Europa Sur

BAJO UN BURKA DE SILENCIO

- CARLOS COLÓN

BAJO un burka de silencio –impuesto o negociado y en ambos casos asumido obedientem­ente– compareció Irene Montero en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros. Cada una de las cinco veces que los periodista­s le preguntaro­n sobre la tragedia de Melilla era la ministra portavoz, Isabel Rodríguez, quien contestaba echando balones fuera (es trágico que los balones fueran en esta ocasión 23 muertos o más) tras retirarle la palabra a Montero con notable sequedad: “Si le parece a la ministra de Igualdad, responderé a todas las cuestiones relacionad­as con la valla”… “Le contestaré yo a todas las preguntas”… “Creo que sobre el asunto de la valla de Melilla nos hemos expresado en esta mesa y en el día de hoy, como ya lo hiciera el presidente también, en profundida­d. Por tanto, no tenemos nada que añadir”… “Le agradezco la pregunta y el interés de todos ustedes, he tratado de manifestar con amplitud la opinión del Gobierno ante la situación dramática que se ha vivido en Melilla”… E Irene Montero callaba. Bajo el burka de silencio –insisto: impuesto o negociado y en ambos casos asumido obedientem­ente– la mirada de Montero iba de la desolación al cabreo. Naturalmen­te las miradas

Si el silencio de Montero le fue impuesto cabría albergar serias dudas sobre la salud democrátic­a del Gobierno

son siempre interpreta­bles. Pero su silencio ante las preguntas dirigidas cinco veces a ella es un hecho tan objetivo como el continuo interponer­se de Rodríguez entre las preguntas de los periodista­s y la ministra de Igualdad interpelad­a.

En una plena democracia como la nuestra Irene Montero podía haber respondido pese a las presuntas presiones para que no lo hiciera y el cortante “responderé yo a todas las cuestiones relacionad­as con la valla”. O podía haber abandonado la mesa. Hubiera sido una muestra de dignidad ante un caso tan dramáticam­ente grave empeorado por Sánchez considerán­dolo un asunto “bien resuelto” y agradecien­do “el trabajo que ha hecho el Gobierno marroquí para tratar de frenar un asalto violento que pone en cuestión nuestra propia integridad territoria­l”. Pero Irene Montero calló. Hay que añadir que por voluntad propia, porque si su silencio le fue impuesto cabría albergar las más serias dudas sobre la salud democrátic­a del Gobierno. Dudas que sí expresaron muchos medios habitualme­nte alineados con él en cuyos titulares aparecían las palabras “silencia”, “impide responder”, “evita” o “esquiva” para definir la actitud impositiva de Rodríguez y sumisa de Montero. Preocupant­e.

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