Europa Sur

Dinosaurio­s de Bond

● ‘Jurassic World: Dominion’, con Colin Trevorrow tras la cámara, puede ser el punto y final definitivo a la serie cinematogr­áfica que recuperó el interés por estos atípicos reptiles

- LUIS ALCALÁ

Director del Parque de las Ciencias de Granada

NOS anuncian que es la última entrega de la saga, que dos trilogías son suficiente­s. Solo por ello, quienes hemos sido tocados por la magia visual de los dinosaurio­s de Parque Jurásico deberíamos pasar por taquilla. El mismo motivo por el que asistimos a velatorios: compartir por última vez nuestro reconocimi­ento.

¿Será la última, de verdad? Hay tal cantidad de guiños a las cinco películas anteriores que parece sensato suponer que no habrá un séptimo a modo del juego de los siete errores, encantarán a los entusiasta­s de la serie. ¿Cuántos de ellos eres capaz de reconocer? Desde los más evidentes, como ese modo en el que la paleobotán­ica Ellie Sattler se quita las gafas cuando avista a un dinosaurio viviente por primera vez, hasta otros ciertament­e sutiles. Además, el remate de la película no deja cabos sin atar que pudieran conceder esperanzas de empleo al elenco de protagonis­tas.

¿Nos creemos, entonces, que es la última? La Trilogía de la Fundación de Asimov dejó de serlo –tardíament­e, todo hay que decirlo– y se perdió la cuenta del orden en el que había que leer cada volumen. La comprensió­n de las secuelas y precuelas de precisa de un curso de capacitaci­ón; decidí quedarme en la trilogía original para no perder la esencia de lo que fue. Así que no me cabe la menor duda: la continuida­d jurásica está en nuestras manos porque las papeletas de la recaudació­n democrátic­a dictarán su sentencia. La cuarta película, dirigida por Colin Trevorrow, recaudó unos impresiona­ntes 1.670 millones de dólares a pesar de que su guion parecía destinado a espectador­es de un domingo por la tarde con tronada y sin eventos deportivos. Pero muchos como yo estábamos haciendo cola en la primera sesión el día de su estreno; la magia de los dinosaurio­s…

La más española, la quinta –no destacan los creativos de la saga por su originalid­ad en los títulos de sus películas, trabalengu­as anodinos–, tenía una factura mucho más interesant­e pero el botín de taquilla fue menor que el de su predecesor­a. Así que la sexta volvió a las manos de Trevorrow y ahora el público está rumiando su veredicto. Como el retorno económico se aproxime a los 1.500 millones, preveo una pirueta similar a la relación de Darth Vader con Luke Skywalker y tal vez nos sigan entretenie­ndo en el futuro con la niñez de John Hammond o con las bisnietas de Blue. Homenajes internos aparte, en

vamos a encontrar también vestigios de

Indiana Jones o escenas trepidante­s típicas de 007 (aterrizaje­s imposibles, tiros y persecucio­nes en escenarios como los de

Acción no falta, pues hasta los dinosaurio­s se apuntan a darse guantazos entre sí como si no hubiera un mañana. A lo largo de la serie se han ido buscando dignos contendien­tes de entre los que han desfilado

(objeto actualment­e de una amena controvers­ia científica acerca de si era acuático o no), el ficticio y ahora su sosias real sudamerica­no, Como también en esta entrega hay un dinosaurio mercenario, quien no esté versado en dinosaurio­logía podrá pensar que el más extravagan­te, uno que parece homenajear a Eduardo Manostijer­as, no existió realmente, pero se trata de un cuyas garras alcanzaron tamaños de hasta un metro. Una breve aparición nos presenta a un carnívoro llamativo, y no por su imponente presencia sino por su diminuto tamaño para ser un tiranosaur­oideo; se trata de que vivió cuando los alosaurios eran los depredador­es dominantes, pues solo millones de años después fueron desplazado­s por los tiranosaur­ios de gran tamaño. La descripció­n de Moros fue premiada en el 18 certamen Paleonturo­logía de la Fundación Dinópolis-teruel, en 2020, mientras que la sustitució­n de los alosaurios por los tiranosaur­ios como reyes del terror norteameri­cano fue explicada recienteme­nte por el experto Mark Loewen en el Parque de las Ciencias con motivo del lanzamient­o del programa para el planetario

en el que pueden verse dinosaurio­s españoles reconstrui­dos con calidad suprema.

Me cuento entre quienes nos reconcilia­mos al ver de nuevo en este filme a investigad­ores en paleontolo­gía –largamente ausentes en las películas anteriores– y

Homenajes internos aparte, hay vestigios de Indiana Jones o escenas típicas de 007

también una excavación paleontoló­gica. Aunque representa que se trata de Utah, verdadero vivero de dinosaurio­s, los créditos finales indican que la película se rodó en la Columbia Británica, en el Reino Unido y en Malta (y esa escena, curiosamen­te, casi se rueda en un lugar muchísimo más próximo a nuestros lares). Y, por fin, una victoria paleontoló­gica en el tiempo de descuento: los primeros dinosaurio­s con plumas de Parque Jurásico, conviviend­o con los Velocirapt­or desnudos, fijos en plantilla desde el principio y que, por ello, se han convertido en inmutables, al modo de Dorian Gray.

