Descenso a los infiernos de la izquierda
Hay personas que aseguran que el presidente está “tocando teclas” que dan a entender que busca una salida de Moncloa por la puerta grande y no volver a ser candidato
NO se encuentra la izquierda en su mejor momento, ha iniciado un descenso hacia los infiernos que no se sabe si tendrá remontada, considerando el descenso a los infiernos la pérdida de poder. Ya comentamos en su momento que Pedro Sánchez no quiere presentarse a las elecciones porque sabe que tiene muchas probabilidades de perderlas, y que anda ojo avizor para ver si surge la posibilidad de ocupar un cargo internacional de prestigio que justifique que renuncie a ser nuevamente candidato a La Moncloa.
En su entorno no dan credibilidad a esa historia, aunque sería insólito que lo reconociera; de la misma manera que sería insólito que un presidente del Gobierno, cualquiera, anunciara que tiene previsto hacer cambios en su Ejecutivo porque no está contento con algunos de sus ministros, o dijera que tiene en mente un adelanto electoral. Por tanto, el entorno calla e incluso desmiente, pero hay personas que aseguran que el presidente está “tocando teclas” que dan a entender que busca una salida de Moncloa por la puerta grande.
Lo que no puede negar nadie es que la siempre mencionada
de Pedro Sánchez pierde fuelle y que las elecciones andaluzas pueden marcar el principio del fin de una España gobernada por la izquierda y la ultraizquierda con apoyo de independentistas y un partido cuyo origen es ETA; y tampoco se puede negar que la crisis económica, debida a la guerra de Ucrania pero también a los desaciertos de las políticas de Sánchez y su equipo, está provocando, como en ocasiones anteriores, que infinidad de españoles miren hacia el centro derecha, que son los que habitualmente han resuelto los desaguisados económicos de los gobiernos socialistas.
Hoy, Pedro Sánchez confía su futuro a esa posibilidad de que se le ofrezca un cargo de renombre internacional… o que Yolanda Díaz desmienta a Alfonso Guerra, que la calificó como “un bluff” y se convierta en una estrella política. O más que en una estrella, que ya lo es porque ha dedicado mucho tiempo a cuidar su imagen, a que se convierta en una figura política, con un programa atractivo y bien estructurado, y un equipo sólido. Caló pronto a Podemos, partido que utilizó para promocionarse pero del que se alejó en cuanto Iglesias la designó vicepresidenta; y ha presentado su plataforma, Sumar, curándose en salud y pidiendo a los dirigentes políticos de Unidas Podemos, Izquierda Unida y otras formaciones con la que ha establecido contacto en estos meses, que no acudieran a la presentación, porque quería dar protagonismo a la población civil. Quien quisiera ir, que lo hiciera a título personal. Evitaba así que se pusiera el acento en las ausencias, como ocurre en ese tipo de actos políticos.
Además de Yolanda Díaz, también Pedro Sánchez ha asumido hace tiempo el declive de Podemos y se advierte a la legua que es Díaz su apuesta de futuro. Aunque no descuida la formación de Belarra y Montero y cuando parece que ha tensionado demasiado la cuerda se apresura a aparecer públicamente junto a alguna de las dos ministras… o de las dos juntas. Sánchez es consciente de que si se presenta a las elecciones la única posibilidad de gobernar es repetir una coalición con la extrema izquierda, así que cuida a Yolanda Díaz por si acaso consigue formar un partido y forma un nutrido grupo parlamentario. Pero sin perder de vista a Belarra y Montero, no vaya a ser que arañen algunos escaños en la próxima legislatura.
BILDU Y SU NUEVA EXIGENCIA
No tiene fácil mantenerse en Moncloa. La fuga de votos socialistas hacia el PP es constante por la decepción con el Gobierno. En los últimos días ex dirigentes del PSOE han llamado a Génova para pedir, suplicar, que el PP haga cuanto esté en su mano para que no se apruebe la Ley de Memoria Democrática. Es toda una descalificación de la Transición, de sus logros y de sus protagonistas, con una propuesta de Bildu, una exigencia, para presentarla como una prolongación del franquismo.
