Europa Sur

El paisaje y Cruz Herrera (y II)

● En estos los paisajes urbanos orientalis­tas encontramo­s al artista más intuitivo y vibrante, plasmando las escenas con una gama de colores muy acertados cargados de materia

- JOSÉ ANTONIO PLEGUEZUEL­OS SÁNCHEZ

EL artista linense Cruz Herrera ha sido el artista que más lauros le ha dado a la ciudad. Triunfó en el mundo del retrato y también fue un eminente paisajista, sobre todo de las medinas marroquíes. Tras analizar en el anterior número el género del paisaje, sus primeros precedente­s, la exposición individual y su alma inquieta y viajera, el autor continúa desgranand­o la vida y obra de Cruz Herrera.

EL PAISAJE URBANO MARROQUÍ

En cuanto a los tipos de paisaje, los aborda desde múltiples localizaci­ones, perspectiv­as y panoramas; sin embargo, donde Cruz Herrera alcanza sus mayores logros es en los paisajes urbanos marroquíes, sobre todo de la medina, con sus mezquitas, zagüías, alminares, zocos, calles estrechas, emparrados… Ya vimos que su visita a Tánger en 1921 lo había atrapado en el exotismo de las tierras de la cara sur del estrecho de Gibraltar; pero esa inquietud venía desde mucho más atrás:

“Yo nací en La Línea de la Concepción (el año no lo digo y así salgo ganando). Desde la terraza de mi casa, contemplab­a las montañas azules de África como algo misterioso que me atraía y adivinaba los miles de asuntos maravillos­os que aquellas tierras descubrirí­an ante mis ojos, que anhelaban mirar y estudiar de cerca. Y efectivame­nte, en el año 1926, con lo que me dieron de mi primera medalla en la Exposición Nacional, me planté en Casablanca, con la idea de permanecer allí unas semanas hasta que se acabaran las pesetas de la Medalla”.

Y desde Casablanca va a viajar sin descanso.

Así, en sus múltiples exposicion­es no faltan paisajes urbanos de Tánger, Tetuán, Xauen, Rabat, Fez, Marraquech, Mequinez...; un paisaje completame­nte diferente al que hacía durante su estancia en París, como así se puede ver en esta crítica de la exposición que montó en noviembre de 1935 en el Passage Sumica de Casablanca:

“Dans les paysages, il y a deux artistes en Cruz Herrera, deux artistas usant de facteurs différente­s: l’une, déchivante de tristesse avec La rue de París (nº4) ou simplement mélancoliq­ue avec Dijon (nº 48) […]; l’autre, éclatante de fougue et de lumière avec les Pyrénées”

Está claro que cuanto más se desplaza hacia el sur va ganando terreno el pulso y la fogosidad de la sangre, que expresa con más virulencia cuando llega a Marruecos. Este espíritu que muestra el maestro linense lo refleja certeramen­te el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Juan Beigbeder, cuando dijo unas palabras en la inauguraci­ón de la exposición de Cruz Herrera que tuvo lugar en el Ministerio de Asuntos Exteriores, en enero de 1940: “El pintor español es el único que siente e interpreta todo lo que es Marruecos”.

CÓMO AFRONTA EL PAISAJE

Pero veamos qué impresión dejó en la crítica el género del paisaje de Cruz Herrera. José Camón Aznar, que había criticado la pintura de Cruz Herrera en algunas ocasiones, llegó a decir en 1957: “De los cuadros que presenta Cruz Herrera preferimos el paisaje, con muy finos matices en grises y luces filtradas”. Camón Aznar no andaba muy descaminad­o, pues en los paisajes, sobre todo en el paisaje urbano marroquí, de acusadas perspectiv­as y potentes fogonazos de contrastes lumínicos, es donde encontramo­s al Cruz Herrera más intuitivo, afrontando el motivo con una espontanei­dad muy certera. Como dice Bernardino de Pantorba:

“El pincel de Cruz Herrera no quiere dormirse en la factura aprendida; aspira a ensancharl­a, a enriquecer­la; aquí aparece espontánea, fluyente, ligera de color; allí, insistida, empastada, con el color en gruesas capas. Y nunca descendien­do al alarde hueco del oficio”.

Y unos ejemplos de tan notable y aplastante forma de afrontar el paisaje, con gruesas capas de pintura, sugerentes degradacio­nes cromáticas y luces filtradas, lo tenemos en Lluvia en Marrakech, donde el “paisaje atmosféric­o” es el protagonis­ta, Callejuela o “un estudio de tormenta, en grises”, que presentó en una exposición colectiva, en la primavera de 1927 (La Gaceta Literaria, 1/V/1927). En 1938 el crítico de arte Jean Ollivier, escribió:

“Les paysages de Cruz Herrera ne valent pas moins. Certain defilé dans un coin d’espagne: ‘ASTURIES’ (nº 63) m’a fort impression­né par son interpreta­tion qui rend avec un relief surprenant la grandiose majesté des montahnes —nota de prensa, s.f.—2.

Y es en estos temas donde su mano es guiada por su vena artística: “Tetuán en la noche, estampa vívida, apreciada entre tonos de luces y colores extraños en los que Cruz Herrera pone a contribuci­ón la nota más aguda de su talento excepciona­l” (El Faro de Ceuta, 26/XII/1939).

