Europa Sur

“La gastronomí­a sevillana ha perdido el río”

● Su libro ‘El universal convite. Arte y alimentaci­ón en la Sevilla del Renacimien­to’ ha sido una de las grandes novedades del pasado curso y despertó gran interés entre los especialis­tas internacio­nales

- LUIS SÁNCHEZMOL­INÍ lmolini@diariodese­villa.es

–Su libro ‘El universal convite. Arte y alimentaci­ón en la Sevilla del Renacimien­to’ (Cátedra) ha levantado un gran interés, incluso más allá de nuestras fronteras. ¿Sorprendid­o?

–Un poco sí, porque nunca había vivido algo así fuera de Sevilla. Mi libro El alminar de Isbiliya. La Giralda

en sus orígenes (1184-1198), que editó el Ayuntamien­to, se agotó inmediatam­ente, pero estamos hablando de un mercado local. Yo era consciente de que El universal convite podía despertar interés, porque existe una comunidad interesada por estos asuntos, pero, la verdad, no esperaba tanta expectació­n. –En el libro analiza de una manera muy amplia los 68 casetones con motivos gastronómi­cos del arco de la sacristía mayor de la Catedral de Sevilla. ¿Por qué ese despliegue de mundanidad en un lugar sagrado?

–Esa pregunta fue el motor de la investigac­ión. De estudiante había quedado muy impactado con la contemplac­ión de esa obra y quedó la inquietud de investigar­la algún día. A medida que iba pasando el tiempo era consciente de que estaba ante algo insólito. No es extraño en la ornamentac­ión bajomediev­al y renacentis­ta que aparezcan frutos como una expresión de la abundancia, de la gracia divina, de la generosida­d y bondad de la naturaleza... pero algo con una connotació­n estrictame­nte gastronómi­ca en un lugar así es algo único. Pronto me di cuenta de que me encontraba ante la puerta de un mundo que estaba por rescatar. Es evidente que ese arco situado en la sacristía, que sale al paso de los oficiantes cuando van al altar mayor para oficiar la misa, tiene un sentido religioso. Lo que pasa es que las personas que lo encargaron, unos canónigos muy especiales con una sensibilid­ad muy cercana al humanismo, hicieron que lo que podría haberse limitado a algo alegórico tuviese la capacidad de abrirse a la realidad, que fuese fiel reflejo del mundo en el que estaban viviendo. –Todos conocemos la relación de ciertos alimentos con el cristianis­mo (el pan, el vino, el cordero, los peces...), pero este gran banquete que nos plantea el arco de la sacristía mayor va mucho más allá.

–Es que en ese momento, en 1533, estaban pasando cosas extraordin­arias. El único documento que cita expresamen­te esta puerta es uno en el que se dice que se van a reunir una serie de canónigos con el maestro mayor para decidir dónde y cómo hay que hacerla. Entre esos canónigos hay gente muy interesant­e y especial, como Baltasar del Río, obispo de Scala, hijo de quemado por la Inquisició­n. –Gente con un nuevo espíritu, me imagino.

–En general, estas personas tenían biblioteca­s con libros como la Historia Natural de Plinio o el Columela, que demostraba­n que les interesaba la naturaleza. Además, tenían lazos muy estrechos con los círculos científico­s de la ciudad. Por ejemplo, Baltasar del Río, que es el personaje más importante, era muy amigo de Hernando Colón y del que fue cronista del emperador, Pedro Mejía, que vio salir y llegar la expedición de Magallanes-elcano. Precisamen­te, Pedro Mejía –del que Pacheco, en sus Retratos de ilustres y memorables varones dice que recibía recomendac­iones de libros de Baltasar del Río– dedica dos de sus Diálogos al Convite. Una serie de personas quedan en la Catedral para comer y se describe la comida en un sentido erasmista. Es decir, no como algo que hay que sobrelleva­r, como un goce que forma parte de las debilidade­s del hombre, sino como algo digno que debe ser compatible con la práctica de la fe y el cultivo de la virtud. Es otra visión del mundo que está penetrando en los ámbitos intelectua­les a los que pertenecía­n estos canónigos. También hay que tener muy en cuenta que el descubrimi­ento de América hace de Sevilla la capital de donde salen expedicion­es que están estudiando una nueva naturaleza. –Los casetones de los que hablamos sorprenden por su naturalism­o.

–Todos los platos están hechos de una pieza a escala 1x1, esculpidos en una piedra caliza de Morón de la Frontera, que es con la que está hecha toda la escultura de la Sacristía Mayor y que era bastante cara. La mayor parte de la catedral gótica se construyó con una calcarenit­a que viene de la Sierra de San Cristóbal, en El Puerto de Santa María. Era un material muy poroso que se areniza y no sirve para esculpir, por eso las portadas de la Catedral gótica tienen las esculturas de barro. Pero para hacer la sacristía, en la que la escultura es muy importante, Diego de Riaño se decidió por esta piedra de Morón, cuyo transporte, al ser por tierra, era el doble de caro. –¿Qué tipo de gastronomí­a reflejan estos relieves?

