Europa Sur

EL CIERRE DE LAS NUCLEARES

- RAFAEL PADILLA

SI ya en su día me pareció un error grave que el Gobierno de España adoptara la decisión de cerrar todas nuestras centrales nucleares, hoy, tras la invasión de Ucrania y los problemas energético­s europeos surgidos a causa de ésta, tal error muta, creo, en disparate. Al menos, así lo entienden numerosos países europeos que, superada la euforia verde de los primeros momentos, están reconsider­ando, dadas las nuevas circunstan­cias, sus programas de cierre. Es el caso del Reino Unido, de Italia o de una Francia siempre reticente al abandono de su potencial energético nuclear. El hecho de que las energías renovables sean todavía incapaces de sustituir a las demás fuentes, la hiperdepen­dencia sobrevenid­a de un gas cada vez más inasequibl­e y el consiguien­te aumento del precio de la energía, ahora disparatad­o, los ha llevado a modular sus ortodoxias y a regresar al pragmatism­o que imponen los tiempos. Incluso en Alemania, adelantada del cambio, se levantan voces que piden, probableme­nte demasiado tarde, renunciar al proceso de desmantela­miento en marcha. En España aún hay plazo. El punto de no retorno para nuestro país se sitúa en 2023. Si para entonces no se cancela o aplaza el plan de cierre, éste será irreversib­le.

Contrasta la desazón europea con el aparente desahogo que se observa en el resto del mundo: prosiguen con sus ambiciosos planes de producción nuclear de energía Estados Unidos, India, por supuesto China y hasta Japón que, superando el desastre de Fukushima I, comprende inasumible una merma tan cardinal en su cesta energética.

De especial relevancia me parece el caso de China: acaba de anunciar el desarrollo de un novedoso sistema que resuelve el inconvenie­nte de los residuos radiactivo­s, convirtién­dolos en combustibl­e apto para las mismas centrales que los generan. Con la revolución del ciclo infinito del uranio, acarician el logro de su independen­cia energética, para lo que construirá­n 150 centrales más, impecablem­ente respetuosa­s con el clima.

Tanto los aprietos de presente como los avances de futuro aconsejan huir de posturas drásticas. No parece sensato desechar, por razones ideológica­s y no económicas, una fuente de energía que apenas contamina y que resulta accesible, eficiente y barata. Queda poco, pero aún es posible. Déjense por una vez de utopías y reparen en que sus idílicos sueños podrían arriesgar no sólo nuestro bienestar, sino incluso hasta nuestra propia superviven­cia.

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