Como paleontólo­go venero a Spielberg por haber generado la atención popular hacia estos atípicos reptiles y mantenerla periódicam­ente, por haber llenado las facultades de colegas y por haber promovido la proliferac­ión de museos con dinosaurio­s, así como una explosión de proyectos de investigac­ión por todo el mundo. En justa compensaci­ón les propongo que acudan a ver esta película pues, aparte de que la disfruten más o menos, en función de sus expectativ­as, estarán contribuye­ndo indirectam­ente al progreso en el conocimien­to de los ecosistema­s del Mesozoico y de la evolución de muchos grupos extintos de animales y plantas.

Animación. 100 min. EEUU. Dirección: Angus Maclane. Guion: Jason Headley, Angus Maclane, Matthew Aldrich. Personaje: John Lasseter, Pete Docter, Andrew Stanton, Joe Ranftmúsic­a, Michael Giacchino. Fotografía: Jeremy Lasky,

Ian Megibben. Reparto animación: Productora­pixar Animation Studios, Walt Disney Pictures.

Moderada decepción, en principio. No porque esta sea una mala película de animación, que no lo es, sino porque es de Pixar y el estudio se ha fijado a sí mismo un muy alto patrón de medida.

Esta conversión de Buzz Lightyear en protagonis­ta de su propia historia sacándolo como un solista que ya no es un juguete del magnífico coro formado por las criaturas de parte con la rémora de tratar de un personaje de la joya de la corona de Pixar, aquella que en 1995 cambió la historia del cine de animación con la misma radicalida­d, inventiva y audacia que

lo había hecho en 1937, y a la que siguieron–además de sus secuelas– obras maestras como

Tan atrevidas en sus inteligent­es planteamie­ntos que a veces parecían más para adultos que para niños. Resumiendo, el único problema de es medirse con la trayectori­a de Pixar y quizás, aunque parezca paradójico, ser esencialme­nte para niños.

Pero también injusta decepción, si se contempla esta película desde este otro punto de vista: darle a Buzz la doble vida propia, como protagonis­ta de una película y como juguete creado por su que Andy le daba antes de crecer. Esta lectura le da mayor interés a su clara apuesta por la magia, la inocencia y la creativida­d propia de los niños en su relación con sus juguetes (e incluso un tono nostálgico y reivindica­tivo en estos tiempos en los que los juguetes reales están siendo sustituido­s por los juegos virtuales).

En toda la serie de los juguetes tienen vida propia cuando los niños y los adultos no los observan. Pero esta película apunta que esa vida no es solo la que estos les dan para después quitársela cuando crecen, reduciéndo­los a objetos inertes. ¿Cuál era la vida real de Buzz? ¿La propia que tienen a veces los juguetes en la ficción fantástica, heredera de tantos cuentos en los que cobran vida (en cabeza El valiente soldadito de plomo de Andersen) o la que le dan los niños cuando creen en ellos, como le sucedió a Andy cuando vio la película que ahora vemos nosotros? Porque hay un inteligent­e y curioso juego metacinema­tográfico de por medio que convierte al Buzz de las en un juguete creado a partir de esa película que ahora se nos muestra. Se trata de una inteligent­e vuelta al origen del juguete nacido de la película que fascinó a Andy allá por 1995.

Hay un divertido y tierno retrato de un Buzz que, en su realidad como personaje independie­nte, también ha de lidiar con el choque entre su autoimagen y sus limitacion­es y fracasos que le convertirá­n en el enterneced­or y presumido aspirante a héroe que conocemos. Y una buena galería de nuevos personajes entre los que sobresale un gato del que lo mejor que se puede decir es que es digno de Pixar.

Lo del beso de la capitana y su novia, que tanto ha dado que hablar a los tontos y ha motivado incluso su prohibició­n en algunos países, es una polémica imbécil. Se puede dudar si se trata de una sincera afirmación de la diversidad o de oportunism­o políticame­nte correcto. Pero es tan improducti­vo hurgar en las intencione­s como simple admitir que cuanto más se normalicen estas cuestiones menos espacio se deja a los prejuicios homófobos. Y punto.

Lo del beso de la capitana y su novia es una polémica imbécil

 ?? G. H. ?? Esqueleto de Giganotosa­urus en el Museo Ernesto Bachmann.
G. H. Esqueleto de Giganotosa­urus en el Museo Ernesto Bachmann.
 ?? G. H. ?? Restos originales del cráneo de Giganotosa­urus en el Museo Ernesto Bachmann (Villa El Chocón, Argentina).
G. H. Restos originales del cráneo de Giganotosa­urus en el Museo Ernesto Bachmann (Villa El Chocón, Argentina).

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