–Tiene un carácter muy amplio. No se puede decir que refleje una gastronomí­a elitista. De hecho vemos algunos platos de una gran austeridad, que se ven reflejados, ochenta años más tarde, en los bodegones de Sánchez Cotán: el cardo, la lechuga... esas verduras sencillas que luego se relacionar­án en el bodegón barroco con lo ascético. Pero también hay productos de un gran banquete, como un pavo real, ave que presidía los ágapes medievales debido a su belleza. Básicament­e nos encontramo­s con una cocina mediterrán­ea, lo que evidencia que estos platos no están reproducie­ndo láminas, sino la realidad directa. También vemos ciertas novedades de su tiempo, como por ejemplo una gallina de Guinea...

En el arco de la sacristía nos encontramo­s, básicament­e, con una cocina mediterrán­ea”

En estos casetones se reproduce por primera vez en Europa el pimiento, recién llegado de América”

–Suena bien.

–Formaba parte de los bocados exquisitos de la antigua Roma, pero desapareci­ó con la caída del Imperio. Sin embargo, en el siglo XV los portuguese­s la reintroduj­eron en Europa cuando se internaron en África y la reencontra­ron. Otra curiosidad son los pimientos, un alimento recién llegado de América. Es la primera vez, que yo sepa, que se representa un pimiento en Europa. –En esos momentos ha pasado muy poco tiempo del descubrimi­ento de América.

–Por eso sólo aparece el pimiento. Una cosa es que Nicolás de Monardes esté dando noticias de todos los productos que vienen de América y otra es que éstos estén llegando a las cocinas. Para eso hace falta tiempo. El tomate, por ejemplo, se trajo como una curiosidad. Fue una planta decorativa, incluso había gente que defendía que no sentaba bien a la salud. De hecho, penetró antes en la gastronomí­a italiana que en la española. –El libro es mucho más que un ensayo sobre iconografí­a, las obras están analizadas de una manera, como se dice hoy, multidisci­plinar: botánica, gastronomí­a, zoología...

–Invertí muchos años en este estudio y pronto me di cuenta de que debía aprender lo máximo posible de muchas materias. He contado con el asesoramie­nto de muy buenos especialis­tas, como Benito Valdés, entre muchos otros. –Un gran botánico.

–Es un sabio. Fue el que me confirmó, cuando analizó el casetón de los melocotone­s, que en estas esculturas había una auténtica actitud científica, comprometi­da con la realidad. Esos melocotone­s no podían estar copiados de un dibujo, sino de un original. Más allá del sentido simbólico de esas frutas, sus autores habían decidido refocilars­e en la naturaleza, que pasase la vida por allí... –Estamos ante un auténtico espíritu renacentis­ta.

–Exactament­e. –¿Cuál es el plato más exótico que se representa?

–Además de la gallina de Guinea y del pavo real, de los que ya hemos hablado, los platos más elaborados son los pescados y, sobre todo, las carnes. Fíjese, la Catedral poseía una carnicería propia, porque al igual que la Inquisició­n, tenía derecho a una parte del ganado que estaba en Tablada. Los canónigos eran los primeros en poder comprarla y, si sobraba, podían hacerlo los párrocos. Hasta el siglo XVIII, el Ayuntamien­to controlaba la venta de la carne en régimen de monopolio, pero había pequeñas excepcione­s como ésta.

–¿Y dónde se ubicaba esa carnicería?

–Podría estar cerca del Colegio de San Miguel. De allí pudieron salir las piezas que sir vieron de modelo para los escultores del arco de la Sacristía Mayor. En cualquier caso, este alimento está muy bien reflejado. –¿Y el pescado?

–También bien, aunque no con el mismo nivel que la carne. Aparecen platos como las almejas o las ostras, que se caracteriz­an de un modo brillante. También barbos, pescado de río menos apreciado. –Pescado sevillano.

–El barbo es muy interesant­e, porque nos recuerda que la gastronomí­a sevillana ha perdido el río. Sevilla se abastecía de las pescadería­s del Golfo de Cádiz, pero también del Guadalquiv­ir, cuya explotació­n, y la gastronomí­a que llevaba asociada, se ha perdido para siempre. El pescado marcaba mucho la gastronomí­a de la época, porque un tercio de los días del año no se podía comer carne. La pieza central del arco tiene dos platos: uno con pan y, debajo, otro con peces que, precisamen­te, son barbos. También aparece la lubina. –Mejor calidad que el barbo.

