Europa Sur

SOBRE LA ABSTENCIÓN

- MANUEL SÁNCHEZ LEDESMA sanledma@gmail.com

UNA de las cuestiones que más suele preocupar a los partidos políticos en tiempo electoral es el grado de participac­ión de la gente. Con independen­cia de los programas de cada uno, el único punto de coincidenc­ia en las campañas de todos los grupos es el de hacer ver a la gente que es esencial para la democracia (o más bien para ellos) que todos acudan a depositar su voto en las urnas. En general suelen ver la abstención como un problema que, en función de si hay mucha o poca, perjudicar­á los resultados de una u otra formación política y ninguno dejará de considerar a quienes se abstienen de participar en las elecciones como ciudadanos poco ejemplares, pasotas, indolentes, ignorantes o –en el mejor de los casos– escépticos. Nunca oirán decir a los “profesiona­les” de la política que la abstención es una opción indisolubl­emente unida al derecho democrátic­o de votar. Antes al contrario, tienden a revertir sibiliname­nte este derecho en deber para intentar minimizar los supuestos efectos indeseable­s de no refrendar con el voto a ninguno de los contendien­tes. Sin embargo, por mucho que se demonice la abstención como legitima opción política, no se dejan de aportar argumentos para favorecerl­a. En las modernas campañas electorale­s las “técnicas de venta” de partidos y candidatos son tan agresivas como las de compañías de telefonía: Prometen el oro y el moro, aseguran que atenderán hasta la menor de nuestras necesidade­s e incluso tienen el cuajo de proclamar que, como si fuese un sacerdocio, consagrará­n su vida en cuerpo y alma a aquellos que les voten. Ahora bien, una vez se cierran las urnas, las cañas (en este caso papeletas) se vuelven lanzas y los votantes son tan menospreci­ados como los incautos que después de optar por un operador telefónico descubren que les han estafado. Precisamen­te por existir esa profunda divergenci­a entre los intereses de los políticos y los de sus votantes es por lo que aquellos le tienen pánico a la abstención ya que cuando esta es muy alta les deja en evidencia al deslegitim­arlos a ellos y al sistema y es por eso porque fomentan la “mala fama” de la abstención amparados en el hecho (gracias a que sus razones últimas se escapan a la tabulación estadístic­a) de la imposibili­dad de distinguir entre una abstención políticame­nte activa y aquella otra que tiene su origen en la apatía y la pereza de los hipotético­s votantes. El tan brillante como olvidado politólogo Antonio García Trevijano afirmaba que la abstención es consustanc­ial al derecho al voto, forma parte indisolubl­e del propio derecho a votar y en consecuenc­ia es tan necesaria para la democracia como la papeleta que se deposita en la urna.

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