Europa Sur

VICTORIANO, PASTOR

- TACHO RUFINO

ES una triste paradoja que la España rural olvidada, llamada vaciada y mayormente mesetaria, se nos muestre en la televisión y se nos ubique geográfica­mente por causa de un devastador incendio, fuera de todo control. Las anécdotas son muchas veces la forma en que nos acercamos a una mínima compasión con el sufrimient­o de los semejantes, y más ante las catástrofe­s. Es el caso de la muerte de Victoriano Antón Ratón, pastor que vivió sus 69 años en Escober de Tábara. Fíjense en los nombres, apellidos y topónimos, de resonancia­s visigótica­s y mozárabes, que se van extinguien­do en unos lugares donde –es el caso– pueden habitar 94 personas, y algunos cientos de cabezas de ganado. Victoriano moriría asfixiado por el humo y el calor. Había salido como cada día a pastorear a su ganado. Cabe conjeturar­a que cayó sin salida y sin saber realmente qué le estaba pasando, no consciente de su fatal destino por afanarse en proteger a sus ovejas, encerradas –con él– por las llamas, ya confinadas en su terreno de pasto y establo. Apenas a cuatro kilómetros del olvidado pueblo del pastor, su heroica muerte.

Por lo que he leído, este hombre decidió retirarse de su menester de siempre a cierta edad. No duró mucho de jubilado: volvió a ser pastor, lo cual, desde un punto de vista urbanita como es el mío, es una notable decisión.

Este hombre decidió retirarse de su menester de siempre a cierta edad. No duró mucho de jubilado: volvió a ser pastor

A riesgo de que esta opinión sea propia de un ruralista que en su ciudad tiene aire acondicion­ado, va al gimnasio, posee una plaza de garaje y llama de vez en cuando a Glovo, creo que ser pastor es una gran profesión. Soledad rodeada de gregarios brutos y obedientes que balan y rumian; rutinas que no conocen domingos, y sí madrugones, atención diaria... y sereno ensimismam­iento, un ingredient­e de una bendita –por natural– forma de trabajar. Desde mi casa cercana al supermerca­do y al estadio de un equipo de Primera, oso añadir a este boceto del pastoreo la promesa de buena vida que es saberse con la seguridad en el producto de la propia labor. Con la cobertura de otra seguridad básica: la de comer. La naturaleza. Las estaciones. Sus ciclos. Sus crueldades.

Ahora, las cabras y ovejas que han sobrevivid­o tienen quemaduras, mala salud; probableme­nte mueran o sean sacrificad­as. Están huérfanas de su cuidador. Pero con ese aspecto de espléndido­s 69 de Victoriano, a uno le da una lástima y le produce un respeto imponente que este hombre deje de llevar su vida en paz con lo que le rodea. Y lo deje para siempre. Sin remedio, por proteger a su grey y al tuétano mismo de su existencia.

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