Europa Sur

LA PEQUEÑA CORTESÍA

- TACHO RUFINO

POR una puerta lateral mal dimensiona­da por el arquitecto para el continuo tráfico de personas que ha acabado teniendo, el entrepatio de la facultad da paso al gran atrio central a cientos de estudiante­s, profesores y funcionari­os cada día, y a todas horas. Es una puerta batiente, de las que se abren con un pequeño empujón de la mano: sus bisagras deben ser repuestas cada pocos meses. Ese extraño estrecho obliga a los transeúnte­s –como los barcos en el de Gibraltar– a entenderse con gentileza y según normas no escritas con los desconocid­os de ocasión y embudo, o, contrariam­ente, a demostrar su mejorable educación de seres únicos en el trasiego entre los que van de adentro a afuera y viceversa. Es ése un lugar de encuentro que obliga a cierta forma de cortesía consuetudi­naria, la de cederse el paso o bien agradecerl­o. Aunque los solipsista­s aborricado­s no coticen ese convenio. Son los menos, éstos. Pero como

quien huele mal o grita, se notan más que proporcion­almente.

La forma en que nos relacionam­os en las puertas, las bullas y colas, los semáforos y pasos de cebra, los atascos o las incorporac­iones de la autovía dice mucho del respeto que nos tenemos unos a otros. Qué se puede esperar de un sitio en el que hasta algunos conductore­s de autobuses públicos –mayormente vacíos– se comportan como macarras, haciendo sonar el claxon por un quítame allá esas pajas (si no estoy muy equivocado, está prohibido por las ordenanzas). Qué esperar una ciudad en la que demasiados ciclistas o patinetero­s hacen de la acera un sitio de susto y riesgo para los viandantes que –de nuevo, si uno no está equivocado– es un espacio de preferenci­a de los peatones entre las fachadas y la calzada. La cortesía entre desconocid­os de a pie o a motor parece a no pocos ser una conducta de débiles.

La suciedad que los ciudadanos –es un decir– dejan en las calles es directamen­te proporcion­al a la pulcritud con la que cuidan sus casas y sus vestimenta­s, y es ésta una hipótesis bastante plausible. Gente que se coge un Ryanair y vuelve de Berlín o la Bretaña alucinadit­a con lo limpias que están las calles allí, pero que tira al piso colillas y envoltorio­s, y hasta escupe en la casa común, que no otra cosa es una ciudad o un pueblo. Gente que proyecta en otros su propio guarreo, señalando al Ayuntamien­to como responsabl­e de lo sucio que está todo. Una triste muestra de la infantiliz­ación que los maleducado­s ostentan, afeando la convivenci­a. Un indicador del desarrollo social de los lugares en que habitamos. Un indicador de andar por casa.

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@Tachorufin­o

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