Esa ley, que abraza con entusiasmo Podemos y que acepta un Pedro Sánchez que es incapaz de romper con Podemos y con sus socios habituales por miedo a perder el Gobierno, ha provocado que estos últimos días sean los más convulsos del Ejecutivo. Por los problemas internos y porque coinciden estos problemas con una época de entusiasmo e ilusión en el PP.
En esa situación de posible bajada a los infiernos mientras el PP se eleva hasta no se sabe dónde, Pedro Sánchez ha puesto en marcha la estrategia de arremeter contra Alberto Núñez Feijóo. Como no puede acusarle de que sólo ataca al Gobierno y no presenta propuestas –su eterna acusación a Casado–, ya que Feijóo da prioridad a presentar proyectos que además entrega a Sánchez aunque no los lee, Sánchez se ha convertido en el líder de la oposición de la oposición. Líder de la oposición al PP. Con resultado no muy glorioso, como ha sucedido en Andalucía: basó su campaña en denunciar que el PP gobernaría con Vox y lo que provocó fue que los votos se fueron masivamente al PP para impedir esa coalición. Votos que dudaban sobre apoyar a Vox… y votos que en anteriores ocasiones habían sido del PSOE. En las elecciones del pasado 19 de junio el PSOE tuvo uno de los peores resultados de su historia, y eso que lleva acumulados unos cuantos. Y desde el propio PSOE, ya en plena campaña electoral, los candidatos confesaban abiertamente que a Juan Espadas le perjudicaba aparecer junto a Pedro Sánchez.
El presidente de Gobierno, que no es un como ha demostrado en ocasiones anteriores cuando salía adelante aunque se le daba por muerto, ahora fía todo al debate sobre el estado de la Nación que se inicia este martes.
LOS SEÑORONES QUE FUMAN PUROS
Feijóo no puede participar porque no es diputado, pero se sentará al lado de Cuca Gamarra, en el escaño que ocupa habitualmente el líder de la oposición. El presidente del PP sabía desde el momento que asumió la jefatura del partido que estaba en desventaja frente al presidente de Gobierno al no ser diputado, pero ha suplido esa circunstancia con una actitud muy activa que le ha hecho presente día a día en los medios de comunicación. Encuentros con miembros de las instituciones del Estado, también con líderes sociales, y con miembros del empresariado de País Vasco y Cataluña.
En esta comunidad, Cataluña, tiene una presencia especial, con varias reuniones con representantes de la sociedad civil, a la que pregunta y escucha. Y ha anunciado que en las próximas semanas, antes y después de las vacaciones, piensa ampliar su agenda con reuniones en las que incluye no sólo a sindicatos y empresarios, como hasta ahora, sino también con dirigentes de otros partidos, incluidos nacionalistas e independentistas. Con una excepción: Bildu.
Una excepción que afecta a la línea de flotación de Pedro Sánchez, no sólo por la polémica creada con la Ley de Memoria Democrática sino porque se conmemora el 25 aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco con un acto en Ermua presidido por el Rey con la intervención de Pedro Sánchez. Marimar Blanco, hermana de la víctima, quiso intervenir también, y se negó el PSOE, aunque finalmente cedió por las muchas presiones que se produjeron. Paralelamente, el PP organizará también un acto conmemorativo –Miguel Ángel era miembro del PP– presidido por Feijóo y ex presidentes del PP… y Marimar Blanco, invitada desde el primer momento. Como era lógico.
Para la necesaria remontada no sólo Sánchez debe poner todo su empeño en recuperar credibilidad e iniciativa política, lo que ha tratado de hacer esta semana con una reunión presidida por Calviño con los ministros con competencias económicas para hacer ver que es una preocupación máxima para el presidente. Pero necesita algo más: que se apaguen los fuegos, que son inacabables. El uso de un para el viaje de Montero y sus asesoras a Estados Unidos, el asalto a las instituciones y a Prisa, o el intento de cambiar las reglas de juego para colocar afines en el Tribunal Constitucional.
No se trata de que hay señorones que fuman puros que quieren derribar el Gobierno, como dice Sánchez. No, se trata de que el Gobierno de Sánchez va de escándalo en escándalo e indigna, sobre todo, a sus votantes.