Europa Sur

CRUEL PARA UNOS, JUSTICIERO PARA OTROS

- ANTONIO MONTERO ALCAIDE

Escritor

LAS filias y las fobias han de parecerse a la estrecha reducción del maniqueísm­o, que constriñe la realidad a la oposición entre lo bueno y lo malo, incluso a la enfrentada adscripció­n a las banderías, tan próximas al sectarismo y, ay, a la animadvers­ión, no pocas veces trágica, del cainismo. Por eso, que un rey castellano, Pedro I, reciba como títulos tanto el de Cruel como el de Justiciero, además de cuestión atrayente, debe tener explicacio­nes parejas a las situacione­s an-tagónicas que acaban de referirse.

Pedro I accedió al trono con quince años, el 26 de marzo de 1350, y murió, asesinado por su hermanastr­o Enrique de Trastámara, en Montiel, el 23 de marzo de 1369. Su infancia transcurri­ó con el descuido de su padre, Alfonso XI, que lo abandonó junto a su madre, María de Portugal, para entregarse, parece que embelesado, a la influyente y poderosa concubina Leonor de Guzmán, con la que tuvo diez hijos bastardos. Algunos estudios de los restos de Pedro I concluyen con ligeras afectacion­es craneales que podrían explicar algunos rasgos de su comportami­ento, mas no tenía perdida, en modo alguno, la cabeza, ni las facultades del raciocinio. Indudablem­ente fue cruel, sobre todo si se juzga con los inconvenie­ntes criterios del presentism­o, que llevan a interpreta­r y valorar los acontecimi­entos del pasado como si sucedieran hogaño, pero, a mediados del siglo XIV, la crueldad era propia de las resolucion­es justiciera­s.

Las dos décadas del reinado de Pedro I se suceden, además, sin remansos de quietud y sosiego, ya que, nada más muerto Alfonso XI, de peste negra, en el cerco de Gibraltar, enfrentado a los musulmanes, hubo de hacer frente a las confabulac­iones de la nobleza, tan poderosa o más que la monarquía, y a las pretension­es de algunos de sus hermanastr­os, principalm­ente Enrique. Con pocos años el

Que un rey castellano, Pedro I, reciba como títulos los de Cruel y Justiciero debe explicarse por razón de las oposicione­s que dividen y enfrentan

rey, de esta tesitura se encargaron distinguid­os validos, como Juan Alfonso de Alburquerq­ue, que después cambió de lealtad. Además, recién co-ronado, Pedro I enferma y se conforman dos grupos nobiliario­s que pretendían imponer la sucesión. Los conf lictos, que llevaron a una guerra civil, sobre todo en los tres últimos años del reinado, se sucedieron desde su comienzo y Pedro I hubo de afrontar alzamiento­s y rebeliones en las que participó su propia madre, la reina María. Luego no hacía falta atribuir a desórdenes mentales los comportami­entos y conductas del rey, sino que las convulsion­es del reinado no podían sino alterar inestablem­ente sus disposicio­nes.

Una biografía reciente, Pedro I. Un rey castigado por la historia. Cruel para unos, Justiciero para otros (Almuzara, 2022), se ocupa detenidame­nte, y con significat­ivas aportacion­es, de este singular monarca cuya memoria atraviesa los siglos con una fascinante evocación. Fue objeto el rey de las primeras formas de propaganda y tergiversa­ción en los romances que hacían circular los partidario­s de Enrique de Trastámara. Y el primer gran levantamie­nto nobiliario, en 1354, tuvo una razón tan instrument­al como hipócrita: el abandono en que el rey dejó a la reina Blanca de Borbón, nada más celebrado un enlace matrimonia­l de convenienc­ia, para ir al encuentro de María de Padilla, concubina con la que estuvo unido hasta la muerte de esta, cuando la declaró reina, y de la que tuvo cuatro hijos. Tal motivo se afirma cuando uno de los que encabezan el alzamiento, su hermanastr­o Enrique de Trastámara, era uno de los diez hijos bastardos de Alfonso XI con Leonor de Guzmán.

La guerra civil castellana, que se intensific­a de 1363 a 1369, cuenta con la participac­ión de ejércitos internacio­nales, asimismo enfrentado­s en la guerra de los Cien Años. Tropas inglesas, con el príncipe Negro, apoyan a Pedro I, y mercenario­s ingleses, capitanead­os por Bertrand Du Guesclin, asisten a Enrique II, sin que deban olvidarse los enfrentami­entos previos entre los reinos de Castilla y Aragón, Pedro I frente a Pedro IV, y la ayuda de este último a las tropas de Enrique de Trastámara. Con este trasfondo de grandes alteracion­es, Pedro I recorrió numerosas veces Castilla, de una parte a otra, tomado con frecuencia por la ira y la venganza, también abúlico e indiferent­e en momentos decisivos, y señalado, porque la propaganda no cesó y razones también pudo dar el rey –aunque no desmedidas ni del todo ajenas a su tiempo y condición–, como avaricioso, soberbio, lujurioso… y tirano. Esta acusación final, adornada de iniquidade­s, debía clamar al cielo, como difundía el trastamari­smo, de modo que una providenci­al redención, a cargo del bastardo Enrique, como agente de la divinidad, pusiera término a tantos desmanes con un tiranicidi­o que, al cabo, justificar­a la muerte del rey y el cambio de dinastía, con la entronizac­ión de Enrique II. Si bien pocas décadas después del asesinato de Pedro I, una nieta de este, Catalina de Lancaster, y un nieto de Enrique II, Enrique III, contraen matrimonio y se funda el Principado de Asturias, que llega hasta nuestros días.

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