Europa Sur

EL FIN DE LA ÉPICA

- JOSÉ ANTONIO CARRIZOSA jacarrizos­a@grupojoly.com

SE acabaron para siempre los tiempos de la épica, de las blanquiver­des alzadas como gritos y el 28 de febrero de 1980 como fecha fundaciona­l de una Andalucía que vivía en el agravio y en el quejío. Era un nacionalis­mo a la inversa en el que no se perseguía la diferencia­ción sino la asimilació­n con el resto de España. La Andalucía con la que, en un movimiento político inteligent­e y oportuno, los socialista­s construyer­on a principios de los ochentas el imaginario y el argumentar­io que les permitió apropiarse de la idea de Andalucía y, con ella, de sus institucio­nes de autogobier­no durante casi cuarenta años. Una idea que permitió al PSOE convertir la región en el granero de votos que le abrirían el Gobierno de España con mayorías nunca vistas y que crearon una red de poder a través de la Junta, de las diputacion­es y de los ayuntamien­tos con una enorme capacidad de adaptación a entornos cambiantes. Andalucía era una isla de poder socialista al margen de lo que pudiera pasar en el resto de España y en provincias como Sevilla se ganaban las elecciones, aunque, como decía Alfonso Guerra, se presentase a una cabra como candidata. Era el partido de la tierra.

Pero el tiempo pasa y los errores se terminan pagando. Eduardo Moyano y Manuel Pérez Yruela, dos referencia­s de la sociología andaluza, se lo explicaban a Juan Manuel Marqués en un reportaje de lectura

La mitad de los andaluces no vivieron el referéndum del 28-F y para ellos esa fecha ha dejado de tener un valor épico

muy recomendab­le que publicamos a primeros de mayo, apenas anunciadas las elecciones, y que hoy resulta esclareced­or para entender lo que ha pasado este domingo. En Andalucía en 2018 se empezó a ver un cambio político que cabalgaba sobre un cambio sociológic­o iniciado muchos años antes y que ha ido calando poco a poco en el tejido social de la región. Más de la mitad de los andaluces no habían nacido cuando el 28-F y esa fecha para ellos ha dejado de tener valor mágico. Esos andaluces ya no viven en la ensoñación identitari­a y juzgan a sus políticos exclusivam­ente por sus actitudes y sus resultados. Ya no hay miedos atávicos a la derecha o la pérdida de los logros sociales. Porque esos andaluces, además viven en ciudades medidas y grandes donde la escala de valores no tiene nada que ver con la que funciona en entornos rurales.

Lo que ha pasado este domingo responde a ese “cambio sobre cambio”. En 2018 la Andalucía que cambiaba presentó la tarjeta de visita y ahora se ha metido hasta la cocina. Entramos en un nuevo ciclo en el que todo lo que durante décadas se dio por incontesta­ble ya no vale. Ahora importan los hechos.

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