las fuerzas rusas, según Zaretska, y por lo que pasaron fue algo tan intenso y violento que ha cambiado sus vidas. Para estas personas, sus propias casas y su ciudad se convirtieron en un lugar de encierro, inseguridad y terror durante el mes de ocupación bajo las fuerzas rusas. Sus familiares, amigos y conocidos, en las víctimas.
“Una sensación común entre los pacientes es un distanciamiento de Rusia. Antes veían a los rusos como vecinos, como personas semejantes a ellas. Ahora consideran que no tienen nada que ver con ellos”, narra. “¿Cómo es posible que seres humanos cometan esas atrocidades? ¿Por qué?”, son preguntas frecuentes.
En otro punto de la ciudad, en una plaza con una fuente de agua en la que juegan los niños, Unicef y una ONG local han abierto una carpa en forma de iglú que acompaña todos los días a menores y les ofrece asistencia psicológica en caso de necesidad. Viktoria Nechyporenko, de 29 años, relata que unos 50 niños pasan por la carpa para jugar y que alrededor del 40% de ellos son atendidos de forma especial por petición de los padres.
“Algunos niños tienen problemas de sueño. Otros dejan de hablar. Conozco también el caso de un niño de diez años al que la mitad del pelo se le puso gris por el estrés de las explosiones”, relata Nechyporenko.
Ésos no son siquiera los casos más graves, como menores violadas o que han padecido directamente la violencia, porque necesitan un tratamiento y una protección especial que dan otros especialistas. Pese a toda la ayuda, la psicóloga cuenta que el trauma de estos niños no terminará de desaparecer mientras siga la guerra, mientras oigan sirenas antiaéreas o sepan de la destrucción y la muerte en su país. La inseguridad que causa esa situación de estrés persistirá.