EL MAPA DE TITULACIONES
EN su discurso de investidura, el candidato a presidir la Junta de Andalucía ha declarado que sus objetivos en materia universitaria serán un nuevo modelo de financiación y un mapa racional de titulaciones. En realidad, ya persiguió esos dos objetivos en la legislatura pasada, pero no fue posible conseguirlos por la oposición de varios rectores (y alguna rectora). En una Tribuna anterior defendí la conveniencia de elaborar un Libro Blanco de las Universidades Andaluzas, una de cuyas ventajas sería enmarcar los citados objetivos en un conocimiento profundo del sistema universitario andaluz. Años atrás, un comité de expertos, del que formaba parte la profesora Cinta Canterla en su condición de Vicerrectora de Calidad y Planificación de la Universidad Pablo de Olavide, evaluó la calidad de nuestras universidades a petición de la OCDE. No estaría de más actualizar y ampliar dicho interesante informe.
Los dos objetivos que se ha marcado el presidente Bonilla están directamente relacionados. Algunas de las mejores universidades del mundo, en Estados Unidos, consideran un indicio de su calidad la proporción de alumnos que rechazan, en vez de la cantidad de alumnos que admiten. Por el contrario, en España, incluida Andalucía, cada universidad no solo admite a todos los candidatos, aunque no necesariamente en el título elegido en primer lugar, sino que promueve campañas para captar más alumnos. Esa política no solo se debe al propósito de que ningún aspirante vea frustradas sus ambiciones universitarias, sino a que, en buena medida, la financiación de las universidades está vinculada a su número de alumnos. Obviamente, a mayor número de alumnos, mayores
Un mapa racional de titulaciones facilitaría mejorar la financiación universitaria, no solo en el sentido de aumentarla, sino también en el de optimizarla
ingresos por matrícula, pero más alumnos también implica más plazas de profesores que los atiendan e instalaciones más amplias para acogerlos. De ese modo se genera una extraordinaria rigidez en el presupuesto de las universidades, pues los gastos en las nóminas de las plantillas y en el mantenimiento y el funcionamiento de las instalaciones, que no son reducibles, llegan a acaparar buena parte de las dotaciones. Por más imaginación y buena voluntad que pongan los consejeros, los rectores y los gerentes, en la actualidad es muy difícil vincular una parte sustanciosa de la financiación universitaria a objetivos de calidad o al rendimiento en materia investigadora y de transferencia de conocimiento, que son, sin embargo, los prioritarios en las mejores universidades del mundo.
Sería ilusorio, e incluso contraproducente, trastocar por completo el modelo universitario actual, pero sería conveniente mejorarlo en algunos sentidos, como el de aflojar las rigideces de la financiación, conceder más peso a los indicadores de calidad, investigación e innovación, e incluso estimular la competencia entre universidades. Aunque competir no esté bien visto en muchos departamentos, las universidades no se avergüenzan de competir por la captación de alumnos, lo que, al parecer, está exento del oprobio general que recae sobre los sistemas competitivos. Nota: la relación entre alumnos, financiación, plazas de profesores e instalaciones, aclara bastante el motivo real de esa excepcional exención.
A la vista de lo anterior, es fácil captar que un mapa racional de titulaciones facilitaría mejorar la financiación universitaria, no solo en el sentido de aumentarla, sino también en el de optimizar, diversificar y hacer más fluido el uso de la financiación disponible. Ese mapa exigiría concretar colaboraciones entre distintas universidades andaluzas, de lo que ya hay algunos precedentes interesantes, e incrementaría moderadamente la diferenciación entre universidades, cambiando parcialmente el modelo napoleónico (o pascualino) de que las varias universidades públicas sean tan similares unas a otras como sea posible. No hay muchas experiencias en España de ese nuevo modelo, aunque se podría aprender bastante del sistema universitario catalán, un poco del madrileño, e incluso de la complementariedad de títulos vigente en una región tan modesta, pero próxima, como la murciana.
Eso nos lleva a constatar que hay universidades politécnicas en Madrid, Cataluña, Valencia e incluso Cartagena, pero no en Andalucía. Los motivos históricos de esa situación, carentes de fundamento, fueron insultantes, por lo que revertirlos enriquecería el mapa de títulos y la diferenciación, a la vez que favorecería el despegue tecnológico de nuestra región. Habrá Tribuna colectiva al respecto.