Europa Sur

Los cien días de Feijóo

El gallego ha reactivado a un PP moribundo con Casado y, tras el triunfo incontesta­ble en Andalucía, percibe, igual que Sánchez, que La Moncloa está de verdad al alcance de la mano

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LA semana próxima, Alberto Núñez Feijóo cumplirá cien días al frente del PP. Da la impresión de que lleva meses al frente de un partido al que ha dado la vuelta en tiempo récord, al punto de que parece que Pablo Casado es una figura del pasado. El ex presidente del partido, por cierto, ha tenido la elegancia se retirarse sin hacer ruido, sin que se le haya escuchado una sola opinión sobre su sucesor, sin un mal gesto. Asistió al congreso de Sevilla para ceder el testigo y ejerció su papel sin estridenci­as, mostró con todo el mundo su cercanía y buen hacer habitual y disimuló la procesión que, sin duda, iba por dentro.

Anunció que abandonaba la vida política y lo ha hecho sin buscar titulares. Renunció a su escaño en el Congreso y se tomó unos días en familia como descompren­sión después de años de responsabi­lidades y semanas de vivir en la máxima tensión. Feijóo le ofreció la Secretaría General del PP europeo, cargo que los dirigentes conservado­res de la UE estaban dispuestos a ceder a España después de las casi dos décadas de estar ocupado por Tono López Istúriz. Casado lo rechazó, su decisión de buscar una nueva vida en el sector privado es firme.

En estos casi cien días, Feijóo ha tomado decisiones profundas en lo político y en lo personal. Ha alquilado una casa en Madrid, su hijo ha terminado el curso en un colegio de la capital y la familia completa se trasladará después del verano, que pasarán en Galicia. Llevó al congreso de Sevilla una propuesta de nueva dirección y de ejecutiva que revalidó con mayoría aplastante, y trabajan a pleno rendimient­o como si llevaran meses al frente del partido. Ha dado prioridad a personas de su confianza en Galicia, y también a las que le propuso Juanma Moreno, convertido en una figura con proyección nacional igual que Isabel Díaz Ayuso, indirectam­ente causante del relevo en la cúpula del PP cuando Casado y Egea considerar­on que era un peligro para el liderazgo del partido al lograr un triunfo apoteósico en Madrid. Posición que se contrapone con la que defiende Feijóo: respeto máximo a los dirigentes autonómico­s. Ellos elaborarán las listas regionales, y las del Congreso y Senado serán consensuad­as con la dirección nacional.

Feijóo ha pacificado el partido. Se volcó en la campaña andaluza para intentar la mayoría absoluta de Moreno, que se consiguió, y que catapulta al PP al espacio que ocupan los aspirantes a La Moncloa. En los dos próximos meses se ocupará a fondo de la preparació­n de los congresos que quedan pendientes: Extremadur­a, Rioja y Murcia, donde mantendrá a los candidatos de la dirección anterior.

CATALUÑA Y PAÍS VASCO

Siempre en clave autonómica, la prioridad de Feijóo está en Cataluña y País Vasco, dos regiones que se resisten al voto del PP, y en donde está obligado a crecer si pretende ganar las generales. Es probable, casi seguro, que haya cambios en las respectiva­s direccione­s. No hay nada decidido respecto al País Vasco, pero sí que se anuncie una candidatur­a importante en Cataluña, la de la Alcaldía de Barcelona. Sería para el presidente provincial de Barcelona, Manuel Reyes, abogado y economista que fue alcalde de Castelldef­els y diputado autonómico. En un futuro próximo se tomarán decisiones también sobre la dirección regional, pero era urgente resolver el problema del Ayuntamien­to de Barcelona a 10 meses para las municipale­s.

En estos casi cien días al frente del PP, el nuevo presidente ha iniciado ya el acercamien­to a Cataluña y el País Vasco, empezando por el sector empresaria­l. En mayo, Feijóo fue invitado a participar en un foro de Círculo de Cataluña en el que presentó su programa económico, y desde entonces ha mantenido contactos con distintos empresario­s interesado­s en establecer un diálogo f luido con el nuevo líder popular. Viajó el viernes a Barcelona para proseguir con ese camino abierto con el foro del Círculo, y en la víspera se reunió con la cúpula del empresaria­do vasco, Confebask. No hay sector con el que Feijóo no quiera entablar relaciones, lo que evidencia que estaba decidido a responder a la confianza que han puesto en él y va a poner todo su empeño en convertirs­e en presidente del Gobierno.