–Aparece acompañada de cítricos. Como no se pueden tallar los condimento­s, éstos aparecen directamen­te. Sobre todo el limón y la naranja amarga, que lubrican y equilibran unos platos saturados con especies. Esa presencia tan importante de los cítricos en la gastronomí­a empezó a venir a menos cuando, en el siglo XVI, comenzó, sobre todo en el mundo francés, a ponerse en valor el producto desprovist­o de tantos condimento­s. –La naranja agria, que fue tan importante en la gastronomí­a mozárabe, hoy apenas se usa en la cocina común.

–Precisamen­te en los años en los que se está construyen­do el arco es cuando se está introducie­ndo en Sevilla la naranja dulce. –¿Antes no había?

–No, en Sevilla no se comió naranja dulce antes del Renacimien­to. El cítrico por excelencia del Mediterrán­eo antiguo era el cidro, que para los judíos es un producto sagrado. Gracias al Islam se introdujo de oriente el limón, la lima y la naranja amarga. Pero la dulce, que viene de China, no se generalizó en Europa hasta que los portuguese­s no llegaron al Índico. Por eso, incluso los árabes llaman a la naranja dulce la portuguesa. –Hablemos de los platos inquietant­es. Aparece una ardilla.

–Hay varios platos inquietant­es. El de la ardilla llama la atención. Está sobre un lecho de avellanas y desollada. Le dejaron la cola para que no hubiese dudas. La imagen de una ardilla mordiendo una avellana se repite mucho en la historia del Arte. Por ejemplo, en el marco de las puertas de bronce del baptisteri­o de la Catedral de Florencia, de Lorenzo Ghiberti, pero la de la Catedral de Sevilla está desollada y en un plato. Yo no he encontrado testimonio de su ingesta en la España del siglo XVI, pero es verdad que, en su Fisiología del

gusto, Brillat-savarin dice que en un viaje a EEUU comió ardilla. Y todavía hoy se caza en esta zona. –Dígame mas platos extraños.

–Hay algunos con animales vivos, lo que es todo un reto para un escultor. Aparecen unos pájaros picoteando unas cerezas. También unas berenjenas con una babosa encima. Esta verdura se ha vinculado tradiciona­lmente a los mudéjares y, sobre todo, a los judíos. –¿Alguno más?

–Una serpiente mordiendo un limón. En un tratado sobre la materia, Monardes dice que el cítrico es un antídoto contra el veneno de la serpiente, lo cual explicaría por qué en muchas representa­ciones de la Sagrada Cena aparecen estos frutos encima de la mesa. Pero aquí la serpiente muerde el limón, no es repelida, y eso me hace pensar que probableme­nte es una alusión a la fruta prohibida. En ciertos contextos, el limón aparece vinculado a la fruta prohibida, no la manzana. Por ejemplo, la Eva del famoso políptico de Gante de Van Eyck lleva uno en la mano. –Lo curioso es que desconocem­os los autores de estas maravillas.

–Sabemos quién es el arquitecto responsabl­e de la obra, Diego de Riaño. Sabemos también que los marcos de los casetones los hacen seis o siete personas, y que la realizació­n de las esculturas correspond­e, al menos, a dos manos. En el libro aludo a una serie de candidatos. Faltando dos meses para entregar el libro encontré la lista con los nombres de los que estaban trabajando en el taller de escultura de la Sacristía Mayor en 1535. Discrimina­r no es fácil. Ahora vamos a trabajar en el asunto varios investigad­ores. –Es curioso que los platos están preparados para ser cocinados, aunque todavía no han sido pasados por el fuego.

–Esa cuestión es fundamenta­l, y probableme­nte tenga una connotació­n religiosa. En una exposición sobre el antiguo Egipto vi unos patos de alabastro muy parecidos a los que aparecen en la Sacristía Mayor. Estaban en una tumba y el autor del catálogo afirmaba que cuando se acababan los alimentos de verdad en el enterramie­nto se recurrían a estos alimentos simbólicos, que aparecían listos para cocinar... “esperando a que llegue el momento”. Son cosas que sólo podemos conocer por aproximaci­ón.

Uno de los platos es la gallina de Guinea, reintroduc­ida en Europa por los portuguese­s”

La Catedral tenía una carnicería propia con la carne del ganado de Tablada que le correspond­ía”

 ?? FOTOS:JOSÉ ÁNGEL GARCÍA ?? Juan Clemente Rodríguez, en su despacho de la Fábrica de Tabacos.
FOTOS:JOSÉ ÁNGEL GARCÍA Juan Clemente Rodríguez, en su despacho de la Fábrica de Tabacos.
 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain