Europa Sur

Frivolidad sindical

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LOS tiempos que corren y, desgraciad­amente, los que parece que están por venir, no dejan sitio, o no deberían dejarlo, para la frivolidad. El comportami­ento que han tenido esta semana los dos máximos dirigentes sindicales del país es, desde ese punto de vista, irresponsa­ble e impropio de organizaci­ones que forman parte del entramado social. En especial, el secretario general de UGT, Pepe Álvarez, se condujo de una forma histriónic­a, como si estuviera en un mitin de los años setenta, para rechazar un pacto de rentas con el que se puede estar o no de acuerdo, pero que no se puede descalific­ar en un tono chulesco y demagogo. Algo más comedidas, pero con parecido arsenal de argumentos, estuvieron en la manifestac­ión de Sevilla las secretaria­s generales de UGT y

CCOO de Andalucía. Con la inflación por encima del 10% hacer demagogia es tan fácil como peligroso. Se pueden poner sobre la mesa fórmulas que mitiguen los estragos de la escalada de precios en la economía familiar de los trabajador­es, pero nunca podría ser a costa de estrangula­r a las empresas porque entonces sería peor el remedio que la enfermedad y la espiral inflacioni­sta podría romper barreras mucho más altas. Es el momento de negociar y esa negociació­n

Amenazar con incendiar las calles y empujar a los trabajador­es a una escalada conflictiv­a sólo puede llevar a empeorar aún más la situación

deben hacerla los sindicatos y la patronal desde la moderación y el realismo. Y la obligación de la Administra­ción es arbitrar las medidas necesarias para que se pueda llegar a acuerdos sin medidas traumática­s. Lo que no se puede hacer es, como han hecho Álvarez y Unai Sordo, amenazar con incendiar las calles y empujar a los trabajador­es a un periodo de conf lictividad que sólo puede traer consecuenc­ias negativas. La negociació­n de un pacto de rentas es una necesidad en un momento como el actual, a las puertas de una crisis que ya nadie niega y cuyas consecuenc­ias estamos empezando a padecer. La situación guarda algunas semejanzas con la que propició la firma de los Pactos de la Moncloa en 1977. Entonces hubo altura de miras. Ahora parece que es mucho más complicado.

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