No se sabe si lo conseguirá, pero en muy corto espacio de tiempo ha insuf lado ánimo en un partido que había perdido toda esperanza de recuperar algún día La Moncloa, y que hoy tiene la sensación de que con Feijóo el triunfo está al alcance de la mano.

El primero que transmite esa impresión es el propio Pedro Sánchez; es ya de dominio público, porque así lo transmite su entorno, que su objetivo es conseguir un cargo importante en el escenario internacio­nal que le sirva de excusa para no presentars­e a unas generales que da por perdidas.

EL NINGUNEO DE SÁNCHEZ

Sánchez cumplió con lo que marca la cortesía y convocó a Feijóo a un encuentro en La Moncloa nada más ser elegido presidente del PP. El gallego previament­e pidió audiencia al Rey para cumpliment­arle como nuevo líder de la oposición. La reunión duró dos horas, en las que Feijóo adelantó a Feipe VI su proyecto político, muy centrado en la recuperaci­ón económica. Con ese mismo ánimo acudió a su encuentro con el líder del Ejecutivo, cargado con un amplio dossier que recogía su propuesta económica, para cambiar impresione­s con Sánchez sobre la forma en la que se podía colaborar para superar la importante crisis económica, energética, y de inf lación que sufre España. La respuesta de Sánchez fue el silencio, como ocurrió cuando, días después, Feijóo le hizo llegar su propuesta de Defensa y Seguridad, de cara a la cumbre de la OTAN. Desde entonces, la postura del Sánchez ha sido ningunearl­o, negarse sistemátic­amente a estudiar cualquiera de las propuestas que le traslada Feijóo y, en cuanto tiene ocasión, acusarle de no tener sentido de Estado, bloquear la renovación de las institucio­nes, y responsabi­lizarlo de que el PP no respeta la Constituci­ón.

Si pretendía sacar de sus casillas a Feijóo, no lo ha conseguido. El presidente del PP no levanta el tono de voz, no responde a las provocacio­nes, ha dejado en manos de González Pons las negociacio­nes para la renovación del CGPJ y, eso sí, en sus declaracio­nes reconoce su decepción por la actitud de Sánchez hacia su partido y hacia su persona. Actitud despectiva que se ha agudizado, para mal, cuando el PP consiguió arrasar en las elecciones andaluzas y al mismo tiempo echó abajo el discurso socialista de que el PP no era nadie ni tenía perspectiv­as de gobernar si no era con el apoyo de Vox.

Lo más significat­ivo de la actitud de Sánchez respecto a Feijóo es que a sus descalific­aciones constantes sigue la petición al PP de que apoye al Gobierno en las llamadas políticas de Estado, porque no cuenta con Podemos ni con sus socios parlamenta­rios para sacar adelante las propuestas económicas que el Ejecutivo está obligado a presentar por la presión de la UE o, en los últimos días, por los acuerdos alcanzados en la cumbre de la OTAN, como el incremento del presupuest­o de Defensa o la autorizaci­ón para permitir que EEUU envíe a la base de Rota dos nuevos destructor­es.

Feijóo ha hecho alarde estos cien días de mantener la cabeza fría ante el reto de llevar a su partido al triunfo electoral, y no se permite caer en la tentación de distraerse de ese objetivo respondien­do a las permanente­s descalific­aciones del Ejecutivo.

Cuando le piden desde La Moncloa respaldo parlamenta­rio responde siempre lo mismo: “Apoyaré cualquier asunto de Estado que se nos presente, pero el Gobierno debe informarno­s previament­e del alcance de su iniciativa, de su proyecto”. Y, al mismo tiempo, Feijóo insiste que espera la respuesta de Sánchez a las propuestas enviadas a su despacho, por escrito, con afán de consensuar políticas que contribuya­n a sacar a los españoles de la gran crisis económica y política que sufren.

Una actitud que parece quebrar la estrategia de un presidente del Gobierno habituado al constante enfrentami­ento dialéctico con Casado y al duro intercambi­o de acusacione­s. Feijóo no ha entrado en ese terreno. Se vio en el primer debate que han mantenido desde que fue elegido presidente del PP, en la sesión de control del Senado.

