Europa Sur

UN DÍA DE MEDUSAS

- ROCÍO GARCÍA BOZA

HOY en día se habla mucho de los divorcios y de cuánto ha cambiado el amor de pareja, en comparació­n a generacion­es anteriores. Pienso que antes éramos menos libres para tomar ese tipo de decisiones y que eso, en realidad, no tiene nada que ver con el amor.

La semana pasada fui a la playa, allí en el Camino de Sobrevela, y cuando planté mi sombrilla, mi toalla y mi silla, pude ver en la orilla a una pareja joven de treinta y pocos años, con su bebé, que tenía unos 24 meses. Hablo en meses porque a las mamis les gusta mucho utilizar esa medida de tiempo.

Al ser tarea imposible entrar en el agua, por la cantidad de medusas, me quedé embobada de aquellos dos y su niño precioso. Estaban sentados haciendo castillos con un cubo, con el niño entre ellos. En un despiste y descanso del pequeñajo, la madre se acercó al padre para darle un beso en los labios y justo entonces escuché una voz que provenía de una sombrilla, que decía “¿Y mi niño? Vente con la abuela, mi amor.” Giré la cabeza y allí estaba esa señora con su marido, los dos abuelos del niño morenito.

Es mejor crecer en un hogar de amor, aunque sea en solitario, que en uno lleno de reproches y dudas

El pequeño echó a correr a los brazos de su abuela y sentí cómo los padres respiraban un poco aliviados, pero a la vez, enamorados de su hijo. Quedaron de cara al mar y él le pasó el brazo por encima del hombro a ella, que respondió apoyando su cabeza en él.

Me transmitie­ron, con solo una escena, las dos caras de ser papás. La dura y paciente, y la que está llena de amor incondicio­nal, pero no solo hacia el moreno de dos años, sino entre ellos. Maravillos­o.

También me mostraron el concepto de familia y en cómo podemos convivir dos generacion­es que tan diferentes han tenido las cosas para salir adelante.

Aquello me hizo recordar mi infancia y en cómo mi padre trabajaba de sol a sol para que yo tuviese ese ratito de playa y un parche decente en mis pantalones de chándals. Mis rodillas saben de qué hablo. También pensé en mis abuelos, en el plato de comida que tenían a diario para toda la familia. Mi abuela hacía de comer en una olla gigante y te gustase el menú o no, te lo tenías que zampar, de lo contrario, te lo ponían para merendar o incluso cenar. No era opcional.

Veo bien que una pareja se separe por falta de sentimient­os o porque ya no compartan sus ideales. Eso de no hacerlo por tener hijos en común, es parte del pasado. Es mejor crecer en un hogar repleto de amor, aunque sea en solitario, que en uno lleno de reproches y dudas.

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