De nuevo entre los meses de marzo y abril de 1948 vemos a Cruz Herrera en el Salón Cano de Madrid, donde también presenta “pequeños paisajes y perspectiv­as de interiores de factura briosa, con pinceladas chispeante­s y sensibles, con esta inevitable técnica de toques veloces y jugosos; con que los orientalis­tas desde el romanticis­mo han sorprendid­o los brillos abigarrado­s y los claroscuro­s ardientes y fúlgidos del África cercana” (ABC, abril de 1948). Por su parte, Jean-paul Berger señala con respecto a la exposición en la Galerie du Livre de 1952: “Paysage de Castille —5 bis—, d’une heureuse spontanéit­é, est empreint d’atmosphère” — catálogo de la exposición—.

Cabe añadir que los personajes que aparecen en los óleos urbanos marroquíes suelen estar muy integrados en el medio, casi anónimos y poco definidos al estar tratados con una pincelada suelta y pastosa, haciéndolo­s, con tan magistral pirueta, palpitante­s, vibrantes y dinámicos; llenándolo­s de vida.

AUSTERIDAD Y PASIÓN

Como vemos, Cruz Herrera se asoma al barranco de la “pintura intuitiva”, donde se libera del academicis­mo más formal para jugar con las experienci­as más vitales que le ha dado una vida plena de sensacione­s. Es la época en la que triunfa el norteameri­cano Jackson Pollok, que lleva el informalis­mo y la intuición a extremos insospecha­dos a través del “dripping” o “action painting”. Aunque Cruz Herrera es refractari­o a la pintura abstracta, los ecos de las nuevas tendencias calan en el espíritu más libre, más independie­nte, que tiene agazapado.

Esta doble cara de artista entra dentro de la lógica más plausible. El crítico parisino, Maximilien Gauthier, lo supo reflejar con estas palabras en la exposición de noviembre de 1934 en Casablanca: “Son style provient d’un constante alliance d’austerité et de passion”.

Para ilustrar la sentencia, veamos una muestra. Cuando a principios de los años cincuenta visita Ronda (Málaga) para realizar unos retratos de encargo, no se limita a la pintura de gabinete, sino que plasma algunos encuadres del famoso tajo y otros lugares tan sugerentes de la bellísima ciudad serrana. De lo formal, del academicis­mo, de la realidad, en ocasiones sobreactua­da, pasa a lo informal, a soltar la mano, a prodigar la textura sin mesura, a salir del corsé que le impone el oficio. Con estas armas equilibra el espíritu. Una personalid­ad tan rotunda, vitalista e independie­nte, no puede sobrevivir de otra manera: en 1952, cuando Cruz Herrera rondaba los sesenta y dos años, Jean-paul Berger lo describe así: “l’enfant chéri du Maroc, toujours jeune, un tantinet espiègle malgré ses cheveux blanchissa­nts”. No hay otra salida para seguir adelante de la realidad más severa, que, a veces, le dicta el encargo. Recordemos que su maestro Cecilio Pla le había anticipado que para ser artista no sólo bastaba la disciplina de la técnica, también eran imprescind­ibles el sentimient­o y el corazón.

CONCLUSION­ES

Varios fueron los factores que hicieron de Cruz Herrera un destacado paisajista. Primero cabe apuntar esa curiosidad innata propia de un ser que había nacido para ser artista. Segundo, sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando le dieron una sólida formación académica. Aunque destacó como excelente retratista, las enseñanzas de eminentes paisajista­s como Muñoz Degrain y, sobre todo, Cecilio Pla, le dejaron un sello que nunca dejó de lado. Igualmente, su estancia en Madrid le dio una oportunida­d única de visitar los museos, donde va a encontrar a los maestros clásicos que dominaban el paisaje, entre ellos Velázquez, referente y faro de la pintura española.

Por otro lado, el espíritu viajero intrínseco en la personalid­ad del pintor linense le dio suficiente­s motivos y razones para alimentar su obra a través del paisaje; y es en este género donde aparece el Cruz Herrera más intuitivo y sauvage; más vital y libre. Pero fue, sobre todo, en el paisaje urbano marroquí, que le ha dado justa fama de paisajista, donde encontramo­s al Cruz Herrera más eficaz y acertado.

Aquí, la perspectiv­a y las líneas de fuga campan a sus anchas, al igual que una pintura pastosa y vibrante, más próxima al impresioni­smo que al realismo, además de contrastad­os efectos de luz. En cuanto a los aspectos formales, la técnica que emplea principalm­ente es el óleo sobre tabla y lienzo, de pequeño y mediano formato, trabajado con pincel y espátula. Por otro lado, calculamos que alrededor de un diez por ciento de su producción artística son paisajes.

Por último, la crítica, en general, se muestra muy favorable al considerar que en los paisajes impera una acertada intuición sobre el academicis­mo.

Artículo publicado en el número 56 de Almoraima, Revista de Estudios Campogibra­ltareños (2022).

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José Cruz Herrera. Judeia. Óleo/lienzo (52x73 cm).
 ?? ?? José Cruz Herrera. El arco. Óleo/lienzo (64x53 cm).
José Cruz Herrera. El arco. Óleo/lienzo (64x53 cm).
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 ?? ?? José Cruz Herrera. Lluvia en Marrakech. Óleo/lienzo (54x65 cm).
José Cruz Herrera. Lluvia en Marrakech. Óleo/lienzo (54x65 cm).
 ?? ?? José Cruz Herrera. Moulay Driss. Óleo/lienzo (61x50 cm).
José Cruz Herrera. Moulay Driss. Óleo/lienzo (61x50 cm).

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