En unos días se celebrará en el Congreso el Debate sobre el estado de la Nación. Los asesores jurídicos del PP están estudiando la posibilida­d de que Feijóo pueda dar la réplica al presidente, como senador. Desde el Gobierno ya han enviado a Génova el recado de que no se moleste Feijóo en buscar una fórmula que lo permita: no es diputado y Sánchez sólo debate con los presidente­s o los portavoces de los grupos parlamenta­rios en el Congreso.

en “un desafío” para “los intereses, los valores y la seguridad” de la OTAN, que es una forma más elaborada de llamar enemigos a los chinos sin hacerlo. La bien engrasada relación entre Moscú y Pekín es otro factor desencaden­ante de la desconfian­za, por más que Xi Jinping se ha mantenido –táctica y afortunada­mente– en una posición relativame­nte pasiva en la invasión de Ucrania. Todo va muy rápido. Sólo hace doce años que EEUU y Rusia escenifica­ron un encuentro de amistad en Lisboa.

La tercera pieza del nuevo concepto estratégic­o, clave para España, es la frontera sur de Europa, donde habrá presencia directa de tropas de la OTAN. Aviso para navegantes sobre quién interviene según para qué, llegado según qué caso y en según qué momento. Para España se llaman Ceuta y Melilla. Sumen la incorporac­ión de Suecia y Finlandia. Y un éxito indiscutib­le para la organizaci­ón que Trump dejó malherida: el empujón definitivo a los países rezagados –entre ellos, España– para que incremente­n su inversión en Defensa hasta llegar al 2% del PIB.

NADA QUE CELEBRAR

La cumbre ha sido un éxito organizati­vo y ya se verá si es también un éxito en el cumplimien­to de sus planes, pero no hay nada que celebrar. Lo que ha ocurrido en Madrid es la constataci­ón de que el mundo es cada día un lugar más peligroso. Ese planeta desapacibl­e ha provocado el mayor rearme del bloque atlántico en muchas décadas. Los países van a destinar más recursos públicos a armamento –el 2% del PIB será el suelo, no el techo– y podemos contar ya con la reacción de los adversario­s. No es un motivo de celebració­n que se haya invertido la inercia hacia el fin de la guerra de bloques –ahora: OTAN vs. China y Rusia– y esta apuesta por el rearme. Todo tendrá, además, consecuenc­ias en clave nacional. Sin embargo, hay una especie de lógica de la insegurida­d y el unilateral­ismo salvaje de Moscú que nos conduce a estos nuevos escenarios con escasa resistenci­a.

España va a la cabeza del nuevo atlantismo. Y todo esto de la mano de Pedro Sánchez y de un gobierno con Podemos. Paradojas de la vida. Sánchez, el más PRO-OTAN de los presidente­s españoles. Quién lo hubiera dicho cuando hacía campaña en primarias contra el sistema y la superestru­ctura, que apoyaba a Susana Díaz. Pero hoy hace lo que debe. Cierra la semana con un innegable éxito personal y con una exhibición de prestigio internacio­nal que supera al que tiene en casa. Lo dicho, un caso de estudio.

UN TIEMPO SIN MATICES

La ventaja que tiene la OTAN para ejecutar esta jugada es que la crisis rusa lo ha puesto todo en entredicho. Las posiciones antimilita­ristas pierden fuelle. La opinión pública alcanza hoy hasta un 80% favorable a la OTAN en España en un estudio del Instituto Elcano, aunque el CIS también rebaja notablemen­te el apoyo de los españoles a doblar el gasto militar. Y los ciudadanos necesitan pocas explicacio­nes tras ver cómo un país nucleariza­do invade a otro y provoca una crisis social, económica y política de las que creíamos que ya no íbamos a ver. A la izquierda socialdemó­crata le tocó revisar sus posiciones hace muchos años de la mano de Felipe González, sabedor de que España debía entrar en la Alianza si quería ser un país homologabl­e, relevante y jugar en los foros internacio­nales. A la izquierda situada a la izquierda que vivimos o sólo será una mezcla de ingenuidad con reflujo antimperia­lista ochentero. Ciertament­e, este impulso militar es inquietant­e. Salvo personajes siniestros, a nadie en su sano juicio le gusta invertir en armas antes que en Educación. Los tanques no son el utilitario favorito de los ciudadanos. Y el horror de una bomba es compartido por prácticame­nte toda la humanidad. El problema es que se necesitan alternativ­as realistas, que funcionen y se contrapong­an a las agresiones salvajes como la de Putin. Nadie ha formulado alguna con visos de tener éxito. Putin no parece muy interesado en las apelacione­s al diálogo y a la cultura de paz. La secretaria general de UP, Ione Belarra, ha reiterado su posición esta semana: “Con balas no se come, con bombas no se cura y con tanques no se apagan incendios”. Y tiene razón. Pero las bombas desgraciad­amente no es

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MIGUEL TOÑA / EFE
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