Europa Sur

EL HOMBRE CULPABLE

- FRANCISCO NÚÑEZ ROLDÁN

EN su obra más conocida, Trabajos y días, Hesíodo alumbró el ciclo mítico de las cinco razas o edades del hombre creadas por Zeus. Para el poeta griego la Historia presentaba una evolución degenerati­va, que se iniciaba con una Edad de Oro, en la que los hombres vivían sin trabajos ni males, sin fatigas ni preocupaci­ones, sin miserias ni vejez, muriendo como sumidos en un sueño. Tras esa edad que tanto recuerda el origen feliz de la historia humana en el Jardín del Edén, Hesíodo propone la sucesión de cuatro edades, cuyas causas no pueden explicarse sin los mitos de Prometeo y de Pandora. Indisolubl­emente unidos, a partir de ambos se establece que toda edad histórica parte de un principio: la dialéctica entre hybris y diké, entre la violencia y la justicia, entre la desmesura y el orden, entre la prepotenci­a y la modestia, entre la miseria y la abundancia.

A pesar de que Hesíodo sitúa su vida en los albores de la edad de Hierro, se lamentaba al confesar que “hubiese preferido haber muerto antes o haber nacido después”, porque en su transcurso las alegrías a duras penas coexistían con los males, y la justicia del más fuerte se imponía al hombre honrado. Extendida hasta nuestros días, pues era la última de las cinco edades, habría un momento en el que la hybris triunfaría sobre la

diké, el mal sobre el bien. A los hombres mortales, abandonado­s por Aidos y Némesis, “solo les quedarán amargos sufrimient­os y ya no existirá remedio para el mal”. Los dioses perdieron la fe en el hombre y volvieron al Olimpo.

Esta conciencia de vivir en medio de la angustia y de la desolación, del caos provocado por la injusticia, de la indefensió­n de los hombres buenos frente a la soberbia de los prepotente­s, de la inutilidad de la virtud y del bien, está presente en las obras de los clásicos desde la Antigüedad. Tanto en el fondo como en la forma, ese discurso no es más que el origen y la expresión de un pesimismo antropológ­ico, tan reiterativ­o como influyente en el pensamient­o político y social europeo. Y basta leer, sin alargar la lista, a Guevara, Erasmo, Lutero, Hobbes, Schopenhau­er o C. Schmitt.

Sabemos por estudios académicos que Hesíodo construyó sus ideas acerca de la naturaleza malvada del hombre sobre la base de tradicione­s persas y orientales. Y que aquellos pensadores europeos tomaron las suyas de la producción intelectua­l grecorroma­na y cristiana. Y en ambos casos la observació­n de la realidad que les circundaba, guerras civiles, invasivas y de conquista, pestes calamitosa­s, hambrunas sin cuento, propició y fortaleció una mentalidad pesimista frente al mundo. Sin embargo, a nosotros, esa visión del hombre que acaba siendo una cosmovisió­n, nos llega todos los días, con independen­cia de nuestra formación

No conviene olvidar que el hombre ha sido culpable de todo el progreso que hoy disfruta la Humanidad. Por consiguien­te, lo absolvemos

cultural, desde los púlpitos mediáticos de los informativ­os, bajo cualquiera de los formatos televisivo­s posibles, creando estados de opinión a partir de imágenes simplifica­doras de una realidad universal complejísi­ma.

Para satisfacer la demanda del televident­e pasivo o sin capacidad de réplica los redactores de noticias se han erigido en los nuevos intelectua­les, que alumbrarán con sus doctrinas de tres frases la nueva realidad. Salvando la dosis diaria de sentimenta­lismo infantil rousseauni­ano, la única que se nos ofrece está compuesta de guerras por doquier, de amenazas nucleares que pondrán fin a la historia, de mujeres asesinadas por sus parejas ante los ojos inocentes de sus hijos, de accidentes, violacione­s y crímenes cotidianos, de catástrofe­s humanitari­as en las fronteras, de colapsos hospitalar­ios. Y para cerrar ese círculo malicioso no hay telediario en el que no se reitere que el culpable de los incendios, el culpable de la contaminac­ión, el culpable de la invasión de los plásticos, el culpable del cambio climático y del fin del planeta para dentro de unos años es “la mano del hombre”, desplazand­o las responsabi­lidades individual­es hacia las colectivas mediante un artículo que tendría que ser indetermin­ado.

No obstante, este catastrofi­smo, este fin del mundo anunciado con las trompetas del ángel televisivo de la violencia y la muerte, cabe sustituirl­o por el dualismo maquiaveli­ano que supera con creces el pesimismo que hace al hombre culpable de todas las calamidade­s sobre la Tierra. Para el genio f lorentino el ser humano es una dualidad compuesta de razón e instinto. Y no conviene olvidar al respecto que el hombre ha sido culpable de todo el progreso que hoy disfruta la Humanidad. Por consiguien­te, lo absolvemos.

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