Adaptarse a la estrategia americana cada vez que la ha obligado a encontrar una nueva razón de ser
Unidos acuerdan su retirada en 1975.
Con la desaparición de los submarinos balísticos, la Base pierde la primera de sus señas de identidad históricas. Ha cumplido su papel —contribuir a evitar el holocausto nuclear— pero es preciso evolucionar.
Como los gatos, la Base Naval de Rota atraviesa esta primera crisis cayendo de pie. La crisis de los misiles en Cuba, en 1962, obliga a la Alianza Atlántica a cuestionarse la validez de la disuasión exclusivamente nuclear. La guerra total sería tan suicida para los Estados Unidos como para el Pacto de Varsovia. ¿De verdad querrá el aliado del otro lado del Atlántico responder con armas nucleares a una guerra convencional en Europa? De esta legítima duda nace una nueva estrategia, la llamada respuesta flexible, que desde 1967 presupone la necesidad de disponer de armamento convencional suficiente para contener al Pacto de Varsovia en Centroeuropa.
El plan de batalla asociado a la nueva estrategia es complejo. Las divisiones aliadas están en clara desventaja numérica. Es necesario apoyarlas desde la mar. Desde sus posiciones en el mar Mediterráneo y el mar del Norte, los portaaviones de los EE.UU. tienen un difícil papel: atacar los f lancos del ejército enemigo, con armamento convencional y, si fuera preciso, también nuclear táctico. En el Atlántico Norte, retaguardia de Europa, los buques y aviones aliados deben proteger el tránsito de las divisiones de refuerzo norteamericanas de los submarinos soviéticos.
Son estos los años en los que Rota adquiere más importancia en la estrategia norteamericana, los años en que es mayor el número de efectivos —militares y civiles, norteamericanos y españoles—que trabaja en la Base. La tarea fundamental es logística: garantizar el apoyo que necesita la poderosa Sexta Flota de los EE.UU. para estar lista para el combate. Pero Rota es, además, una base operativa desde la que se realizan misiones aéreas imprescindibles para el éxito de las operaciones navales aliadas: patrulla marítima, reconocimiento y guerra electrónica y transporte logístico.
Es esta época, la segunda mitad de la Guerra Fría, la que ve crecer en la Base Naval de Rota una segunda identidad, la de la Armada. La soberanía de la base siempre es española, pero la presencia, muy reducida en los primeros años, aumenta progresivamente. El Arma Aérea se traslada a Rota en 1957, cuando apenas es un embrión de lo que hoy ha llegado a ser. Más adelante, a medida que España recupera su sitio en el escenario internacional y aumenta la vocación expedicionaria de la Armada, nacen en la Base Naval de Rota los Grupos Aeronaval y Anfibio, el Grupo de Combate y, finalmente, el Grupo de Proyección. La creación del Cuartel General de la Flota, con